Destino desconocido (Mahdi Fleifel)

Las calles de una urbe europea, cuya identidad Mahdi Fleifel no descubre hasta el ecuador del film —aunque no sea difícil deducir—, sirven como extensión de la realidad vivida por Chatila y su primo Reda. Ellos son dos jóvenes palestinos cuya única ambición no es otra que abandonar una situación incierta. Los escenarios que el debutante dispone casi se podría decir que es una prolongación del periplo de sus propios personajes. No sorprende, pues, que el lugar donde pernoctan ambos, tome la forma de barrio suburbial y desatendido donde, al menos, pueden disponer de un espacio para ellos.

La minuciosa descripción que realiza Fleifel de los lugares que frecuenta la pareja protagonista a través del acertado trabajo de cámara, encaja a la perfección con el modo en que describe a sus personajes mediante cada pequeña acción y palabra. La personalidad de Chatila y Reda choca al mismo tiempo que se complementa: el fuerte carácter del primero, que hará cuanto esté en su mano para reunirse con su familia, encuentra en la marcada naturaleza mucho más compasiva y humana de su compañero un particular apéndice. Así, y aunque Chatila marque la ruta con paso firme, las notas de Reda ejercen de contrapeso, y cada matiz, por pequeño que sea, otorga un cierto equilibrio a su relación.

Destino desconocido dibuja un certero realismo social que contiene trazas de ‹noir› aunque finalmente se decante más por una vertiente humanista que sirve para matizar cada situación. El realizador privilegia el aspecto dramático sobre unos apuntes genéricos que, de tanto en tanto, la cámara captura gracias a un montaje conciso y directo, capaz de trasladar una tensión que tan pronto emerge del contexto como de las debilidades y diferencias entre ambos. Se crea así un universo donde no todos los apuntes llegan a un lugar concreto, pero sí precisan cada alto en el camino.

Los distintos individuos que se van cruzando en el camino de los protagonistas, tanto ese pequeño que desea reunirse con su familia, como la mujer griega con la que se cruzará Chadila —interpretada por Angeliki Papoulia—, intensifican las marcas de un recorrido al que Fleifel da forma con facilidad, mostrando un compromiso absoluto con un retrato que no cae en obviedades, y que se sostiene ante todo en el verismo que logra trasladar su autor a cada uno de los rincones de esa fuga perpetua, que parecería imposible acometer si no fuera por la perseverancia de Chadila, siempre en busca de una solución.

Se desarrolla, en ese sentido, un film que destaca por su narrativa concienzuda y por la firmeza con que se mueve. No hay trampa ni cartón, y se huye en todo momento de argucias o giros: la crudeza de lo descrito es suficiente para dotar al relato de una fuerza que, si bien no siempre alcanza como desearía, otorga la constancia de una mirada que capta la gravedad de la circunstancia. El cineasta palestino rehúye sin embargo la decadencia y miseria que con tanta frivolidad otros recogerían, haciendo de Destino desconocido un testimonio cuya fuerza no radica en soluciones estridentes o reflejos sesgados.

Estamos, en definitiva, ante un debut sólido, compacto, pero no por ello inerte: posee la fuerza necesaria como para que su retrato no caiga en el olvido; en especial, gracias al buen hacer de sus intérpretes, y a la convicción con que se maneja un primerizo cineasta —aunque su carrera como cortometrajista se ha extendido durante lustros— que nadie pensaría que lo es a juzgar por lo visto (y vivido).

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