El último padrino (Antonio Piazza, Fabio Grassadonia)

El último padrino cuenta la historia, inspirada en hechos reales, de Catello Palumbo, un político corrupto que tras cumplir una condena penitenciaria de seis años por su conexión con la mafia regresa con su familia con intenciones de levantar de nuevo su pequeño imperio abandonado. Por mala fortuna, sus ambiciones se ven frustradas cuando los servicios secretos le involucran en un caso para encontrar y detener, según ellos, al último gran capo de la antigua mafia italiana. Catello utiliza sus conexiones como padrino del buscado delincuente para intentar averiguar su paradero. Se trata del tercer largometraje de la sociedad formada entre Antonio Piazza y Fabio Grassadonia, y también el tercero de sus relatos que orbita en torno al estereotipado y estandarizado universo de la mafia siciliana. No viven su mejor momento las películas de mafiosos, tal vez igual que el cine del oeste, su punto álgido fue de tal estridencia, tanto por su cualidad artística como por su popularidad, que los cineastas contemporáneos que las intentan replicar apelan inevitablemente a la nostalgia y a la referencia constante. De la misma forma que el gran western acabó con Sin perdón (Clint Eastwood, 1992), el cine de mafiosos parece demasiado consciente de que la fecha de su último aliento está en manos del señor Martin Scorsese, que con El irlandés (2019), por su carácter auto-referencial y su olor a refrito, pareció ponerle punto y final al género.

Piazza y Grassadonia, para sorpresa de pocos, son unos iconolatrías, decididos a perpetuar los clichés temáticos y estilísticos del cine de mafia y que a su vez parecen no haber entendido las claves de su magnetismo. El último padrino genera una sensación de confusión general fruto de la indecisión de sus directores. Se encuentra a medio camino entre un thriller policiaco, un drama y una comedia. Esa mezcla, más que enriquecer la propuesta, causa nauseas y mareo. Los cineastas nunca se decantan por nada y existen incongruencias tonales entre el registro que emplean los actores entre ellos y las decisiones puramente cinematográficas o de guion. No funciona como cinta de suspense porque no existe una expectativa y en todo momento vemos el punto de vista de Matteo, el jefe de la mafia perseguido, reaccionando a los intentos de sus perseguidores. No funciona como drama porque las relaciones entre personajes se ven forzadas y son ejecutadas y construidas con torpeza. Y finalmente, no funciona como comedia porque no resulta graciosa.

Sus primeros treinta minutos parecen diseñados especialmente para confundir. Existen múltiples puntos de vista que a su vez transcurren en diferentes espacios temporales. Los cineastas se muestran poco hábiles a la hora de presentar la película y el embrollo que generan solo se resuelve tras media hora de metraje y media tonelada de diálogo expositivo. Y una vez acomodado, te das cuenta que tanto lío solo servía para distraerte de una línea narrativa simple y francamente aburrida. Esta persecución se articula de la forma menos cinematográfica posible, Catello le manda cartas a Matteo y este le responde. No existe ni siquiera interés por las contestaciones de Matteo porque le vemos reaccionar y mecanografiar la correspondencia a tiempo real. Esta explicitud, acompañada de una interpretación un tanto ortopédica por parte de Elio Germano, eliminan todo el misticismo y carisma que “el último capo de la mafia” debería tener. Y no se trata de la única actuación insuficiente. No existe química ni sintonía entre personajes y parece que cada actor interpreta siguiendo su propio criterio. Pero tampoco se les puede pedir milagros a los actores que tienen que dar vida a unos personajes que parecen engendrados con el único propósito de llenar un molde estereotipado concreto.

En cuanto a lo puramente estético y formal, las pocas decisiones llamativas parecen regirse por la más absoluta arbitrariedad. La cámara cambia de lentes cuando le da la gana, sin responder a criterio alguno, la música utiliza las imágenes como campo de batalla para librar una contienda entre estilos que se contradicen y se superponen y la estética no varía por mucho que cambie, y lo hace constantemente, el contexto temporal de los sucesos. Todo esto solo suma para generar más confusión en una propuesta que parece demasiado hipnotizada por sus referentes como para distanciarse y darse cuenta de su propio sinsentido.

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