Amar bajo las espinas se inscribe en el cine romántico contemporáneo desde una perspectiva que conjuga lirismo, contención emocional y una lectura social delicada pero firme. No se trata únicamente de una historia de amor, sino de una exploración íntima sobre cómo el afecto se ve modelado —y en ocasiones constreñido— por los marcos culturales, familiares y simbólicos que configuran la vida cotidiana. Estrenada con notable reconocimiento en el Festival de Sundance, donde fue distinguida con el Premio del Jurado en la categoría World Cinema, la película consolidó desde su debut una recepción crítica atenta a su sutileza formal y a la honestidad de su propuesta narrativa. Su posterior incorporación al catálogo de Filmin como uno de los estrenos destacados de enero de 2026 confirma su circulación dentro de los circuitos de cine independiente de alcance internacional.

La trama gira en torno a Anand, un hombre de poco más de treinta años que, tras la muerte de su padre, regresa a su comunidad rural natal en el oeste de la India. Este retorno, que en otros relatos podría funcionar como un mero recurso dramático, adquiere aquí una densidad simbólica particular. Volver implica enfrentarse a un entramado de gestos, silencios y normas no escritas que estructuran la vida comunitaria: la familia extensa, el peso del linaje, las expectativas sociales y la memoria compartida. En este contexto, el reencuentro con los orígenes no es solo físico o geográfico, sino profundamente emocional, y abre una grieta por la que emerge una historia de amor ‹queer› marcada por la fragilidad y el riesgo.
Desde el punto de vista narrativo, la película convierte ese regreso en el detonante de una transformación interior. Anand no vuelve como quien regresa a casa, sino como quien se reencuentra con una versión de sí mismo que ya no encaja del todo en el lugar que lo vio crecer. El amor que surge —o se reactiva— en ese espacio rural no se presenta como un gesto de ruptura estridente, sino como una forma de resistencia silenciosa. La tensión dramática no proviene de grandes confrontaciones, sino de miradas esquivas, de tiempos compartidos en espacios liminales, de la necesidad constante de medir cada palabra y cada gesto.
Rohan Kanawade, quien además de dirigir participa en el guion, articula el relato con una economía narrativa notable. Su cine rehúye la explicación excesiva y confía en la capacidad del espectador para leer entre líneas. Los personajes se definen menos por lo que dicen que por lo que callan, y el entorno rural no funciona como simple telón de fondo, sino como un organismo vivo que observa, condiciona y, en ocasiones, oprime. La cámara se mueve con respeto, casi con pudor, registrando la intimidad sin invadirla, y permitiendo que los cuerpos encuentren su propio ritmo dentro del encuadre.

La puesta en escena destaca por su sobriedad. La fotografía equilibra lo contemplativo y lo expresivo, con una atención especial a los paisajes, a la luz natural y a los espacios domésticos. Casas, campos y caminos se convierten en lugares cargados de sentido, donde cada objeto parece tener una historia previa y una función social concreta. El diseño de sonido refuerza esta inmersión sensorial mediante la presencia constante de ruidos cotidianos: conversaciones lejanas, animales, viento, pasos sobre la tierra. Todo ello construye una atmósfera en la que lo íntimo y lo colectivo coexisten de manera inseparable.
Uno de los aspectos más logrados de Amar bajo las espinas es su capacidad para mostrar cómo el amor se vive de forma distinta según el entramado cultural que lo rodea. Aquí, el afecto no es una experiencia puramente privada, sino algo que se negocia constantemente con el entorno. La tradición no aparece como una entidad monolítica o caricaturesca, sino como un conjunto de prácticas y creencias que ofrecen, al mismo tiempo, sentido de pertenencia y límites difíciles de transgredir. En este equilibrio precario se mueven los protagonistas, conscientes de que cada elección personal tiene resonancias que van más allá de ellos mismos.
La película trata cuestiones de identidad sexual, cambio y continuidad generacional sin caer en el discurso programático. Su fuerza reside precisamente en mostrar cómo las grandes preguntas sobre la libertad y el deseo se encarnan en decisiones mínimas: quedarse o marcharse, hablar o callar, aceptar o resistir. La experiencia afectiva de los protagonistas se despliega con una atención minuciosa a la complejidad de los vínculos humanos, evitando soluciones fáciles o desenlaces complacientes.

La recepción en festivales internacionales sugiere un interés crítico por este delicado equilibrio entre lo íntimo y lo social. Amar bajo las espinas se posiciona así como una obra relevante dentro del cine romántico internacional contemporáneo, no por su espectacularidad, sino por su capacidad para escuchar los matices de una experiencia amorosa situada en un contexto específico y, a la vez, reconocible a escala global.
Como propuesta cinematográfica, la película se percibe como formalmente austera y emocionalmente resonante. Su tratamiento del retorno, del afecto y de la identidad ofrece una reflexión sostenida sobre los riesgos y las libertades del amor en contextos que no siempre lo facilitan. En suma, Amar bajo las espinas dialoga con las formas clásicas del género romántico, pero las reconfigura desde una sensibilidad actual, discreta y profundamente humana, recordando que amar, en ciertos lugares y circunstancias, sigue siendo un acto que exige coraje y paciencia.







