Una novela con tintes contemplativos capaces de describir su naturaleza con detalle es todo un reto a la hora de reinterpretar esas sensaciones en imágenes hasta conseguir convertirla en una película. Damir Karakaš lo puso en papel en la novela corta Celebration y Bruno Anković debuta en la dirección con este reto, donde el contexto histórico es meramente una anécdota bajo la frondosa mirada de la región de Lika, en el centro de Croacia.
En una historia alimentada por un paseo inconcreto por el tiempo, las estaciones se suceden aleatorias a lo largo de la vida de Mijo, al que descubrimos por primera vez impregnado por la hierba, lluvia y barro del bosque que colinda con su hogar. La cámara se mueve nerviosa para imbuirnos en ese estado de alerta e inseguridad en el que se encuentra en la actualidad el personaje principal, escondiéndose para sobrevivir tras la guerra. Partimos así en un viaje al pasado desde 1945, que nos invita a conocer la realidad vivida por Mijo desde su más tierna infancia en momentos muy concretos, a través de ‹flashbacks› que nos ofrecen un fondo para los habitantes de una apartada zona rural, donde prima subsistir frente a la pobreza, alimentados por la naturaleza, compaginando los designios de unas autoridades solo presentes para su propio beneficio.
Con apenas unas pinceladas expuestas en una conversación sobre esa celebración que ha llevado a Mijo a las montañas, pronto se puede advertir que es quizá lo menos importante de la historia. Una cuidada fotografía y esa clara intención de mostrar sin tabúes la cotidianidad más escarpada crea en Celebration una mirada expresiva del entorno y calidad de vida, al centrarnos en situaciones capaces de marcar con fuerza el carácter del joven, sobreponiéndose a pequeñas catástrofes imperecederas y tan silenciosas que no fomentan el drama más allá del pequeño núcleo familiar. El hambre, la muerte, la decepción, la algarabía nacionalista: todo un cómputo de casualidades que conforman un destino concreto para Mijo, un buen hombre en apariencia cuya vida siempre estará marcada por esa región en la que ha crecido.
El adulto piensa en su adolescencia, en su más tierna infancia, en los días previos a su matrimonio donde esa cámara en mano pasea por los misterios de la naturaleza y enfrenta las injusticias de la propia vida, quitando importancia a diálogos capaces de expresar con poco la rudeza de tiempos tan aciagos previos y posteriores a los movimientos belicistas que definen la Croacia de entreguerras, en un retrato que incomodará a compatriotas por su franqueza a la hora de perfilar las creencias y militancias que se hicieron llegar a tan pequeños núcleos. Sí, el fascismo católico de la Ustacha también puede formar parte de una mirada bucólica hacia lo rural si se examina con detenimiento.
Bruno Anković elige pues un discurso calmado y visual capaz de enfatizar a través de sus cuatro partes y un único personaje principal la existencia de toda una región, la causa y consecuencia de un sentimiento compartido, la asfixia de un don nadie frente al conflicto de una masa que no conoce el espacio pero sí aplica unas normas. La película emite la temperatura en sus colores de cada estación del año en la que se suceden los episodios, creando una evolución emocional acorde al espacio en el que todo ocurre. Descubrimos así el precio de una pequeña extravagancia en un ambiente festivo que ni siquiera necesita ser plasmado en pantalla para que obtenga su propio significado a través de los múltiples pasajes que comparte con nosotros. El sentido de pertenencia de Mijo es todo lo que necesitamos conocer para valorar Celebration y esa inocencia ajena a la realidad en la que debe subsistir, sin necesidad de un desenlace, siendo nosotros conocedores del paso del tiempo más allá de ese otoño de 1945 en el que el bosque daba cobijo a un solo hombre.









