La sabana y la montaña (Paulo Carneiro)

Hay películas que parecen decididas a desafiar la forma misma de lo que entendemos por cine. Ya no digamos por cine político. La sabana y la montaña de Paulo Carneiro entraría en ese marco, pero como ‹rara avis› que, además, lo hace situándose entre el documental y la ficción, considerando ambos géneros como los frentes del campo de batalla formal de su película, la cual parte de la base de que para el director contar la realidad habría sido más aburrido o convencional —con la voz en ‹off›, entrevistas de cara a cámara de los implicados, exposición de las versiones de todos los protagonistas, etc.— que lo que él hace.

La sabana y la montaña es una obra bastante interesante y difícil de clasificar y reseñar porque Carneiro elige el contracampo casi siempre. Porque huele a campo incluso desde casa, buscando remover y agitar desde la somnolencia y el humor tranquilo. Es, en su propia concepción, un híbrido con un espíritu desobediente, ‹amateur› e insurgente, que se arriesga a caer por los dos lados en los que puede caer cualquier espectador. Pero da la sensación de que Carneiro asume el riesgo, evitando caer en una ingenuidad muy típica de los urbanitas que añoramos un campo que no existe, que escapa de la vitalidad que tantas veces se asocia a las cosas pequeñas que te dan los pueblos y se centra en el espíritu de lucha de quien se tiende a tomar las cosas con calma.

La sabana y la montaña sigue a los habitantes de Covas do Barroso, en el norte de Portugal, que resisten la llegada de una multinacional británica dispuesta a abrir la mina de litio más grande de Europa. Pero lo que Carneiro decide no filmar resulta tan importante como lo que muestra. Nunca vemos la empresa, nunca hay una figura real que personifique al “enemigo”. En su lugar, una frase aparece casi como declaración de principios: «no se disparó a ningún enemigo en la película». Basada en hechos reales, la película pretende recrear aquella lucha, desde el realismo y la perspectiva de los habitantes.

¿Y qué muestra una película sobre una lucha cuando no te muestra al adversario? ¿Cómo puede hablar sobre la resistencia cuando no vemos al enemigo? Es como si hablara del neoliberalismo en sí, ese que convierte el capital en el valor más importante para poder hacer algo, que convierte lo deshonesto en legal si da un buen beneficio económico o en positivo lo que es claramente negativo para todos. El pueblo, como reflejo de lo que al director le gustaría ver, se crece en comunidad reinventándose ante la cámara —Carneiro invitó a los propios habitantes a interpretar sus papeles, transformando la lucha agrícola de Covas do Barroso en una representación consciente—, dando con algunos momentos de humor —no sé si involuntarios— que enriquecen el resultado final de una película más contemplativa que las vidas que nos muestra.

Esa tensión inexistente en términos visuales, pero sí contextuales, es lo que convierte La sabana y la montaña en una autoficción interesante, entre el sueño y el esfuerzo por seguir de pie. Una lucha en sí misma. Porque, lo que podría ser un retrato documental, se convierte en un acto colectivo de imaginación: un soplo de vida, un impulso festivo, una victoria, incluso una comedia donde el autoengaño sirve como arma política. Los aldeanos parecen divertirse representando su propia resistencia, como si la ficción fuera una forma de afirmarse ante el olvido de una vida cada vez más abandonada.

Así, puede que la película no cambie su lucha real contra la multinacional, pero sí inmortaliza sus luchas en la historia del cine. Si es que aguanta en el tiempo. Su lentitud, completamente ajena al ritmo que llevamos hoy en día casi todos, es un contraste absoluto respecto a lo que debió de ser para los enemigos: ajenos ellos a la urgencia de la causa del pueblo, La sabana y la montaña abandona narrativamente hasta la velocidad del capital, como si también fuera en parte enemigo, aferrado al tiempo rural. En esa temporalidad suspendida se instala una extraña sensación de ausencia del tiempo, de contemplación radical. La vida contemplativa, en este contexto, ya no es evasión: es resistencia.

Rodada en 16 mm, la película parece salir de otro tiempo, mostrando entre la ternura y la admiración, una ingenuidad y lucidez, entre el teatro y la vida, entre el opio del pueblo y la comuna, entre el humor y la desesperación, que duele un poco que su estructura sea algo dispersa y vaga. Pero en su mezcla de comedia popular, retrato rural y queja, Carneiro consigue que los personajes nos resulten entrañables, al revivir, representar y celebrar la resistencia de los que en realidad la encarnaron.

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