Relay (David Mackenzie)

En los últimos años, los thrillers corporativos han intentado renovarse con temáticas vinculadas a la vigilancia, la filtración de datos y la corrupción empresarial. Relay (David Mackenzie, 2024) se inscribe en esta tendencia con un planteamiento atractivo: un intermediario secreto que conecta a denunciantes con las propias corporaciones, moviéndose en el límite entre la justicia y el oportunismo. Sin embargo, lo que comienza con un aire intrigante y un dispositivo narrativo original acaba convirtiéndose en un film irregular, más digno que brillante.

La propuesta inicial es sugerente. Riz Ahmed encarna a Ash, un ‹fixer› que trabaja desde el anonimato gracias a un sistema de comunicación RELAY —una curiosidad tecnológica que, además de dotar al film de singularidad, actúa como metáfora de su aislamiento. Mackenzie logra que las primeras escenas tengan tensión contenida, con un ritmo lento pero sostenido, que invita a pensar que la película tomará un rumbo más incisivo hacia la crítica social.

El problema aparece a medida que la trama avanza. La llegada de Sarah (Lily James), supuesta denunciante contra una poderosa empresa de biotecnología, abre un arco prometedor: la posibilidad de destapar un escándalo que cuestiona el poder de las multinacionales. No obstante, la película nunca se atreve a profundizar en el trasfondo político ni en las implicaciones éticas. La biotecnología, el envenenamiento a largo plazo, los documentos filtrados… todo se queda en apuntes superficiales, mero decorado para una historia que termina reducida a la relación ambigua entre los protagonistas.

El gran giro narrativo —Sarah no es víctima, sino parte de la trampa—, lejos de potenciar la tensión, genera la sensación de truco barato. Mackenzie parece más interesado en sorprender al espectador con un cambio de bando que en desarrollar la dimensión humana de los personajes. Como consecuencia, el relato pierde fuerza política y se refugia en un juego de desconfianzas que no termina de cuajar. Lo que podría haber sido un retrato crudo de la manipulación corporativa se transforma en un thriller funcional, pero sin filo.

Riz Ahmed es, sin duda, lo mejor de la película. Su interpretación dota de hondura a un personaje atormentado, un hombre en recuperación que sobrevive en los márgenes. Lily James cumple, pero su rol queda desdibujado por las exigencias de guion, que la obligan a virar de víctima a antagonista sin una transición convincente. Sam Worthington aporta presencia física como agente corporativo, aunque cae en el estereotipo del perseguidor implacable.

En lo formal, Relay es correcta: la fotografía grisácea y los escenarios urbanos transmiten frialdad y control, pero no logran construir una estética realmente memorable. El ritmo, por momentos demasiado pausado, desactiva la tensión en lugar de potenciarla. Y la conclusión, bueno eso queda para la opinión del consumidor.

Por todo esto, Relay es una película “de festival” que genera conversación gracias a su premisa y a la solvencia de Riz Ahmed, pero que se queda a medio camino entre la intriga política y el thriller psicológico. No es un desastre, pero tampoco deja huella. Se deja ver, entretiene a ratos, pero difícilmente pasará al recuerdo como un título imprescindible. Cine de masas.

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