Dos días en Nueva York (Julie Delpy)

Hace ya 6 años que Julie Delpy hizo su primera incursión detrás de las cámaras con Dos días en París (Deux jours à Paris, 2007). Ya entonces quedó claro que iba a tener tantos a fieles detractores como a devotos incondicionales, si bien es cierto que la cinta no funcionó nada mal en taquilla. Delpy continuó con su carrera lanzándose a una ambiciosa adaptación sobre la tenebrosa condesa Bathory, auténtica fijación para la artista desde hacía mucho tiempo, según sus propias palabras. Esta vez, la cosa no le salió tan bien.

Tras el trago amargo de esa experiencia y alejada casi por completo de la interpretación en la gran pantalla (salvo en las apariciones en sus propias cintas o en la aún por estrenar Before Midnight, tercera parte de una trilogía que la catapulto a la fama a mediado de los noventa), la francesa vuelve a retomar la historia de su opera primera, esta vez en Nueva York.

Dos días en Nueva York sigue a Marion (Julie Delpy), quien vive con su nuevo novio (Chris Rock) y la disfuncional familia que comparten en la ciudad de los rascacielos. Todo parece idílico entre ellos hasta que hacen acto de presencia el padre, la hermana y un viejo amor de Marion. Lo que sigue es una comedia, con más o menos acertados golpes de humor, apoyado en unos alocados personajes que terminan por destruir la aparente tranquilidad de Marion, amenazando de paso con llevarse por delante la relación que mantiene con su novio. O lo que es lo mismo, se coge el mismo planteamiento de la primera película, pero sin su frescura o ciertas ideas bien introducidas que portaba aquella. Los diálogos siguen siendo ágiles, pero lo cierto es que esa familia francesa termina por agotar, ya que ocupan la cinta en todo momento. No hay, y aquí llegan las comparaciones, esos momentos donde el anterior novio de Marion paseaba por la ciudad y mientras chocaba de bruces con la sociedad francesa y europea en divertidas situaciones, reflexionaba sobre su relación con nuestra francesita favorita.

En París, la loca familia del personaje de Julie Delpy no ocupaba tanto tiempo ni espacio en pantalla. En suma, estaban más dosificados en un cinta interesada es mostrarnos una pequeña e irónica crítica a ciertos ambientes parisinos mientras una pareja decidía si seguir adelante o no. En Nueva York, sólo tenemos a la familia de ella un poco más tocados del ala que hace 6 años, pero sin mordiente, sin intentos de mostrarnos esa Nueva York, o mejor dicho, esos neoyorkinos, con la misma mirada que en la primera.

Los dilemas entre los protagonistas quedan en nada. Si en la primera parte (y volvemos, como no, a las maravillosas comparaciones) la cosa iba de una pareja en la cuerda floja que deciden pasar unos días en la ciudad del amor para darse una última oportunidad y donde las alocadas situaciones los ponía al límite afectivo entre ambos, ahora tenemos una feliz pareja que es desestabilizada por la llega de la familia de ella, donde el gran problema por parte de él, a parte de tener que aguantar de todo por los “simpáticos” invitados, es… no hay mayor problema, la verdad. La trama tiene momentos absurdos, sobre todo cerca del final, donde el guión actúa más ante la convicción de que “esto es lo que tiene que pasar porque siempre pasa” que de manera orgánica o natural.

Y aún así no es una mala peli, para nada. El libreto, escrito por la propia Delpy, Alexia Landau y Alexandre Nohan (ella hermana y él novia de ésta en el filme, ya vistos en la primera parte) saca lo mejor de unos alocados personajes con momentos realmente logrados y divertidos. Son personajes simples, de acuerdo, pero eso no debe ser malo de por si. Funcionan, que es lo importante. Tanto en diálogos como en acciones. Todo esto salva al proyecto, quedando una simpática obra. A recordar el cameo de Vicent Gallo, tomando el relevo del de Daniel Brühl en la primera cinta, que también se encontraba entre lo mejor del metraje.

Chris Rock está desaprovechado, Julie Delpy no le da cancha para que intente demostrar su potencial como cómico y el final es simplemente un final puesto ahí para terminar. Pero es una película, como decíamos, simpática. Simpática como mayor virtud y como mayor defecto. No molesta, en absoluto, pero tampoco atrapa. Esta vez los incendiarios seguidores y los apasionados detractores tendrán que conformarse.

Ahora, a esperar Before Midnight.

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