Black Phone 2 (Scott Derrickson)

En época de sobresaturación, reciclaje de temáticas y regurgitado de clásicos varios, en pocas ocasiones se antoja una buena decisión volver sobre los pasos del enésimo ‹hit› del cine de terror actual; incluso teniendo tras de sí a sus principales responsables, resulta cuanto menos problemático que cineastas capaces de regenerar el panorama con ideas, si bien no propias, cuanto menos con una vocación de trasladar el género a escenarios no reformadores pero sí refrescantes —y algo de esto tenía Black Phone—, deban volver sobre sus pasos para continuar desarrollando proyectos más personales.

No sabemos si es el caso de Scott Derrickson, que vuelve a firmar el guión junto a C. Robert Cargill —un ya habitual suyo desde Sinister—, pero sin duda debería dar que hablar; y ya no a raíz del resultado de su nuevo largometraje, esta Black Phone 2 donde el realizador demuestra por qué es uno de los grandes cineastas de género de la actualidad: se podría tildar de continuista a Derrickson en cuanto a estética se refiere, dando pie a ese granulado ya reconocible en su cine desde precisamente desde la citada Sinister, pero al mismo tiempo sabiendo emplear dicha estética para (re)formular una atmósfera muy característica que sirve casi como herramienta articular. Son, de hecho, las transiciones entre la realidad de los personajes y esas pesadillas en las que se fundirá Gwen, hermana de Finn —el protagonista de la primera parte—, uno de los elementos más interesantes del film, permitiendo reubicar los lindes del universo ya explorado años atrás. Esta suerte de dislocación, ya no surge únicamente como motivo narrativo, sino también ayudan a desarrollar esa citada atmósfera un horror que podría ser mucho más sinuoso, aunque choque con algunos de los recursos empleados. Como comentaba, no obstante, el debate debería llegar más lejos de las aptitudes de Derrickson como cineasta y del resultado que cada cuál concluya tras ver Black Phone 2, arrojando preguntas tan obvias como si en realidad esta saturación es beneficiosa o más bien al contrario.

Es, de hecho, uno de los ingredientes desfiguradores del film, el que nos podría llevar a pensar hasta dónde Black Phone 2 es el film que podría ser o cuyo potencial indica que debería ser. Ya no se trata tanto de filias y fobias, y es que si el de Denver buscaba orientar su relato en torno a la forma en que afrontamos el trauma con una clara vocación en torno al elemento familiar, ¿cuál es la razón de desplegar una serie de ‹jump scares› tan estériles como obvios y de apelar a un conato de de gore inofensivo? Probablemente, las causas estén más en aquello que demanda el fan del género a día de hoy —basta con ver el último acto del The Home de James DeMonaco—, que en cualquier motivación que se pueda extraer del film.

De este modo, y si Black Phone 2 consigue exponer los alicientes desde los que continuar extendiendo el relato de Finn y su hermana en una secuela, siendo capaz de aportar perspectiva, de reubicar sus piezas y de transitar caminos colindantes —por más que, en efecto, no deje de reflejarse en títulos que cualquiera podría referenciar fácilmente—, su ineficaz lectura de los códigos del género termina por dar al traste con las posibilidades de una obra tan bien ejecutada como consciente de su lugar.

La dirección de Derrickson aporta fuerza y personalidad al conjunto, pero sus deslices en la escritura —que no se encuentran solo reflejados en esa disonancia entre forma y fondo, también en la inclusión de personajes que fuerzan su línea discursiva— hacen que el resultado final se encaje en un terreno medio. ¿Meritorio? Sin duda, en especial teniendo en cuenta que el cineasta partía de un film cerrado y concluido; pero al mismo tiempo alejado tanto de aquello que puede llegar a aportar su autor al terror contemporáneo cuando el foco se pone sobre ideas más claras y concisas que (a fin de cuentas) alimenticias.

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