Baja de paternidad (Alissa Jung)

Baja de paternidad (Paternal Leave, 2025) ha estado en mi radar, más o menos, desde que apareció en el panorama fílmico de este año. Por supuesto, le perdí la pista, pues la cabeza de un servidor servirá para muchas cosas, pero para estar al tanto de noticias y estrenos, no. De todos modos, la película y yo nos hemos reencontrado; sin embargo, muy en sintonía con los temas de la película, dicho reencuentro no es tan dulce como a ambos nos gustaría.

Hay que decir, como remarco siempre que sucede, que esta es una ópera prima. En una mano balanceo el no aflojar los golpes, valorando la película sin trato de favores, y en la otra mi desprecio absoluto a esta suerte de “prisa” social que impera actualmente, donde todo, en especial el arte, se aprecia según la métrica de los deportes y si no despuntas en tus inicios, mejor dedícate a otra cosa. Un equilibrio delicado, pero haré lo mejor que pueda por mantenerlo. Teniendo en cuenta lo anterior, y si algo demostró Clint Eastwood el año pasado con Jurado #2 es que este oficio es una carrera de fondo, Alissa Jung, directora de la obra que aquí nos reúne, no tiene de qué preocuparse, ni tampoco por qué bajar la guardia, pues hay mucha pista que recorrer todavía.

Mi principal problema con Parental Leave es que, pese a que sus temas son serios y dramáticos, no consigo empatizar con ella; es más, creo que lo hago por lados y frentes que la obra no contempla, o como mínimo no prefiere. Mi malestar tiene nombre, y esa es Leo, la joven protagonista del filme interpretada por una más que solvente Juli Grabenhenrich. Las carencias en lo referente al personaje no creo que vengan de la mano de la intérprete, sino de una falta de profundidad en el texto y, sobre todo, de un contraste constante con el personaje paterno de Luca Marinelli. Porque tener un personaje desdibujado es una cosa, pero pasearlo al lado de alguien con más trasfondo solo me hacía pensar, en casi todas las escenas, ¿por qué el protagonista no es el padre?

Entrando en spoilers sin censura alguna, hay una laguna dramatúrgica importante y es la vida personal de Leo. La chica, pese a tener una personalidad definida, aparece en el filme desde un vacío, sin una realidad a la que volver o que esté poniendo en juego con sus acciones. Paolo, su desaparecido padre, por el contrario, se encuentra en pleno proceso de, irónicamente, enmendar errores del pasado, entre los que no se encuentra la crianza de la protagonista. Así se formulan dos figuras, donde la disruptora es Leo y el que intenta controlar el incendio, Paolo; y allí nos encontramos como audiencia y, si bien la chica tiene todo su derecho a sembrar caos en la vida de su padre ausente que nunca se dignó a, siquiera, escribir por los cumpleaños, a quien acabo conociendo, entendiendo, de quien me acabo apiadando, es del hombre que realmente parece intentar mejorar. Si al menos empezáramos la historia desde el barco de Leo, notando la ausencia terrible de un padre, antes de salir en su búsqueda, quizás nunca nos bajaríamos de allí, pero solo vemos a una adolescente abandonando a su madre, que no aparece más que en llamadas, y un mundo a sus espaldas tan poco definido como importante.

A este suceso de empatización no ayuda que Leo y su principal aliado, Edo, un muchacho del pueblo italiano donde la chica ha encontrado a su padre, son terriblemente adolescentes. Más allá de la tirria natural que me pueda generar el fragmento más corto, más explosivo y más vergonzosamente tierno de la vida de cada persona, lo que tienen estos muchachos es que, si bien sus problemas existen y son válidos, poco pueden competir con los de la vida del adulto. Lo anterior sumado a lo poco que conocemos el trasfondo de los padres de Leo, que cuando algo sabemos es de boca de Paolo y que este, encima, parece haber obrado mal, sí, pero con humildad y coherencia; de golpe los polos positivos y negativos parecen intercambiarse.

Aún así, la cinta no es un naufragio, ni mucho menos. El drama es inteligente y bien planteado, los caminos que vamos forjando en nuestra vida tienden a cruzarse en contra de nuestra voluntad y esto es algo que Alissa Jung entiende muy bien, además de saber utilizarlo como arma contra sus personajes, en especial Paolo. Las situaciones que este planteamiento presenta son, como mínimo, interesantes y en ningún momento se deja de sentir que haya algo en juego, aunque esto sea la vida personal del padre y no la de la protagonista. La moral de la cinta, si bien es clara, se transmite de maneras indirectas, siendo a la vez una obra comprensiva con la complejidad emocional humana, donde un padre que pone la mano encima de un hijo no es directamente un demonio, pero a su vez realizando un último giro que, a la hora de escribir estas palabras, no sé del todo cómo tomar.

Toda esta charla sobre el guión me ha distraído de tocar la forma, lo cual es recriminable como mínimo, e incluso aceptaría la pena capital de buen grado, pero voy a intentar enmendarlo. La obra es funcional aunque para una primera película me nace del corazón exigir mayor riesgo; las formas son muy convencionales y eso lleva a una obra audiovisual funcional, que cuenta bien sus situaciones (aunque el trabajo de sonido, como es costumbre, deja que desear) pero que hace notoria la carencia de oficio de la directora, cosa poco criticable siendo este su primer trabajo como tal. En especial me parece desafortunada la paleta de colores de la película, pues se trata de una escala muy grisácea que se va algo del tono de una cinta que, ni es tan dramática, ni necesitaba esta homogenización cromática.

Con todo, Parental Leave acaba siendo una obra muy sintonizada con su personaje paterno. La obra, como Paolo, demuestra hacer lo que puede con lo que tiene, con buenas intenciones y propósitos, simplemente algunas cosas no salen tan bien como creíamos. A veces una persona, o una película, no es tan fácil de querer como esperábamos, pero la vida es así, y quizás así tenga que ser.

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