Keeper (Osgood Perkins)

Osgood Perkins capitalizó el éxito de Longlegs con dos nuevos largometrajes en este 2025. La primera, The Monkey, una cinta sangrienta sobre un mono de juguete asesino, y la segunda, Keeper, sobre una casa en el bosque ocupada por entes malignos. El cineasta se niega a encasillarse en un único subgénero, tanteando diferentes caminos y variando su estilo con cada uno de ellos, manteniendo, eso sí, una estética vacía y autocomplaciente que endulza guiones soporíferos, rebosantes a aburrir de tópicos.

En Keeper cuesta encontrar ideas que no deriven de clichés. La casa en el bosque, la mujer que es engañada y posteriormente atormentada, sustos dosificados con metrónomo para mantenerte en estado de alerta, fantasmas con el pelo largo, visiones y una simbología metida con calzador para crear el falso efecto de complejidad. Perkins hace todo lo posible para disimular las trivialidades y estereotipos de la historia, tropezando en el intento y poniendo en evidencia su pugna constante con el texto original. Sus intervenciones, además de ser exageradamente aparentes, tampoco se libran del cliché, formando así un arrebozado de tópicos que impiden incluso el objetivo más básico de cualquier película de terror: el divertimiento. Por lo menos, a nivel formal, Perkins es lo suficientemente efectista para salvar del naufragio a un guion que, en otras manos, hubiera rozado el ridículo. La otra culpable de que esta cita se mantenga a flote es Tatiana Maslany, con quien Perkins ya colaboró en The Monkey. Es admirable la capacidad que tiene Maslany para hacer tragables unas líneas de diálogo absurdas con las que sus compañeros de reparto tienen más dificultades. Los otros aspectos de su interpretación, que no requiere de demasiada sutileza, están a la altura de lo que pide la película.

Tras medio año de empezar a salir, Liz y Malcom hacen su primera escapada fuera de la ciudad juntos. Malcom la lleva a la casa que tiene su familia adinerada en el bosque. Ahí planean quedarse, en solitario, todo el fin de semana. Rápidamente sus planes se frustran cuando descubren que el primo de Malcom, un hombre molesto y engreído, también ha traído a su pareja al bosque, para quedarse en la cabaña de al lado. Liz, a quien el lugar, desde un principio, le ha generado malas sensaciones, se queda sola unas horas, cuando Malcom tiene que acudir de urgencia al hospital en el que trabaja. Entonces, empieza a ser perseguida por una presencia oscura que tanto podría ser producto de su propia imaginación o una aparición sobrenatural.

Con esta premisa empieza el clásico descenso a los infiernos de cinta de terror, culminado, cómo no, con una orgía de sangre, gritos y llantos de las que provocan grandes aplausos en las proyecciones del Festival de Sitges. La película se empeña en crear un entramado de símbolos e imágenes que construyen una mística propia. Un trabajo que solo genera interés cuando no se desvela enteramente. Cineastas como Perkins entienden este concepto, pero no son capaces de llevarlo al extremo. Ese festín final también es gráfico por lo textual y explícito que resulta a nivel narrativo. No te permite salir del cine con incógnitas, interpretaciones o suposiciones. Sabes qué cara tiene el monstruo, sus motivos y su historia. Ese misticismo solo existía para ser profanado, sacarse la máscara y desvelar sus secretos. La sensación de miedo se queda en la sala de proyecciones y la cinta deja claro que su universo es demasiado concreto como para escapar los confines de la pantalla y quedarse en la conciencia del espectador, como sí consiguen otras películas de terror. Keeper tampoco plantea posibilidades temáticas interesantes. Hace pequeñas incursiones que parecen intuir comentarios sobre la maternidad o roles de género, tan inconexas de la totalidad del film que resultan estériles.

Los sustos son eficaces, y la sensación de tensión es permanente, pero, sin planteamientos cautivadores y sin nada para descifrar, Keeper resulta más inocua que aterradora.

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