El cine de tiburones en verano es algo esencial, pero los ‹psycho-killers› en plena ola de calor también nos dan vida en estos momentos que casi no se puede respirar. Sean Byrne no ha elegido la fecha de estreno de esta película, pero sí nos trae un especial encuentro en el que tiburones y asesinos se deciden a convivir en un mismo guion. Y nosotros solo podemos celebrarlo yendo al cine.
Hace muchos años que no encontramos a Byrne en esencia pura, diez años desde su última película y el recuerdo (casi como culto) de su primera aparición en nuestras vidas con aquella ‹prom night› sangrienta llamada The Loved Ones, pero está claro que sigue manteniendo las ganas de mimar a sus psicóticos asesinos para hacernos dudar de qué lado nos vamos a poner durante el visionado. Vale, en una de tiburones uno siempre está a favor de los tiburones, pero Tucker tenía todas las papeletas para ser un nuevo Mick Taylor —por aquello de buscar autóctonos australianos que nos lo han hecho pasar mal, el papel de John Jarratt siempre vuelve a nuestra mente desde Wolf Creek—: aprovechar la existencia de demasiados jóvenes que deciden buscarse a sí mismos en solitario por las costas ‹aussies›, un clásico al que Byrne ha decidido customizar con una pasión irrefrenable por los tiburones.
Dangerous Animals no parece buscar entretenernos con otra película de idiotas muriendo a manos de un salvaje. Tiene una ‹final girl› con mucha energía, tiene canciones muy bien hiladas que quieren hablar por los personajes, tienen a un tipo enamoradizo muy pesado y un asesino carismático, rudo e inteligente al que no profundizar en sus filias le sienta bastante bien. Solo queda dejarse llevar por una película que no explora demasiado pero que cumple sus objetivos básicos con fiereza.
Se puede alabar el esfuerzo de Jai Courtney por crear a un guía turístico al que no dudarías en confiar tu vida para nadar con tiburones y a la vez un tipo con un discurso (que tampoco es necesario valorar) sobre su propia obsesión con estos bichos y su peculiar forma de alimentarles. La parodia está servida para equilibrar esos ataques salvajes y celebrables con los momentos de tensión, algo que nos lleva al punto opuesto: la víctima perfecta con ganas de pelear. El tesón de su contraria, una de esas supervivientes que se convierten en un reto fácilmente comprable por cualquier ‹psycho›, sirve de punto de inflexión en más de un momento, para que el dinamismo de Dangerous Animals no pase por querer la muerte, sino valorar el espíritu de supervivencia. Hassie Harrison hace de perfecta rubia, la chica divertida, capaz de enumerar la simbología de todas las canciones de Creedence Clearwater Revival, con un pasado solitario y cierta pasión por las olas, algo que, como en una pantalla final de videojuego, la convierte necesariamente en la definitiva para que el enfrentamiento durante la película tenga sentido y divida al espectador.
Sin embargo, el film no pasará de su enfoque de entretenimiento. Aunque Dangerous Animals no sea más de lo mismo, no encontramos los anclajes necesarios para convertirla en el trofeo marítimo del año. En cierto momento sucumbe a lo predecible, sin conseguir que el equilibrio entre el gran escualo blanco y el gran hombre blanco se convierta en el depredador definitivo más allá de algún cuento que nos narre uno en favor del otro. Aún así es divertida, tiene mala leche y unas espectaculares vistas oceánicas donde perdernos un rato para olvidarnos del fuego que brilla en la calle como oasis infernales. Porque, ¿qué sería de nosotros sin tiburones ni asesinos en verano?
