La mercancía más preciosa (Michel Hazanavicius)

Llega el verano y con él, ese momento en que empiezan a surgir en redes sociales fotografías de gente anónima posando entre los monumentos del Holocausto o las vías de tren que llevaban a los campos de concentración como Auschwitz. También llega la indignación popular que solo deja un camino claro: estas personas ignoran el significado de un lugar que, a alguna hora concreta del día, adquiere una fabulosa iluminación en la que lucir un ‹outfit› idealizado. Los años pasan y evidentemente la historia no se olvida, pero también es cierto que esta misma historia puede no impactar a nuevas generaciones ante el desconocimiento de las circunstancias, las consecuencias y las secuelas. El paso del tiempo es capaz de matizar huellas, por muy inaceptable que nos parezca. Por otra parte, estamos rodeados de gilipollas capaces de obviar el sufrimiento ajeno, pero eso es otra historia.

El cine es una de esas expresiones artísticas que no olvidan, el pasado está ahí para alimentar la imaginería de sus creadores y, por muchos años que pasen, la II Guerra Mundial nunca dejará de ser un tema recurrente en el cine europeo —en el cine español tenemos la posguerra de comodín—. Sí es nuevo para Michel Hazanavicius emplear la animación como lenguaje en el que expresar a un tiempo la ilusión y el horror, en una historia que adapta el cuento de hadas de Jean-Claude Grumberg, uno que no esconde la oscuridad para llegar a la luz.

Hazanavicius se inspira en las fábulas para tratar el tema. Nos habla de pobreza, de dioses del materialismo y de gente sin corazón enfocando todas las bondades en un bebé extraviado. Es críptico en sus explicaciones mientras se explaya en la significancia de sus imágenes, siendo esta una historia austera pero cercana, donde conocer aquello de lo que habla ayuda a meterse de lleno en sus silencios.

Dos partes diferencian la película, al principio es el cuento el que transcurre con dos pobres leñadores, marido y mujer, sobreviviendo al frío de las montañas. Viven ajenos a los avances de grandes ciudades, viven la atemporalidad de sus trabajos mecánicos y sus intenciones de supervivencia, pero una vía de tren que atraviesa sus lindes da forma a aquello que les resulta prácticamente ajeno. “Los dioses del tren” como dice la mujer, son aquellos que intervienen en sus vidas al perder un bebé por el camino. Este apartado nos lleva a la intuición de lo que acontece, donde él habla de las personas sin corazón que viajan en tren dejando despojos, enfrentando la visión de ella donde ve una oportunidad de compartir su amor con otra persona. Una animación sencilla, fría y de limitados detalles se enfoca más en la narración que en lo visual, adaptándose a esos conceptos que enfatizan su mensaje: La mercancía más preciosa no quiere resaltar sus personajes, pero sí la bondad que irradian, dando pie a pensar que la vida de todas las criaturas es lo más valioso que existe.

En su segundo apartado es donde el terror toma forma. La animación se vuelve más dura, llegando a un punto de esbozos que resumen esa realidad que no requiere palabras para expresarse. Esa salvación en forma de cuento infantil deriva en una explicación de lo que parecía un milagro de dioses mundanos, dando un sentido completo a la narración, y llevándonos a través de detallados momentos a un nuevo punto de inflexión sobre una historia por (casi) todos conocida. Auschwitz se vuelve ahora protagonista sin siquiera ser nombrado en voz alta, ofreciendo una nueva reflexión sobre la masacre, las víctimas y los verdugos, pero también sobre la ignorancia. Hazanavicius sabe aprovechar este nuevo medio de expresión, se compromete con aquello que quiere contarnos y permite fluir los miedos y esperanzas de sus personajes. No evita el mensaje positivo final, quizá no en la línea del resto del film, pero no podemos olvidar que estamos ante una pequeña fábula, y aunque parezca que es imposible que narre la historia de alguien que siga con vida, la realidad a veces todavía es capaz de sorprendernos.

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