El día de la muerte de Hemme (Murat Fıratoğlu)

Las estampas de los inmensos campos de secado de tomate donde trabaja Eyüp, protagonista del debut tras las cámaras de Murat Fıratoğlu (que precisamente es quien le da vida), por más que en el título destaque el nombre de Hemme, dan paso a una nueva jornada en la que se mezclan los problemas de insomnio de este último a causa de los mosquitos con el descontento del algunos trabajadores debido a impagos y falta de personal. El día a día bajo un sol abrasador tampoco ayuda, y pronto se producen los primeros enfrentamientos verbales con el capataz por unas duras condiciones que ni siquiera aplacan los minutos a la sombra. Durante esos pequeños descansos, Eyüp continúa solicitando lo que le corresponde mientras discute acerca de una situación precaria. Algo que se agravará cuando se produzca un enfrentamiento entre él y Hemme que no llegará a las manos gracias a sus compañeros.

Fıratoğlu plantea en El día de la muerte de Hemme una propuesta narrativa de mimbres simples, desde la que seguir los pasos de ese personaje contra las cuerdas que poco parece poder hacer para cambiar su destino debido a las condiciones abusivas que confronta y la urgencia de una tesitura que no alberga una solución pronta o fácil. El recorrido, primero en moto y más adelante a pie, hará que en el camino de Eyüp se crucen una serie de personajes que con su influjo otorgan un barniz propio tanto a la narración como al film. El debutante nos sumerge en lo que pudiera parecer una suerte de fábula cuya moraleja es a menudo difusa, por no decir inexistente. Es el transcurso desde el cual se aprehende un camino las veces frustrante; porque si bien algunas paradas o desvíos otorgan al personaje central la pausa adecuada, a menudo dan pie a extrañas situaciones, cuando no directamente incómodas, dejando a Eyüp frente a un reguero de quejas y disquisiciones de las que mayormente no participa.

La urgencia de la realidad del protagonista queda así dibujada en sus decisiones, pero aplacada también por esos instantes de tregua, recorridos por la mesura, que impulsan algunos de los individuos que se va encontrando a su paso. De hecho, todas esas secuencias contrastan con su recorrido por las calles de la ciudad. El montaje, en ese sentido, desaparece prácticamente en los planos sostenidos que dan forma a cada intervalo que matiza el camino de Eyüp; mientras, su itinerario queda encajado entre una maraña de estampas que dan forma al escenario de maraña cuasi laberíntica, constatando el estado de alarma del protagonista en su perpetuo vaivén en busca de una posible solución. Algo que, por otro lado, Fıratoğlu elude tratar, pues no sabremos cual es el objetivo concreto del personaje central más allá de qué le mueve realmente.

No se advierte, pues, una exploración de la faceta psicóloga que habría resultado estimulante pero que su autor elude en ‹pos› de un acercamiento las veces vago, las veces insólito, pero siempre orientado a una mirada terrenal que capta con acierto. Con ello, Fıratoğlu despoja la propuesta de todo artificio aunque en ocasiones recoja una transparencia que puede llegar a ser desconcertante; como si su avance fuese más fruto de la improvisación que de una decisión premeditada. Un rasgo que, a la postre, refuerza su carácter dúctil, otorgando incentivos a un trayecto cuya desembocadura puede resultar frustrante en cierto modo, pero que asimismo recoge una mirada pertinente en los tiempos que corren, donde una parada a tiempo puede llegar a ser algo más que un tiempo muerto, comprendiendo la pausa como un elemento desde el que dotar de un equilibrio a una era donde la urgencia y la prontitud cada vez reclaman un rol más sustancial si cabe.

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