A árvore do conhecimento (Eugène Green)

Eugène Green volvió a ser parte de la programación del festival que le vio ganar en 2017, año en el que En attendant les barbares se alzó con el premio principal del FICX. En esta ocasión presenta A árvore do conhecimento, una fantasía dramática que utiliza la orografía urbana de Lisboa para proyectar una fábula que traza diferentes aspectos de toque fantástico, unido a una dramatización social y un componente oscuro y transgresor en sus extravagantes formas. La película cuenta la historia de Gaspar, un adolescente oriundo de la Lisboa más ‹underground› que decide encontrar sentido a su día a día yéndose al centro de la ciudad, epicentro de la eclosión turística que vive la capital portuguesa; será allí en la que se encuentre con un misterioso personaje llamado Ogre, una especie de figura espectral que parece haber hecho un pacto con el Diablo y que pondrá a su disposición una serie de poderes inexplicables, como el don de transformar a las personas en animales. A Gaspar se le encomienda entonces la misión de utilizar este poder con el objetivo de facilitar a Ogre diferentes turistas en su mansión, para así poder dar cuenta de ellos en sus gustos culinarios. El problema surge cuando el joven protagonista se encariña de un burro y un perro, convertidos desde su condición de turistas, por lo que tendrá que huir de las garras de Ogre para así salvar sus vidas.

Green compone un cuento de hadas moderno en el que Gaspar se diluye a través de la orografía lisboeta encontrando un reverso fantástico a las clásicas ubicaciones de la ciudad, representando bajo el halo de una oscura fantasía el día a día que se puede encontrar en ella. Como si de un relato folclórico se tratase, y admitiendo esa barrera surrealista que convierte a la historia en una especie de experiencia mágica, la trama va deshilvanando progresivamente un epicentro de fábula con tintes de otra época, en el que la modernidad acaba fusionándose con personajes históricos y hasta con una simbología escenográfica propia de otro siglo. Una cinta que como en las mejores obras de su director se siente de espíritu libre, capaz de asfixiar el lenguaje cinematográfico otorgándolo de una anarquía en el que las diferentes composiciones de estilo se fusionan creando una dirección propia; así, imágenes típicas y modernas de la Lisboa más reconocible acaban confluyendo con una puesta en escena cuasi teatral y barroca que el director se aguarda para determinados momentos de la trama, como en todo lo concerniente a la mansión del villano e incluso alguna inmersión a través de alguna importante figura de la historia del país.

La especial intensidad paródica de los intérpretes (muy lograda la asimilación del tono de la película por parte de del joven Rui Pedro Silva como Pascal y el antagonista Diogo Doria como el villano Ogre) consiguen ampliar la naturalidad atrevida de la película, que partiendo de una ingenua composición visual pretende el estímulo del espectador a través de clichés teatrales, probado en la grandilocuencias de su puesta en escena y hasta una ampulosidad escenográfica más propia de otras artes que de la tradición cinematográfica. Que estas intenciones creativas se unan a una simbología hacia el fantástico más cercana a la parodia, utilizando estos clichés para incluir cierta crítica a la sociedad actual y los tiempos modernos que la imbuyen, convierten a la obra de Green en una cinta de discurso desprejuiciado, con una emulsión creativa que acaba creando un lenguaje propio utilizando clichés que en otras propuestas podrían dirigirse más al esperpento visual.

Utilizando lo absurdo de algunas de sus premisas para hacer denuncia de ciertas situaciones sociales actuales, como podría ser el turismo de masas o la expropiación cultural, Green prefiere reivindicar las maravillas raíces orográficas de Lisboa explorando el caos sociopolítico en el que la modernidad acaba por destronar la tradición, y bajo en la que se sirve de la fábula y la narrativa popular para establecer ciertos estamentos conceptuales. Green asume el estado actual de los tiempos para esgrimir, a golpe de artificio fantástico, una necesidad de establecer un inevitable requerimiento moral, con la inocencia propia del mundo animal o esos fantasmas del pasado que siempre vuelven; sin olvidar, por supuesto, la constante búsqueda del conocimiento, reflejado aquí en el ímpetu inagotable de Gaspar. Green vuelve a crear una película repleta de incomodidades en su capa exterior, la misma que envuelve un montón de simbología en espíritu, siempre en la búsqueda del espectador activo capaz de descifrar las innumerables pistas que deja en su discurso.

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