La alternativa | El disputado voto del Sr. Cayo (Antonio Giménez Rico)

Recordando los primeros pasos de la democracia en España tras el fin de la dictadura franquista, el director burgalés Antonio Giménez Rico adapta una novela de Miguel Delibes en la que una delegación de un partido político conformada por tres miembros, Rafa, Laly y el candidato, Víctor, recorre los pueblos de Burgos en busca de votos, hasta que dan con un lugar casi deshabitado en el que vive un anciano llamado Cayo, ajeno a toda la convulsión que se vive en el resto del país, a los vientos de cambio y a la incertidumbre de ese momento histórico. Frente a la insistencia de la delegación, Cayo se muestra paciente y dispuesto a escuchar, pero él vive en una realidad diferente y los discursos que oye no apelan a sus necesidades.

El disputado voto del Sr. Cayo está basada en una novela de 1978, contemporánea al momento que retrata; sin embargo, esta película se realizó en 1986, años después. Esta diferencia es importante en la estructura de la cinta, porque lo que Delibes retrata desde la urgencia y el sentido de la época que estaba viviendo, Giménez Rico lo aborda desde la distancia temporal y, de modo característico, incorpora una estructura narrativa en ‹flashbacks› y un presente estilizado en blanco y negro que ayuda a verbalizar las reflexiones y conclusiones de lo que cuenta, partiendo del fallecimiento de Víctor y del recuerdo que Rafa y Laly tienen de aquella experiencia con el señor Cayo.

La intención detrás de estos cambios refleja también a su modo otro sentido de época, como si estuviéramos asistiendo a una relectura e interpretación activa de la novela. Sin embargo, estos añadidos en mi opinión acaban bastante lejos del atractivo central de la cinta, que sigue siendo el encuentro con el anciano. Hay sin duda una gravedad, un efecto que perdura en los otros personajes tras haber conocido al personaje y que la película evoca con eficacia, pero esto se ve empequeñecido por un motivo muy sencillo: son tres actores haciendo un trabajo suficiente, decente o errático según se mire, frente a alguien de la talla interpretativa y presencia de Francisco Rabal. Su Cayo se come con facilidad, narrativa y emocionalmente, a los demás personajes; por buenos que sean, Rabal juega en otra liga, y el agravio comparativo daña cualquier escena en la que no está él. Y, si bien las tablas de Juan Luis Galiardo como Víctor logran por momentos mantener la ilusión de que puede ofrecer una réplica adecuada, a Iñaki Miramón y Lydia Bosch, definitivamente, el traje les queda muy grande.

Aunque de eficacia lastrada por las grandes diferencias de nivel interpretativo, el trasfondo de El disputado voto del Sr. Cayo es sin duda lúcido, y se nota que su director no solamente se ha inspirado en el texto de la novela, sino que traslada experiencias y emociones personales sobre la Transición, la incertidumbre heredada del tardofranquismo y los primeras experiencias de libertad en la democracia recién llegada. Esto se nota en particular en el retrato de los miembros de la delegación y su activismo, que reflejan las ganas de cambiar cosas, la rabia reactiva frente al recuerdo reciente de la dictadura, y el miedo a la reacción de aquellos que hasta apenas la noche anterior fueron dueños de todo y represores. Por otro lado, Cayo y su reducido mundo habla de esa España rural y aislada a la que las noticias no llegan y que, cuando llegan, carecen de urgencia, que tiene tiempos y prioridades distintos. La decisión de Giménez Rico es la de embelesarse y fascinarse con Cayo y su filosofía de vida, como hacen Víctor, Laly y Rafa, pero es en estos últimos donde reside, en mi opinión, su empatía. Observa a uno como quien tiene una revelación, sentándose e invitando a los espectadores a escuchar sus historias, pero los demás apelan a las preocupaciones inmediatas. De este modo, en vez de dejarse llevar por esa suerte de reivindicación nostálgica y perder de vista su contemporaneidad, el guion permanece en las inquietudes que acompañaron en la época al autor a nivel social e individual, lo cual me parece un acierto notable.

Pese a que sus costuras se hagan notar y afecten a la capacidad de aterrizar dichas intenciones, y que a mí me funcione mejor cuando desarrolla el encanto casi mágico que genera escuchar las narraciones vitales del señor Cayo, esta película es un testimonio valioso de un momento histórico convulso y de una serie de sensaciones personales asociadas. En ese sentido, las reservas que tengo con su ejecución no impiden que admire el texto, que sea capaz de hallar vínculos emocionales con lo que expresa su director, entender y explorar la empatía con esa época, y trasladar estas emociones de diversas formas a la que me ha tocado vivir.

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