Hay una querencia en nuestra mirada como cinéfilos por compartir aquello que nos apasiona y representa en el séptimo arte, otorgando una perspectiva desde la que no sólo realzar aquellas obras o cineastas que conforman nuestra cinefilia y muy probablemente nos hayan marcado como espectadores, sino también transmitir las implicaciones que posee para cada uno de nosotros el cine como instrumento y arte al mismo tiempo. Una forma de ver y sentir que, como es obvio, se traslada a aquellos que están tras las cámaras: no deja de haber una cinefilia implícita en pensar y hacer cine, hecho que han trasladado no pocos cineastas a través de obras que suelen apoyarse en esa nostalgia y melancolía que reviste cada experiencia, manifestada por una juventud que les vio crecer ante la pantalla.
Arnaud Desplechin regresa con Cinéfilos a ese terreno emotivo pero en ocasiones comprometedor: porque volver sobre los propios pasos despierta en ocasiones una suerte de sentimentalismo exacerbado que no siempre llega a buen puerto. El cineasta francés, que retoma la figura de su ‹alter ego›, aquel Paul Dédalus al que volvía hace unos años en Tres recuerdos de mi juventud —y cuyo particular periplo cinematográfico se inició a mediados de los 90 en Comment je me suis disputé… (ma vie sexuelle)—, propone no obstante un ejercicio que se aleja de aquella nostalgia apolillada que han exhibido no pocos autores. Combinando, pues, fragmentos que apelan al documental —tanto recogiendo testimonios de cinéfilos de a pie como entrevistas de Desplechin con figuras que considera importantes en su formación—, así como partes ficcionadas —las que se dirigen al periplo del mismo Dédalus—, estamos ante una obra que, además de volver sobre esas estampas generadoras de emociones, el cineasta francés propone un cauce reflexivo mediante referencias a distintos autores y una constante revisión acerca de diversos aspectos que constituyen el arte cinematográfico.
Acompañada por una banda sonora omnipresente que, sin embargo y lejos de subrayar, resigue de forma tenue el compás de las imágenes, Cinéfilos propone mucho más que un viaje al corazón de esas secuencias que nos constituyen, que nos enamoran. Es, además, una obra que confronta con madurez el torrente que componen todas y cada una de esas viñetas, logrando por momentos alcanzar una fluidez cuya armonía acompaña tanto la perpetua voz en ‹off› del cineasta como un montaje que se adecua al ritmo de cada pensamiento. Desplechin logra con ello precisamente su objetivo: una suerte de fascinación recorre imágenes quizá (algunas de ellas) ajenas para los espectadores a la par que propone una introspección que no se ciñe a resaltar su valía, sino a unirlas bajo la capacidad de sugestión que su autor considera que poseen.
El seguimiento de esos fragmentos que ponen a Dédalus en el foco, otorgan además una mirada no exenta de cierto romanticismo —para con el cine; como cuando Paul se queda a solas con Sylvie en la cabina de proyección, pero ignora cómo le observa, atónito por las imágenes esculpidas sobre la pantalla—, y que lo prolonga además a cada recoveco de la sala —la primera visita de un pequeño Paul al cine arranca, mientras da inicio el film, con una ojeada a la parte trasera, de donde brota la luz del proyector, mientras su abuela le sugiere que no es ahí a dónde tiene que mirar—, pero que expande su prisma en torno a un aprendizaje desde el que aprehender lo visto. Porque, como apunta de forma pertinente el propio Paul Dédalus, «El cine es una pregunta, no una respuesta. Es una forma de cuestionar el mundo». Y, por ende, así lo entiende y comparte un Desplechin que ve más allá de una añoranza que puede servir como catalizador, pero huye de la complejidad y riqueza de un arte que también hay que saber interpretar más allá de lo obvio y primordial.

Larga vida a la nueva carne.