La alternativa | Dos espías en mi cama (Claude Zidi)

Tecnología de vigilancia último modelo, identidades suplantadas, misiones inesperadas con nocturnidad y alevosía… ser espía siempre pareció una tarea ardua y compleja, hasta que uno se da cuenta que ser marido y padre lo es todavía más. Y como no hay mal que por bien no venga, nada como emplear recursos de la agencia para la que trabajas para poner vago vigilancia aquello que crees que puede escapar a tu control en el ámbito familiar. Secretos a voces, vaya.

François es el arequetípico padre de familia de aspecto despistado, funcionario y amigo de sus amigos. Así lo describe Claude Zidi en una de tantas comedias de acción que escribió y dirigió por allá en la década de los 80. Dos espías en mi cama, ya entrando en los 90, continuaba dicha tendencia añadiendo además el elemento familiar y la cuestión clandestina.

El humor surge como mecanismo en un género que, de un tiempo a esta parte, ha sido carne de parodia. Sabedor de ello, aunque sin esa autoconsciencia por bandera que emergió de forma más pronunciada en los 90 —y que, dicho sea de paso, el ‹remake› realizado por James Cameron con su Mentiras arriesgadas llevaba por bandera—, Zidi presenta una obra ligera, pero también con ganas de subvertir los tropos del género y huir de la clásica sofisticación británica.

Dos espías en mi cama —traducción de aquella manera del original La totale!— se postula así como una comedia donde prevalece el humor blanco, aunque su autor encuentre vías de escape desde las que explorar ese componente caricaturesco que ofrece el contexto en cuestión. Consigue así sobresalir a través de inspiradas escenas —una de las mejores siendo replicada por Cameron—, haciendo de la figura de todo un especialista en el género como Thierry Lhermitte una de sus mejores bazas. Capaz de poner rostro a ese hombre de familia anodino pero que siempre guarda un gesto cómplice desde el que lanzar las apariencias por la borda, y al mismo tiempo de dotar de una seguridad e impulsividad a prueba de balas a ese agente dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias si fuera menester.

La combinación funciona y, aunque con sus altibajos, Zidi logra una de esas mixturas no demasiado en boga en aquel momento, quizá sobresaturada a día de hoy. Es, por ello, el film que nos ocupa, un paradigma ideal de aquello que a día de hoy se imita con más o menos fortuna. Hija de su tiempo, eso sí, pero aliñada con aquella destreza despreocupada desde la cual modelar un pasatiempos que, por descabellado que parezca, siempre encuentra el modo de avanzar. Sin complejos, con un propósito muy claro, pero ante todo con la diversión más ligera por bandera.

Ello no debe ser entendido como un desacierto ni mucho menos, y es que Dos espías en mi cama posee esa simpatía que se contagia y le acompaña a uno hasta el final del trayecto, como si poco más importara.

La pericia con que se aproxima a los escenarios comunes del género, y concibe secuencias que, por más que fuesen replicadas en un ‹bigger better› tres años más tarde, rebosan frescura, hace del film de Zidi un complemento ideal desde el que continuar indagando en los lindes de un género con un sinfín de posibilidades. Nada como perderse en el film que nos ocupa para dar buena cuenta de ello y, de paso, descubrir la obra que serviría de raíz para uno de los grandes éxitos del cine de acción norteamericano de los 90, que nunca está de más.

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