La fotógrafa corsa (Thierry de Peretti)

Las fotografías tienen ese efecto deudor del momento, son hijas de lo cotidiano, son madres de la historia, pero también son parte de la gran mentira que la persona que se esconde tras el disparador nos quiera transmitir. Hay un encuadre exacto, una obturación lumínica, un escenario en el que no todo lo presente será protagonista, el fotógrafo es quien decidirá aquello, de todo lo que ocurre, que quedará retratado, que formará una historia, que simulará ser un instante cualquiera captado por casualidad.

Thierry de Peretti ha apartado la cámara de la cara de Antonia, indiscutible protagonista de su película, para hablarnos de aquello que captó, aquello que quedó fuera del objetivo, aquello que vivió intensamente y que modificó la forma en que miraba a su alrededor a lo largo de los años, una Antonia que en un inicio era mera espectadora, una Antonia que con el tiempo quiso dar su opinión, quiso formar parte de algo, quiso desaparecer, siempre enganchada a una cámara de instantáneas imperfectas, de vida, de amor, de guerra. Una Antonia que creó su propia imagen, ajena a la captura, de la que de Peretti ha elegido —por fidelidad a la novela que da nombre a la película— hablar en pasado.

La fotógrafa corsa —título sin ninguna fantasía pero fiel a una realidad, pese a que La fotógrafa corsa capte mejor la esencia y la mística— nos permite conocer a la eternamente joven Antonia, y desarrollar desde los años 80 un retrato visual de Córcega y sus conflictos internos. El director vuelve entonces a uno de sus temas predilectos, algo que ya comenzó en A Violent Life y que madura en esta ocasión a través de una figura femenina. Fiel a su interés por destacar las raíces, rebusca entre la juventud corsa actual para referir el pasado y nos permite conocer a Clara-Maria Laredo, quien probablemente pasaba por allí y se lleva el peso físico del film, no necesariamente el argumental. Aunque la película gire en torno a Antonia, pasa quizá la mitad del metraje hasta que escuchamos claramente su voz y su pensamiento. Como buena reinterpretación de quien capta el momento, Antonia se mueve alrededor de los hechos pero no interpela sus pensamientos, es una voz en off (quien también tardamos en identificar en la historia) masculina la que nos resume las inquietudes de la joven, los motivos por los que se mueve, su gusto y disfrute por captar lo que le rodea. Antonia crece prácticamente desde la adolescencia la radicalización del FLNC (Frente de Liberación Nacional de Córcega) como pareja de uno de los jóvenes más metidos en él, pero también como amiga, como pariente, como parte de aquellos que buscan un cambio frente a lo francés —me fascina que todas estas películas que odian lo francés estén financiadas por lo que ellos conocen como “intrusos”—. Ella es el objetivo que revisa, desde lo cotidiano, algunos de los momentos clave vividos en la zona, y es de Peretti quien, aprovechando este enfoque humano pero también investigador, intercala imágenes de archivo de la época, focalizando la lucha como algo tangible, real. También aparecen las instantáneas tomadas por Antonia, como una especie de ‹background› que ofrezca su propia mirada más allá de las palabras del narrador. Thierry de Peretti se guarda para sí mismo un papel importante en la película, el del párroco del pueblo donde viven estos jóvenes, pero también el padrino de Antonia y su confesor personal, involucrado en la pasión de ella desde sus inicios.

No es Clara-Maria/Antonia la única desconocida en esta historia. El director busca a los locales para realizar la película, para dar cierta veracidad a ese sentimiento corso, reconociendo a algunos rostros por ser también parte de la reciente Le royaume (Julien Colonna, 2024). Ya queda más desdibujada si es la intención del director o del relato per se el uso de la guerra de los Balcanes como un símil ya no solo temporal sino también idealista del conflicto corso. El paso de la fotógrafa por esa cruda realidad permite un cambio de perspectiva, donde las dudas intencionales de la lucha entre iguales se traslada a ese bipartidismo vivido en el FLNC que vuelve la hasta cierto punto idealista imagen que sembraba el film en un principio en un crudo reproche lanzado al viento, con consecuencias que, al igual que las imágenes que Antonia ha ido retratando, pueden quedar fuera de foco. Este diario a lo largo de cerca de treinta años es una evolución constante pero también romántica de una afición, de una profesión, de una vida entregada a todo aquello que te rodea en cada momento. Tiene ese punto de tristeza y liberación que representa Antonia como engranaje de una generación y como enfoque de un concepto, el de la imagen tamizada por la intencionalidad, que fagocita el propio relato.

Tiene sus momentos de relleno, algún cierre de personaje tal vez innecesario, pero La fotógrafa corsa es un bello homenaje a la naturaleza propia en la que creció de Peretti, donde no importa tanto la voz de quien protagoniza la obra sino la narración de su intensa búsqueda del ahora, “a su propia imagen”.

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