La Pampa (Antoine Chevrollier)

El primer largometraje de ficción del cineasta francés Antoine Chevrollier produce una sensación de ‹déjà vu›. Es una de esas cintas que uno siente que ha visto decenas de veces en los últimos años. Hiladas mediante una serie de clichés y tópicos perennes de los que es difícil huir sin desembarazarse de las convenciones mismas del género. Adolescentes, pueblo rural que les queda pequeño, conflicto relacionado con la orientación sexual de uno de los personajes, problemas con una figura materna un tanto cansina y escena baile en la que el personaje consigue liberarse hechizado por la música. La manera de formular estas cuestiones varia poco entre estas películas, muy comunes en cineastas novicios, tal vez por un miedo a salirse en exceso del molde y profanar los ritos sagrados del cine ‹coming of age›. Otra razón puede ser la falta de talento. En todo caso cada una de estas incursiones suele dejar destellos interesantes que en este caso me esforzaré en subrayar.

La Pampa narra la amistad entre Jojo y Willy, nuestro protagonista. Unidos por dos razones; la primera es su convivencia en un pueblucho de la Francia profunda y la segunda su compartida pasión por el motocross. Jojo compite profesionalmente, empujado por la obsesión y competitividad enfermiza de su padre y Willy le acompaña en su periplo. El hecho desencadenante de la historia se produce cuando Willy descubre, por accidente, que su amigo mantiene relaciones sexuales con su entrenador de motocross. Con esto, Chevrollier consigue hacer un retrato evidente pero necesario, de la aun ferviente homofobia e hiper-masculinidad radioactiva arraigada en los ambientes deportivos y entornos rurales.

La historia se desenvuelve con soltura, los giros son efectivos y los personajes, aunque un poco acartonados, no son para nada bidimensionales. El film circula con velocidad de crucero, sin demasiados baches y huyendo de compromisos formales excesivamente radicales. No hay espacios dedicados a la digestión emocional, pero el film tampoco imita el ritmo adrenalínico de las carreras de motocicletas, incluso cuando son el núcleo de la escena. Esta neutralidad puede resultar fría al tacto y genera una distancia que rema en contra de la sensibilidad del tema central.

Hay elementos secundarios, pero no por eso de menor interés, que son discontinuados a mitad del film sin alcanzar su posible potencial. La primera escena, de gran tensión, podría haber retornado resignificada para la escena final de Jojo. De la misma forma, todas las conversaciones de fantasmas, que a mitad de film se desvelan como posibles presagios, se sienten incompletas sin un tercer acto. El film se empeña en no desvelar sus costuras y en ese ejercicio reprime sus intuiciones más interesantes. La dirección de actores e interpretación es acertada —cada vez cuesta más encontrar películas que no cumplan con este mínimo— y, como ya he mencionado previamente, la agilidad de la trama denota una madurez impropia de un cineasta que acomete con su opera prima.

La cinematografía es tibia y el trabajo sonoro prácticamente inexistente. La escena climática recuerda al final de La soledad del corredor de fondo, con un añadido, respecto a la película de Tony Richardson, que sólo le resta fuerza.

Chevrollier evita pinceladas demasiado bruscas e imprevisibles para no salirse de la línea. La Pampa no es para nada estéril, sus personajes son complejos y humanos, el cineasta parece tener las ideas más que claras y su factura es notable. Nada distrae pero nada atrae particularmente. Le falta nervio, atrevimiento y un factor identificativo que la haga destacar aún más en el profundo océano del cine ‹coming of age› con el que debe coexistir.

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