La directora portuguesa Rita Azevedo Gomes propone en su nueva película una suerte de diario personal dramatizado, en el que interpreta, en una versión de sí misma, a una mujer que está emprendiendo un viaje de regreso a Grecia, después de veinte años. Ahora, acompañada por tres jóvenes, intenta volver a trazar las sensaciones de aquel viaje y reflexionar sobre su relación emocional e intelectual con aquel lugar y su cultura.
Fuck the Polis, cuyo nombre está tomado de un poema escrito por João Miguel Fernandes Jorge, es, sobre todo, un recuento personal. Con una narración críptica y caprichosa, llena de reflexiones sueltas, poemas y textos recitados, recuerdos fragmentados del viaje anterior y un reencuentro con la famosa cantante griega María Farantoúri que une los dos viajes, la cámara de Gomes se dedica a capturar sensaciones sueltas, conformando un diario de viaje lleno de momentos, memorias y pensamientos inconexos que vira constantemente entre el documental y su representación dramática; a nivel visual, también, mezcla las composiciones pulcras y la alta definición de las imágenes actuales con el formato casero de las representaciones, o recreaciones, del primer viaje, conformando un cóctel en el que cada escena se siente una experiencia nueva, aunque todas ellas puedan trazarse a una misma motivación de fondo. Nada en esta obra parece conceder al espectador una estructura consistente, con lo que su visionado resulta desafiante tanto en su forma como en el trasfondo de sus reflexiones, pero en último término su razón de ser es la de poner en imágenes la experiencia vital de la directora y ese intento de conectar su pasado y su presente a través de las visitas al país.
Se puede leer, asimismo, esta película como una reflexión intelectual sobre Grecia; abordando en particular en la identidad y el significado de su legado artístico y cultural, como el punto de origen de una identidad colectiva europea que se ha señalado históricamente. El título de la cinta, que parece sugerir una burla directa hacia esa simbología histórica del lugar como cuna de la civilización occidental, no refleja en realidad un deseo brusco de romper con el relato, sino que las observaciones y reflexiones inconexas de Gomes canalizan preguntas sin respuestas, no sobre el valor inmaterial de su historia sino sobre lo que significa ahora, en un contexto de ruinas y esculturas carcomidas por el paso del tiempo que conviven con la economía del turismo actual en el país. La expectativa del reencuentro con María Farantoúri puede interpretarse, siguiendo esa línea, como la representación del deseo de seguir manteniendo una conexión con esa imagen de Grecia que han legado los libros de historia, y, en cierto modo, de mantener viva una ilusión de atemporalidad, una esencia cultural y emocional.
Pese a ello, y a esa evidente y manifiesta obsesión de recrear sensaciones del primer viaje, Gomes no desprecia en absoluto el presente: quiere observarlo, ahondar en su propia belleza, y disfrutar de cómo es ahora este lugar, con la perspectiva del paso del tiempo. En ese sentido, Fuck the Polis se podría considerar como una película que busca la nostalgia, pero no como una película nostálgica ni anclada en el pasado, sino como una forma de asegurar, de algún modo, su recorrido vital personal; aborda con idéntica belleza y paciencia el pasado y el presente, y se sumerge del mismo modo en la historia clásica y las respuestas modernas, recreándose, a través de los textos que cita durante toda la cinta, en un término medio ambiguo entre las dos.
Todas estas sensaciones y reflexiones, además, resaltan la cualidad del cine de Gomes como un recipiente capaz de albergar muchas otras expresiones artísticas. Tan importantes como los encuadres, el trabajo de cámara y el montaje son la arquitectura y escultura clásicas, la música de Farantoúri o las piezas literarias modernas que recitan los personajes, y el formato del cine le permite contenerlos y darles un espacio y una expresión propia. Esta celebración del arte en toda su variedad y esplendor, sin embargo, puede chocar en mi opinión con la pretensión más personal y modesta del viaje que recrea; y, por ello, considero que la experiencia no funciona del todo al aterrizar su tono marcadamente intelectual y de búsqueda de lo sublime y trascendente en emociones relativamente sencillas e inmediatas, inherentes a una película-diario que, por muy ficcionalizada que esté y muy enrevesada que resulte en su estructura, sigue permaneciendo impulsada por una motivación de expresión personal. En todo caso, como pieza experimental y plenamente libre estructural y narrativamente, hay mucho motivos para fascinarse con esta Fuck the Polis y para discutir sus ideas e imágenes; aunque me quede a deber una conexión más íntima con la perspectiva que está abordando.
