Blue Heron (Sophy Romvari)

Uno de los debuts más destacados del panorama de festivales de este 2025 ha sido el de la canadiense Sophy Romvari, curtida en mil batallas en el mundo del cortometraje (su Still Processing gozó de un enorme éxito que la llevó al Festival de Toronto), campo en el que ha ganado una enorme repercusión lo que ha provocado que su ópera prima en el largometraje, Blue Heron, haya sido una de las obras más esperadas del presente año. Desde su estreno mundial el pasado mes de agosto en el Festival de Locarno, Romvari ha recibido los esperados halagos por una película en la que ha demostrado sostener en narrativa una enorme sensibilidad emocional, dentro de la mirada al pasado de una problemática familiar que ha marcado el origen y presente de la protagonista femenina del relato. Ella es Sasha, una niña de ocho años cuya familia migrante se traslada a vivir a la isla de Vancouver, en la búsqueda de un nuevo comienzo; el periodo de adaptación y el inicio de una nueva vida se ve paulatinamente empañado por el perturbador comportamiento de Jeremy, estancado en una adolescencia problemática y rebelde, lo que acaba marcando la vida familiar en un drama que apaga esas llamas de esperanza ante ese nuevo comienzo.

Con una sensacional narrativa que apuesta por la cercanía a la hora de proyectar los entresijos familiares, y más aún situándonos en la perspectiva de la infantil protagonista, Blue Heron se envuelve de un aura de enorme sensibilidad gracias a su cinematografía cercana y agradable, que paulatinamente se encorseta en el drama para dar entereza a claros cimientos emotivos que presenta el relato. Comienza con una narración convencional sumiéndonos en las entrañas del día a día, momento en el que la cineasta converge en una historia actual (el drama familiar se ambienta en los 90) que se adosan al conjunto creando una mirada heterogénea que en posteriores actos alcanzará un importante significado. Blue Heron expone los hechos bajo una concepción visual y narrativa pausada, con pildorazos de perspectiva contemplativa, donde los pequeños detalles edifican una situación familiar de adaptación a lo desconocido al mismo tiempo que emerge un exponencial obstáculo ubicado en el personaje del adolescente problemático. Lo que en un principio es cotidianidad luego tergiversará en drama, y Romvari mantiene la calma escénica otorgando una creciente heterogeneidad sensorial a su película donde incluso se permite adherirse a las estéticas del documental, siendo imposible obviar con un puñado de escenas dramáticas en las que el sentido por la imagen y el sonido demuestran una madurez creativa altamente impropia de una ópera prima.

A medida que las dos narrativas confluyen, en la película se cimientan un puñado de reflexiones acerca de la identidad, el recuerdo vital y la inmersión en el trauma pasado. Romvary muestra un caramelo envenenado al meternos de lleno lo que previamente tan sólo eran sutiles pistas: la incursión en la película de una Sasha adulta (con una increíble interpretación de Amy Zimmer), que en medio de un enfoque de fábula cronológica acaba interactuando con su pasado mientras asistimos a su día a día como asistente social. El enfoque de inocencia de la niña adquiere un complemento perfecto para que la película torne del drama a la reflexión dramática, donde Romvari discurre a través de la infancia y su mirada inocente, complementándolo con un relato acerca de la deformidad y superación de los recuerdos. Pero, a pesar de la dramática puesta en escena de la primera línea argumental y la emotiva vuelta a ellos desde la madurez, la película se degusta como un ejercicio audiovisual excelso, donde imagen y sonido aportan un continente que permiten entrar en la obra hasta sus vísceras.

De Blue Heron se pueden extraer unas conclusiones que ya se adivinaban con las previas propuestas de su directora; confirma en el largometraje una madurez inesperada ante la franqueza escénica con la que la película expulsa una enorme rotundidad emocional, que hasta por momentos (tema musical de Brian Eno mediante) acaba alcanzando la sinergia sensorial. Siendo una propuesta que pretende analizar y estudiar los recuerdos como un vehículo de auto-comprensión, es una ópera prima que se desnuda ante sus propósitos de alcanzar diversas líneas escenográficas y se atreve a convertir sus objetivos conceptuales en toda una experiencia que se adhiere a la cinematografía más natural, y con una complejidad de discurso que nos deja a Sophy Romvari como una voz que ya es indispensable en el panorama actual.

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