Córcega busca un héroe en el que arrojar el sentimiento nacionalista pero también el terrenal y el tradicional, un símbolo que interpretar como raíces para una isla que siempre ha intentado defender su propia identidad. Lo encuentra en Joseph, un cabrero de la costa de Santa Manza, el último que resiste a la especulación de terreno y la masificación turística, que sigue pastando cerca del mar y preparando sus quesos artesanales para venderlos en negocios locales. Es escueto el retrato que crea Frédéric Farrucci para conocer a su protagonista, hombre de pocas palabras centrado en el problema que se le presenta desde el primer momento: quieren sus tierras a cualquier precio. Poco necesita el director para emplazarnos en la actualidad corsa, donde se busca resucitar el independentismo, la mafia se aprovecha del negocio que ofrecen los foráneos mientras el pueblo mira impotente a su alrededor cómo el negocio les come el terreno.
Emplazados en un entorno idílico se crea pronto un thriller con tintes de western en el que Joseph debe huir en ese terreno que tan bien conoce para sobrevivir a sus propias convicciones, unas que le llevan a matar accidentalmente a un pez gordo de la mafia local fuera de plano. Equilibra el mensaje Farrucci más allá de la huida (no sin lucha) de Joseph —interpretado con temple por Alexis Manenti—, pues encontramos en su sobrina la respuesta actual y ajena al lugar del conflicto, ya no solo por el sentimiento personal, también por su protesta pública ante lo que ella no puede tolerar, encontrándose al frente de las redes sociales, defendiendo la imagen de su tío ante el ‹hashtag› “el último mohicano”.
El mohicano refiere la tensión en silencio, transportándonos por los recovecos de una zona aparentemente virgen impregnada de gentrificación. Siguiendo los pasos de Joseph contemplamos modernas piscinas casi idénticas en escarpados terrenos, al mismo tiempo que frondosos bosques o carreteras repletas de coches de matrícula extranjera. Todo ello convive en una Córcega que huele a billetes malgastados y pólvora vengativa. Este último mohicano es una referencia moderna de la supervivencia de clases, una que pasa por destruir la vida de un simple cabrero y, en la necesidad de protegerle de su entorno, arrasar con la integridad de los que le rodean.
No parece interesar darle un enfoque concreto a la problemática actual del lugar, como tampoco a los nuevos incentivos de la mafia. Se aparca el tema como algo que ya se sobreentiende y se centra en elevar la figura del anti-héroe. Quizá lo más cristalino para Farrucci es el papel de Vannina, su sobrina, pues utiliza a la joven para poner en perspectiva a las nuevas generaciones que han crecido apartadas de lo rural pero son capaces de defender, con nuevas herramientas, sus propias raíces. Es curiosa la perspectiva que toma para cada personaje, mientras es lo físico lo que refuerza en Joseph, a Vannina le bastan sus dedos para extrapolar sus pensamientos a todo aquel que quiera seguirla en redes sociales, dando otra forma a una misma lucha.
El mohicano es una película rígida e intimidante, busca la reflexión pero también la creencia de que una leyenda puede fortalecer siempre cualquier demanda cultural, pues el último mohicano puede estar perdido en su huida, pero al mismo tiempo su inexistencia genera la necesidad de mantener el ‹statu quo› de la tierra y las cabras que le prevalecen.
