La alternativa | Grand Prix (John Frankenheimer)

Estrenada en 1966, Grand Prix de John Frankenheimer no solo es una superproducción ambiciosa para su tiempo, sino también un interesante documento audiovisual sobre la Fórmula 1 cuando el deporte era un peligro mayor que el actual para conductores y público. Rodada con un realismo inesperado gracias a cámaras instaladas en los coches y planos que rozan la locura incluso con los medios de hoy en día, la película combina un pulso narrativo sorprendentemente moderno con la emoción bruta de los circuitos reales de Mónaco, Spa o Monza.

Todos estos lugares ayudan a Frankenheimer a mostrar el ‹glamour› de las carreras de la Fórmula 1 de los 60 a un ritmo envidiablemente lógico para su época y con unas secuencias espectaculares desde todos los ángulos imaginables. Con un reparto internacional de lujo, la colaboración de Saul Bass en el diseño gráfico y la firma de Maurice Jarre en la música, además, hasta los momentos de paz y sosiego resultan excesivos, avivados por la adrenalina de las carreras anteriores, mucho más entretenidas e interesantes que las interacciones entre los diferentes personajes más allá de su carisma y del encanto que poseen (que no es poco).

Es, pudiendo haber sido un desastroso ridículo, un artefacto perfecto que se adelanta a lo que es el cine estadounidense más comercial en la actualidad: espectacularidad máxima con tramas amorosas irrelevantes de por medio. La diferencia es que Grand Prix ofrece todo el encanto de diálogos que hoy muchos echarían más en falta, igual que nadie añorará el comportamiento de los “señoros” de entonces, siendo una muestra documental no solo de cómo eran los Grandes Premios en los 60, sino también de cómo las mujeres intentaban ser tratadas como personas también en las relaciones amorosas.

Más allá de sus licencias dramáticas, lo que sigue sorprendiendo de Grand Prix es la sensación de peligro real que transmite. No se percibe como una simulación de carreras, sino como una inmersión total en el vértigo, la velocidad y la cercanía constante a la tragedia. Hay un nervio visual que le da vida propia a la película, gracias a un montaje que alterna momentos de locura controlada con otros más reposados, pero que siempre mantiene la tensión de fondo. Esa mezcla de adrenalina pura con un toque de melancolía por lo efímero de la gloria deportiva es, quizá, lo que sigue haciendo que la película funcione pese a sus tópicos y su guion algo irregular.

En varios momentos de dicho montaje alocado, fresco y bien medido (a pesar de lo que pueda parecer, con carreras que son largas como ellas solas), los protagonistas se preguntan qué los lleva a jugarse la vida como se la juegan, habiendo visto además a varios de sus compañeros fallecer o quedarse a muy poco de conseguirlo. Aunque cada uno responde a la pregunta con un razonamiento diferente, la conclusión más aparente es que no hay ninguno de los que corre con cierto protagonismo que no se ligue a una mujer en sus descansos.

Pero la realidad es que no parece que Frankenheimer o el guionista Robert Alan Aurthur estuvieran especialmente interesados en la parte psicológica de la película o sus personajes, aunque pueda servir para darle algunos aires de profundidad a su relato. El verdadero punto de interés sigue siendo el espectáculo: que prendan los motores, llenar sus tanques de adrenalina y llenarse las caras de gasolina (o lo que sea que salga de los “tubarros” de los coches). En serio, el ensordecedor rugido de los motores y esa atmósfera de riesgo por momentos logra que incluso las escenas más superficiales adquieran cierta gravedad, pero aun así me saltaría estas para que la duración fuese más ajustada.

Para terminar, un aprendizaje interesante: que a menudo culminar tus sueños implica destruir los sueños de los demás y encima luego lo que queda es un gran vacío. ¿Hay honestidad en ese reguero final con el que todo acaba? Diría que dependerá de cada uno, dada la ausencia de humanidad cuando cualquiera muere o el hecho de revestir de nobleza lo que es simple “diversión” (para el que guste), pero casi sesenta años después toda esta historia sigue resultando fascinante.

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