Ahora que se estrena la enésima película que estira el tema de los dinosaurios hasta la extenuación después de la saga iniciada por Spielberg en 1993, conviene recordar que estos seres mastodónticos ya “rugían” desde el origen del cine, y lo hacían con la tecnología que estaba en su mano alumbrando una creatividad artesanal y trabajo concienzudos a tener en cuenta. Sí, todo se puede buscar en esa etapa silente que para algunos suena tan lejana y consideran invisible prehistoria con textura de coprolito. En ese invento de finales del s. XIX que revolucionó la sociedad conforme iba adquiriendo cuerpo y que se propuso legitimarse como arte a través de su acercamiento a la literatura y pintura, todo lo relacionado con lo que rodeaba al ser humano estaba presente.
Encontramos todo tipo de géneros en los que hubo cabida para el crimen, el espionaje, amor exacerbado, divorcios, sexo, orgías dentro de lo que permitía la moral (si no que se lo digan a Feuillade y Gance), drogas, maltrato, feminismo o mujeres valientes precursoras y mucho más modernas de lo que vendría. También había lugar para el cine de denuncia, político, de mafias, con las primeras sociedades secretas, guerras, brujas, ciencia-ficción con sus viajes a la luna, Marte, por subterráneos, conexiones por “Internet”, seriales, vanguardia, fantasía, sátira, epopeyas; superproducciones que hacían competir países y estudios por el más exitoso y colosal resultado… Una amalgama de temáticas que ponían de manifiesto el carácter inquieto e imaginación del ser humano al servicio del séptimo arte, en el que se anticiparon anhelos que vendrían cuando la tecnología lo permitió. Inventiva que se traducía en un lenguaje propio extraordinario que se expresaba mediante su esencia: la imagen, “jugando” con todos los recursos visuales que iban inventando de forma simultánea a un arte en ciernes que alcanzó la gloria antes de su etapa sonora.
Y ahí encontramos, por supuesto, el interés por el mundo de los dinosaurios. Aquellos enormes animales que siempre han fascinado a la sociedad y sobre los que el nacimiento de la paleontología, el misterio de su desaparición, junto a las teorías evolutivas de Darwin, despertaron un imaginario en la literatura y el cine que se ha desarrollado durante toda su historia. Existen numerosos acercamientos en la etapa silente ya desde 1905, a menudo influenciadas por dibujos. Así, destaco algunos ejemplos que revelan el interés por lo remoto y difícil de recrear que se desplegó con una fantasía inagotable. Tenemos el corto británico Prehistoric Peeps, basado en la serie de 1890 homónima, como además Gertie, el dinosaurio (1914), un corto animado de comedia dirigido por Winsor MacCay. En el mismo año, uno de los “padres” del cine como D.W, Griffith, no pudo resistirse a la temática con Brute Force, enmarcada en la prehistoria, teniendo también un estupendo ejemplo con The Dinosaur and the Missing Link: A Prehistoric Tragedy (1915), dirigida por Willis O’Brien, creador que desemboca en la película que quiero describir.
O’Brien fue el conocido pionero de los trucajes cinematográficos y la animación ‹stop motion›, aquel especialista que deslumbró con los efectos especiales de King Kong en 1933 —y muchas más con trucajes visuales que vendrían después—, que animaban a esas criaturas prehistóricas y al gran gorila de la Isla Calavera que terminaría escalando el Empire State. Un hito del cine de monstruos que obtuvo un éxito desmesurado y del que aún percibimos sus resonancias en forma de películas contemporáneas que siguieron su estela, pero que difícilmente superan a la genuina. El revolucionario trabajo realizado en la espectacular King Kong no fue sino la confirmación y culminación del talento del animador que fue “reclutado” unos años antes para El mundo perdido, a la que llegó tras la innovación del corto citado anteriormente en el que prescindió de la arcilla de sus miniaturas optando por la goma (más manejable y que no se secaba con los focos) y una estructura metálica articulada.
La unión con la literatura adaptando la novela homónima de 1912 escrita por Arthur Conan Doyle y su revolucionario trabajo en esta película de 1925, marcaría un antes y un después en el mundo del ‹stop motion› y de los dinosaurios. Un meticuloso trabajo realizado durante dos años que manejó técnicas innovadoras hasta la fecha y que materializó ese imaginario del escocés con motivo de una expedición a una meseta sudamericana y aislada que alberga seres prehistóricos. No sería ésta la única adaptación cinematográfica, acudiendo a la famosa novela en los 60 y 90 del s. XX en cine y la creación una serie de televisión en 2001. Pero la película El mundo perdido, dirigida por Harry O. Hoyt y guion de Marion Fairfax, se ha convertido en una obra de culto y un referente para el subgénero de monstruos en el que se establecía esa pugna fantasiosa entre el ser humano y criaturas que cohabitaban en la misma época en una convivencia imposible y en el que la criatura debía ser sacrificada finalizada la primera fascinación. El viejo tema de la invasión humana en ecosistemas que no le pertenecen, unido a la ambición personal en nombre de los avances de la ciencia, tienen en esta película muda un interesante ejemplo pionero y paradigmático.
Como ocurrió con gran parte del cine mudo —ya fuera por dejadez, inconscientemente, ninguneo hacia una etapa que se veía obsoleta o la obsolescencia del celuloide— esta película no se preservó como debería con la llegada del sonoro y se conservaba parcialmente mutilada, con copias de diferente metraje. Pero siempre hay iniciativas que restablecen la memoria bajo un necesario respeto hacia obras que deben perdurar hasta conseguir su recuperación y restauración desde distintas fuentes y negativos repartidos por el mundo. El resultado se acerca lo más posible a la obra original devolviéndole su esplendor, colocándola en el sitio que merece cuando se cumplen 100 años de su gestación.
Las maquetas de dinosaurios fueron producto de la creatividad de O’Brien, pero la influencia de las ilustraciones de Charles R. Knight, que representaban de manera tan realista a esos animales prehistóricos, fueron claves, así como su afición paleontóloga tras acompañar en excavaciones a algunos científicos.
La anatomía de los dibujos del artista inspiró a las criaturas de tres dimensiones animadas fotograma a fotograma para recrear un movimiento ilusorio que se aproximara a una etapa conocida tan sólo por los restos fósiles que se iban encontrando en diferentes yacimientos (algunos “en directo” justo en esos mismos años), los cuales hicieron evolucionar la paleontología reconfigurando la historia de la tierra de forma radical. El animador ideó sus criaturas con una altura de medio metro, ubicadas en una jungla también en miniatura, pero lo asombroso es que combinaba eficazmente en el mismo plano a las personas que visitan la selva con los dinosaurios en escenas que casan muy bien en tamaños.
Al inicio de la película leemos: «Una estupenda historia de aventura y romance de Sir Arthur Conan Doyle». Y es que esta película combina melodrama y ciencia-ficción a través de la relación sentimental del protagonista, un periodista cuya prometida le exige heroicidad y que pase por grandes experiencias para casarse con él. Un joven que se debate entre dos mujeres (su novia y la hija de un científico que ha descubierto los dinosaurios y quedó atrapado en la Amazonia) cuando se une a la investigación del obstinado y orgulloso profesor Challenger, que quiere organizar un viaje a Brasil desde Inglaterra para demostrar la existencia de esos animales prehistóricos y difundirlos públicamente. El mismo autor, Conan Doyle, sentándose en una silla y con aire satisfecho, presenta la historia con el siguiente rótulo: «He llevado a cabo mi sencillo plan. Si doy una hora de alegría al niño que es medio hombre o al hombre que es medio niño». Y es que este apasionante tema apela a nuestra infancia. ¿A quién no le ha producido fascinación el tamaño, volúmenes y variedad tan dispar de especies cuando leímos o los vimos en imágenes por primera vez?
Vayamos a aspectos técnicos de la película bastante sobresalientes. Tenemos que esperar con ansia hasta el minuto 37 para que se nos presente el primer animal prehistórico, un Pteranodon sobrevolando con sus largas alas la meseta, llevando un Toxodon en su pico y posándose sobre el estrecho terreno aislado de la meseta por una fractura en el pasado. La recreación de los decorados, estructuras geológicas y selva están llevadas a cabo por el director artístico Milton Menasco, que aporta una escenografía a la altura de los dinosaurios creados por O’Brien. Dos especialistas que poseen una importancia clave o quizás más relevante que la del director Harry 0. Hoyt en el éxito rotundo de público en su tiempo. Los planos vistos desde unos prismáticos cuando están talando un árbol para unir esa columna desgajada del núcleo de la meseta están muy bien planteados en sus decorados, con los hombres que han conseguido subir vistos en miniatura y moviéndose.
El primer dinosaurio terrestre y de gran tamaño aparece dos minutos después en un lago de forma apacible. Su textura, movimiento pausado y armónico resultan muy interesantes con el leve oleaje del agua de un lago y la selva en miniatura perfectamente recreada. Se trata de un Brontosaurio, según explica el profesor Challenger, mientras un bello primer plano de la hija del científico atrapado muestra su expresión entre terror y asombro. En un mismo plano muy bien compuesto vemos al mastodóntico animal comiendo hojas, mientras en la esquina derecha abajo los humanos caminan hacia él hasta que se lo encuentran por sorpresa. Después seremos testigos de luchas carnívoras entre un temible Alosaurio y un Tracodonte, un Triceratops con su cría, un Agathaumas, un Estegosaurio y el temido Tiranosaurio de las películas de Spielberg. Especialmente reseñable resulta el gran plano general en el que reúnen a muchas especies distintas, cada una a su ritmo y tamaño cuando ruge un volcán, que no hace sino pensar en la dificultad de la elaboración del mismo, por su gran complejidad técnica en una era en que lo digital estaba a años luz.
La película va llegando a su fin con la captura del brontosaurio herido y llevado a Londres (como King Kong en la civilización de Nueva York y sus rascacielos) que, como era de esperar, sembró el caos con su huida por la ciudad hasta llegar al Puente de la Torre, que romperá para caer al Támesis. Una eterna lucha del ser humano con la naturaleza, la exhibición de su ansiada supremacía que se verá a lo largo de la historia del cine en historias de codicia sin medida, buscando ya no la evidencia científica, sino el beneficio económico sin escrúpulos que ha de terminar mal.
El mundo perdido constituye un digno antecedente de todo un subgénero que atraparía al público por esa capacidad singular que tiene el cine para fantasear, trasladar a imágenes lo inverosímil y hacerlo creíble. Para contar mentiras en esas historias de ficción que alteraban la realidad atrapando al público unas horas en las salas de cine contando temas complejos y provocando emociones que la cotidianidad no era capaz.
Y, desde sus inicios, el cine mudo fue la etapa en que todo fue posible.

Profesora de Secundaria. Cinéfila.
“El cine es el motor de emoción y pensamiento”