Eddington (Ari Aster)

Me imagino a Ari Aster una de esas noches febriles en la que te desvelas y no se te ocurre mejor idea que empezar a mirar el apartado “para ti” de la red social anteriormente conocida como Twitter en la que, de madrugada, se relacionan comentarios de países que ni siquiera te incumben y temas de los que jamás te has preocupado, generando una escalada de tensión y gatos que, en vez de luchar contra tu insomnio, se alía para fomentar un estado ojiplático ante la deriva de la sociedad. Dos horas después te duermes. Tres semanas más tarde algunos de esos vídeos llegarán a algún programa matutino de la televisión en abierto para ser comentados por personas a las que, inexplicablemente, les pagan por ello. Uno de esos vídeos subirá de nivel hasta ser comentado en las noticias y defendido o vilipendiado en algún pleno de algún gobierno de un país cualquiera. El caso es que ese movimiento frenético del dedo que se traduce en un salto de comentario, salto de vídeo o salto de noticia parece marcar la escritura del guion de Eddington, una bomba de estímulos sin pies ni cabeza que ha escalado del móvil a una pantalla gigante llena de actores conocidos dándolo todo.

Porque esta es la semana de los “psycho-asmáticos”. Dentro de tres semanas se hablará de ella en los programas de entretenimiento.

Se presentó (risas nerviosas) en su momento a Ari Aster como el abanderado del terror elevado y ahora se defenderá su figura como la del experto satírico social. La verdad es que no se encuentran diferencias entre estos dos actos al pasar por sus manos, culpa claramente de las excesivas etiquetas de las que (también) se ríe el propio Aster con cada película-alegato autoril que realiza y así, a través de una de esas obras llena de “ideas” para llamar la atención que resaltan palabras clave y frases confeccionadas a través de ‹brainstormings› vendemotos llegamos, una vez más, a la nada más absoluta, porque somos feos como sociedad y el espejo en el que nos tenemos que mirar es tan grande como el ego de Ari Aster. A favor siempre de los directores con más ego que películas.

Si hay que elegir un film de conspiranoias de cine moderno que tenga que destacar, siempre vendrá a mi cabeza Lo que esconde Silver Lake (David Robert Mitchell, 2018), que no necesita retroalimentación del mundo post-pandémico para retozarse en el fango absurdo del primer mundo, pero Eddington ha nacido en un momento con tanta gasolina para quemar que consigue mantener la llama sin importar el exceso, aunque necesite para ello que algunos se asfixien y abandonen su interés por lo que ocurre en algún momento. Un punto a favor es que Joaquin Phoenix es capaz de soportar cualquier tipo de personaje aberrante que le planten delante. Hay un momento concreto que su iracunda mirada mientras camina hacia su propio fin del mundo te hace pensar que puede con todo, ni siquiera necesitas plantearte qué habría hecho Nicolas Cage en su lugar, así ya está bien. Phoenix hace de persona con mecha para prender y, en vez de mechero, tiene un puesto de trabajo con relevancia y una pistola. Con esa base e incesantes impulsos colectivos en un pequeño pueblo con banda ancha de gran calidad y aspecto visual de ‹atrezzo› donde componer esta obra teatral viralizada, Ari Aster promueve todos y cada uno de los escenarios revulsivos —socialmente hablando— del 2020 para crear un diálogo vacío, o lo que es lo mismo, norteamericanos claramente involucrados en temas muy concretos que para nada dominan, temas que defienden por motivos inanes hasta convertirse en verdaderos abanderados de los mismos, que en pantalla sobreviene como un montón de gurús hablando al mismo tiempo a la espera de saber a dónde nos va a llevar tanto frente abierto.

El resultado es sustancioso, irregular y provocador, una especie de “elige tu propia aventura” que sí consigue aferrarse a la sorpresa pero que no se convierte en lo más impactante. Del barro solo se puede sacar más barro y Aster es visualmente elegante hasta cuando se mofa de todo el mundo, pero lo de plasmar el contenido en papel no es siempre su fuerte, porque el chiste se escribe solo cada vez que hay que hacer que América brille de nuevo, al menos visto desde fuera sin una afectación directa. Voy a utilizar el blasfemo ejemplo de Torrente, que en España ha sido el héroe hasta que se han dado cuenta sus seguidores que el personaje era realmente una mofa contra y no en favor de su absurda existencia; en USA una película así puede tener ese espíritu contradictorio al encontrar su discurso reflejado y ver después cómo todo no encaja y la motivación es tan vacía como el resultado, quedando desheredados los súbditos, vilipendiados los líderes y señalado el mensajero. Pero Eddington se percibe aquí como un hecho externo, el ‹reel› de medianoche que miras pintorescamente y que depende, en cierto modo, de la simpatía que genere el realizador para que te parezca efervescente o tramposa, sorprendente o totalmente inane. Al final esta colección de calificativos son igualmente válidos cuando todo cabe en tu película y el resultado tiene tanto de verdad como de farsa absoluta. Aster, el estafador. El límite se encuentra en la perfección de los involucrados, no hay un pero a la ejecución de la falsa crítica de Aster —siempre que tengamos en cuenta que la perfección no existe—, pero Eddington es una película muy lejana al sentimiento de complacencia y el debate que debería generar no llega a ningún lado, bien porque es todo tan evidente que es innecesario, bien porque todo cortocircuita en algún momento y el relato es entonces innecesario. Vaya, la ecuación tiene un bucle. Ahí es donde triunfa o falla estrepitosamente, y nos devuelve una y otra vez al “elige tu propia aventura” que genera una serie de debates diferentes: vuelve al terror, deja el cine, dame más que me lo quiero meter en vena. Pero como no pienso participar en esa conversación, me aferro a que existe en la película una escena en la que me dio un ataque de risa porque sí, ponemos el icono de manitas en el aire como diciendo ‹je ne sais quoi› —que nunca, nunca se nos olvide que Aster es considerado ‹auteur›, igual ya es mayor para ‹enfant terrible›— y seguimos deslizando el dedo por la pantalla hasta que se haga de día otra vez.

¿No he dicho nada relevante de la película? Un poco lo que le pasa a Eddington, pero ha sido entretenido llegar hasta aquí.

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