La alternativa | Dolly Dearest (Maria Lease)

Aunque títulos como Al morir la noche, Magic, Asylum o Dolls ya pusieron en evidencia el potencial terrorífico (y, por ende, comercial) de determinados muñecos dentro del ámbito cinematográfico (como si no bastase con consultar cierta publicidad de juguetes vintage para darse cuenta de lo inquietantes que podían llegar a ser), no sería hasta la aparición de Chucky en Muñeco diabólico que el género explotara realmente el filón de estas criaturas inanimadas que adquieren vida (y apetito criminal) merced a algún espíritu maligno que ronde por ahí. Siendo el célebre pelirrojo el más famoso y carismático de todos los que han aparecido hasta la fecha, no conviene olvidar tampoco sagas de serie B tan psicotrónicas como las de Puppet Master y Demonic Toys, o solitarias anomalías como Pin o Silencio desde el mal, esta última dirigida por James Wan, fanático de las marionetas siniestras y responsable, precisamente, de la incorporación al canon de la muy terrorífica Annabelle en Expediente Warren, antes de que la susodicha muñeca acaparara todo el protagonismo en el spin-off de John R. Leonetti y en la secuela dirigida por el sueco David F. Sandberg, ahora mismo en las carteleras.

Pues bien, en plena fiebre por esta variante juguetona (nunca mejor dicho) del terror que desató la cinta de Tom Holland, es donde cabe situar el germen de Dolly Dearest, la respuesta femenina (imagino que es así como vendieron el proyecto a la productora) a Muñeco diabólico, una modesta serie B que fácilmente podría arrastrar a las salas a los fanáticos de Chucky y compañía. La película, financiada por una compañía pequeña, intuyo que tuvo, pese al olfato exploitation que la animaba, un discreto recorrido comercial, y en nuestro país probablemente se estrenara directamente en el mercado del vídeo. Pero e ahí, en buena medida, su encanto: en esa nostalgia por el terror de videoclub que se percibe en su ADN, de tiempos en los que uno recorría los estantes buscando rarezas con carátulas llamativas sabiendo que, pese a no cubrir los estándares de calidad de una serie A, bien podría hallar una pieza que proporcionara un buen rato de diversión e incluso, quién sabe, alguna que otra sorpresa en forma de delirio o de puro talento cinematográfico eclipsado por una mala estrategia de marketing o por la ceguera del público y los distribuidores.

La encargada de llevar a buen puerto la empresa fue Maria Lease, también coautora del guión, una mujer que se labró su trayectoria dentro del campo del erotismo y la pornografía, bien cumpliendo funciones de script y de actriz de reparto, bien dirigiendo ella misma varios títulos, usualmente bajo pseudónimo. Esta nota, supongo que anecdótica, nos permitiría no obstante tender puentes entre dos universos teóricamente bien diferenciados como son el del terror y el erotismo, tal vez por ser géneros dirigidos al bajo vientre (en un sentido literal o metafórico) y, por ello mismo, prestos a saciar el apetito morboso y dionisiaco del respetable; también, por la misma razón, porque como tal constituyen un caldo de cultivo perfecto para el cine de explotación, que siempre ha sido aquel en el que más fácilmente han florecido estas dos corrientes. Que gente como Jean Rollin, Joe D’Amato, Herschell Gordon Lewis, Roberta Findlay o Jesús Franco hayan trabajado intensamente ambos registros, o que otros como Wes Craven, Gregory Dark o la misma Maria Lease hayan usado el porno como medio para adentrarse en el cine convencional, puede entenderse, evidentemente, como un acto de supervivencia industrial y profesional, pero también cabría ver en ello la certeza de que el erotismo y el terror son, en el fondo, dos caras de una misma moneda.

Dejando a un lado conjeturas personales varias, nos encontramos con una película que captura perfectamente el espíritu del cine de terror de su tiempo, esto es, un cine alejado de la visceralidad e incorrección de las dos décadas previas, tan hábil en su reutilización de una serie de lugares comunes propios al género como, en el fondo, complaciente a la hora de animarlos o de llevarlos más allá de una (grata, pese a todo) funcionalidad, que es la que en última instancia le impide alcanzar cotas más memorables. Dolly Dearest, siendo una película francamente entretenida, sufre de todo ello y acaba siendo relegada a una parcela de molesta intrascendencia pese a lo simpática que pueda resultar a veces, tan cohibida está a la hora de transgredir las pautas del cine de terror más mainstream y derivativo. En cualquier caso, mentiría si dijera que no cumple su función: proporcionar hora y media de entretenimiento barato sin más pretensiones que las de repartir sencillos escalofríos aquí y allá y dejar alguna que otra imagen curiosa para el recuerdo (el rostro congestionado de ira de la muñeca, por ejemplo), aun a costa de bregar en varios pasajes con la sombra de una comicidad involuntaria que nunca llega a suponer un lastre intolerable.

Maria Lease conduce, en general, muy bien la trama, tan lograda en su ritmo como insulsa (por convencional) en su argumento: un demonio ancestral mejicano es liberado de la cripta en la que permaneció atrapado durante siglos para infiltrarse en el cuerpo de unas muñecas bastante chungas, las Dollys del título. Una de ellas acabará en el seno de una familia típicamente americana (el tono de horror para todos los públicos a lo Poltergeist está servido), generando las previsibles situaciones de terror. Lease podía haber sido mucho más gráfica, malvada y creativa en su representación de la violencia, pero en general cumple: hay un par de muertes llamativas, algunos detalles de humor negro aquí y allá (aunque no los suficientes) y un uso bastante acertado de la profundidad de campo en varios momentos puntuales. Ningún recurso resulta particularmente original, pero con todo su directora consigue que el espectador no pierda el interés por la trama en ningún momento, algo a lo que también ayuda la presencia de Denise Crosby, mucho mejor actriz de lo que necesitaba una película de estas características.

En resumen, estamos ante un trabajo que cumple sus muy modestos objetivos, esto es, entretener y divertir al aficionado incondicional del género (entre los que me incluyo), incluso aunque la pobre Dolly no alcance a competir en condiciones con el bueno de Chucky. Sólo un desenlace excesivamente facilón y precipitado amenaza con echar por tierra definitivamente los (discretos, debo admitirlo) méritos de esta simpática y olvidada peliculita que, si no se es muy exigente, bien podrá hacer pasar un rato agradable y ameno a aquellos que buscan una alternativa retro y noventera a la mucho más terrorífica Annabelle.

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