La nueva película de la directora portuguesa Margarida Cardoso aborda el pasado colonial de su país desde la perspectiva de Afonso, un médico que a inicios del siglo XX presta sus servicios en diferentes regiones del África colonial. Afonso llega a una plantación en la isla de Príncipe para tratar una misteriosa enfermedad que está acabando con la vida de varios esclavos: el “banzo”, o nostalgia extrema, que les lleva a suicidarse o a morir de inanición. Con una filosofía humanista e influido por las atrocidades observadas en otros lugares, el médico decide indagar para comprender las motivaciones de los esclavos, pero sus esfuerzos se ven obstaculizados por las barreras lingüísticas y emocionales y, sobre todo, por la visión condescendiente y profundamente racista de los hacendados.

Pese a que ya han pasado al menos cincuenta años desde que la mayor parte de África —incluidas las colonias tardías de Portugal— se constituyese en los Estados independientes que conforman el continente en la actualidad, el colonialismo continúa siendo un tema muy controvertido en las antiguas potencias europeas, y la manera de tratarlo refleja, con frecuencia, vicios arrastrados e incomodidades, y la sensación de no saber cómo enfrentarse a heridas que continúan abiertas de un pasado que es a su vez socialmente lejano e históricamente reciente. Por ello, Banzo es una propuesta atrevida por siquiera acercarse a una temática como esta, pero la controversia está en su premisa, porque es Afonso quien vehicula la trama y guía las reacciones y emociones del espectador. Cardoso utiliza hábilmente a este personaje para observar desde una posición privilegiada las relaciones de abuso y despotismo de la época colonial, permitiéndole un cierto margen de réplica sobre las mismas. El problema es que ya se han realizado muchas obras fantaseando con una suerte de reparación moral histórica a través de personajes que desde el privilegio se muestran un poco más rectos y empáticos que los demás, y en ese sentido la película no solo llueve sobre mojado, sino que cae ella misma en el estereotipo del colono salvador frente a unas víctimas que todavía no tienen una voz propia.
El hecho de tener una premisa problemática, incluso desde una perspectiva bienintencionada y clara en la denuncia, genera una disrupción de la que la película nunca se libera del todo. Sin embargo, sería injusto no reconocer que, al menos, Banzo muestra una cierta autoconsciencia al respecto, sobre la posición real de Afonso y su condición de colaborador necesario en un régimen que no está realmente interesado en cambiar, sino en hacerlo digerible; en ese sentido, es bastante iluminador el relato que el personaje hace sobre las atrocidades del Congo belga, y cómo estas experiencias condicionan sus expectativas: entender a los esclavos, tratarlos bien y con algo de dignidad, son cosas que se pueden hacer desde una mentalidad de base colonial, sin quebrar el sistema. Y, en ese sentido, la cinta es apropiadamente sombría y pesimista durante gran parte de su metraje, exponiendo las limitaciones de la cruzada del protagonista, al menos hasta cierto punto.

Si ese cierto punto es suficiente es debatible, pero a mí me parece que la película se tambalea ideológicamente, en particular, en su parte final, en la que el personaje de Alphonse, un fotógrafo liberto que frecuenta la plantación, recibe el encargo de Afonso de fotografiar e incluso de escenificar las condiciones de vida en la hacienda con el propósito de crear conciencia sobre estas. Se puede entender que las tramas de varios personajes queden narrativa y emocionalmente inconclusas, porque este no es el tipo de historia en el que el oprimido tiene espacio para reivindicarse, no es una trama heroica sino el recuento de unas relaciones de abuso inescapables. Lo que no se entiende es que, en vez de tomar esto como una denuncia válida y poderosa en sí misma, exponiendo la anulación efectiva de las voluntades de estos personajes, de sus raíces culturales y de su expresión emocional, la búsqueda de una justicia poética haga que Cardoso termine reivindicando a las víctimas a través de la figura del colono piadoso o del liberto desclasado, es decir, que acabe por entender su sufrimiento no por ellos mismos sino en la medida en que eso favorece a un relato adaptado a la conciencia del opresor.
Banzo es, con todo, una película eficaz e inmersiva, y, en particular, está excepcionalmente bien fotografiada, aprovechando los paisajes y la vegetación de la isla al máximo y reflejando con eficacia los abusos continuados y la completa anulación de la humanidad de los esclavos mediante una ambientación permanentemente melancólica y casi fantasmagórica. Asimismo, en su tratamiento de la realidad colonial y las dinámicas de opresión es, al menos, consciente de su gravedad, lo cual asegura que cumpla unos mínimos que no siempre están presentes. Pero, precisamente por esta gravedad, considero que no se puede pasar por alto y se deben seguir discutiendo los aspectos a los que no llega y las carencias representativas importantes que arrastra, de cara a que los retratos futuros de la colonialidad, incluso si surgen de la culpa histórica europea y no de las voces nativas, sean cada vez más pertinentes y menos condescendientes con este pasado incómodo.







