Bugonia (Yorgos Lanthimos)

La exacerbada estilización que se ha proyectado sobre el cine de Yorgos Lanthimos en los últimos años ha actuado como arma de doble filo sobre el mismo: por un lado, las composiciones, cada vez más depuradas y cuidadas, han ayudado a construir esos mundos tan peculiares sobre los que se sustenta su obra, logrando resaltar una capacidad de inmersión que contribuye a moverse entre los distintos espacios que le otorgan dimensionalidad; por el otro, sin embargo, todo ello ha incurrido en un sorprendente desapego por sus criaturas que no hace sino revocar aquello que el cine del griego siempre había logrado en sus inicios: que esa crueldad tácita desembocara en una reacción consecuente por parte del espectador. Sus personajes, a resumidas cuentas, se han transformado en objetos de usar y tirar, un defecto paliado en parte en sus colaboraciones con el guionista Efthymis Filippou, pero que en términos generales contrasta con la constitución de esos mosaicos repletos de vaivenes y, las veces, viscerales emociones.

Aquello que sus personajes exponen —acentuado, además, por la presencia de talentos de la talla de Emma Stone o Jesse Plemons— contraviene de algún modo un acto mecanizado que ha perdido su razón de ser, que no conecta con aquella frialdad exhibida en films como CaninoAlps, pero al mismo tiempo esteriliza cualquier posibilidad de alcanzar un discurso consecuente.

Hay una cierta consonancia forjada en esta etapa alejada de una realidad perceptible que se adentra en unos mecanismos cada vez más colindantes con el cine de género —desvío que se inició ya en títulos como LangostaEl sacrificio de un ciervo sagrado—, pero asimismo se dibuja una apatía que, más allá de lo obvio de cada reflexión, desplaza cualquier atisbo de comunicación.

Con Bugonia, que el cineasta emparenta con un tono humorístico más pronunciado, dichos vicios quedan dibujados aún con más certeza; en especial, a tenor de un original (el Salvar el planeta Tierra de Jang Joon-hwan) que lograba emanar una extraña ternura que conectaba a la perfección con las intenciones del film. Los seres que el coreano ponía en escena, en definitiva, disponían en lo afectivo aquello que el cineasta buscaba reflejar en sus disertaciones.

Pero alejemos, por un momento, la sombra de esa pieza precedente, de la que el griego toma la suficiente distancia como para lograr armar un ejercicio de lo más personal —como no podía ser de otro modo—. Bugonia sobresale como artefacto que hibrida géneros y conjunta temáticas, y logra al menos dar rienda suelta al reverso más juguetón de Lanthimos; y es que si por algo sobresale su nuevo film es por el hecho de saber sobreponer el agudo carácter de su creación a un talante más cáustico. No cae el griego en esa excesiva solemnidad que asomaba, por momentos, en algunos de sus anteriores trabajos, y aunque, a través de algunos tics en el aspecto formal, parece desmentir que estemos ante una propuesta más bulliciosa, el resultado habla por sí solo.

Quizá Bugonia no es tan imprudente como uno habría esperado, ni posee esa intrepidez que en el cine coreano ha fluido con tanta facilidad, pero bien merece la pena perderse en sus recovecos, disfrutar del duelo interpretativo provisto por Jesse Plemons y Emma Stone, y dejar que sus gotas de humor llenen un vacío que el cine de Lanthimos parece obstinado en despreciar. Al menos, esos pequeños huecos otorgan a Bugonia una condición de excéntrico pasarratos sin tantos alardes que palía, en parte, sus defectos, y nos deja ante una obra que, en su inconsciencia, comprende mucho mejor las posibilidades del original de lo que parece hacerlo su autor.

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