Corea continúa encontrando en su historia motivos desde los que invocar el thriller y seguir explorando nuevas vertientes dentro de un género que parece últimamente delimitado a un eficiente (pero las veces insustancial y reiterativo) ABC en el país asiático. Lo mejor que se puede decir, no obstante, de Harbin es que sortea con oficio dicha tendencia creando un ejercicio que, sin descuidar algunos de los puntos clave que han dado forma y fama al thriller coreano (como las tan comunes ‹set pieces› de acción), se ancla más en los tropos del cine de espionaje.
Woo Min-ho da lugar así a un film que se adhiere con eficacia al contexto para erguir un relato cimentado en el cine de género por mas que el cineasta coreano siempre otorgue espacio a cierto poso dramático. No se trata, pues, tanto de dar cabida a determinados cánones del cine de espías como de otorgar un calado que no siempre termina encontrando.
Harbin funciona mucho mejor, en ese sentido, como consecución de lugares comunes para dar a conocer una parte del conflicto coreano-japonés que como obra con una entidad determinada. Cabe destacar que el libreto maneja a la perfección tanto los tempos como la información para que el espectador no se encuentre ante un batiburrillo de datos y nombres. En ocasiones haciendo gala de recursos no tan convincentes, pero la mayoría del tiempo recurriendo a un pragmatismo que se desliza ante todo de su narración. Ni siquiera los ‹flashbacks› devienen un elemento errático o llegan a incomodar el transcurso de la historia.
El trazo que adquieren sus personajes centrales, sin revestirlos de una gran profundidad, los dota al menos de una serie de motivaciones y rasgos desde los que ir moldeando el marco descrito. La cuestión no es tanto convertirlos en un pretexto argumental desde el que hacer evolucionar la trama, sino más bien de dotar de una mirada heterogénea a un grupo de individuos que al fin y al cabo tenían el mismo objetivo.
En ese aspecto, destaca cómo Min-ho dibuja una mutiplicidad de carácteres desde la que ir alimentando esas tiranteces y tensiones que sirven como estímulos desde los que construir un thriller de espionaje, si bien no sorpresivo, cuanto menos ciertamente medido y con las ideas bastante claras.
No hay nada demasiado original en ello, y su autor rara vez se sale de la ruta establecida, un hecho que por suerte no ensombrece en demasía el resultado final gracias a su pulso narrativo y a la concreción de la que hace gala el autor de The King. Con ello logra que la rutina no lo sea tanto, y aunque todo quede impregnado por una cierta planicie al no encontrar vértigo lejos de determinados momentos y una fuerza mayor en sus imágenes, Harbin funciona sin llegar a hacerlo.
Y esa es la paradoja central de un film que sirve como entretenimiento a la par que recreación histórica de una situación muy concreta, pero no logra distanciarse de una mundanidad casi siempre adherida al metraje aunque busque huir de lo acomodaticio. Algo un tanto extraño si tenemos en cuenta que sortea los tropos del cine coreano actual para instaurarse en los de un cine de espionaje al que su autor nunca parece terminar de tomar el pulso del todo.

Larga vida a la nueva carne.