Crónica de un niño solo (Leonardo Favio)

Leonardo Favio perteneció a ese reducido grupo de artistas del renacimiento. Actor, cantante, escritor y director de cine, sus películas son auténticas joyas de cine de autor que revolucionaron el cine latinoamericano en los años 60 y 70. El cine de Favio se caracteriza por el predominio de la imagen sobre la palabra. Contiene un lenguaje moderno influenciado por las nuevas tendencias que se imponían en los años 60 y una sensibilidad más próxima a la poesía romántica de los grandes autores literarios que al propio lenguaje cinematográfico. Los silencios y las sensaciones imperan sobre la propia historia lo que otorga a su cine un halo de espiritualidad y simbolismo difícil de encontrar en otros directores de su generación.

Cintas como El romance del Aniceto y la Francisca, El dependiente o Nazareno Cruz y el lobo remarcan el carácter de poeta de Favio, interesado en provocar en el espectador sensaciones visuales a través de historias de marcado carácter pesimista, con personajes invadidos por la tristeza que despiertan a la vida a través de amores imposibles y sueños inalcanzables que acaban devastados por la realidad que dinamita ese espejismo de felicidad.

Crónica de un niño solo fue su primer largometraje y ha sido considerada como la mejor película de la historia del cine argentino. Dedicada a Leopoldo Torre Nilsson, director que le introdujo como actor en el mundo del cine, Favio materializó en la pantalla sus vivencias infantiles en las que el abandono familiar y la soledad de sus estancias en orfelinatos marcaron su carácter sensible y reflexivo. La cinta, de gran crudeza y belleza, cuenta con una espectacular fotografía en blanco y negro acompañada de planos técnicamente perfectos de gran realismo. En la primera secuencia vemos a un estricto carcelero pasando revista a un grupo de niños que viven en un intransigente reformatorio para niños delincuentes.

La película tiene tres partes diferenciadas. En la primera parte seremos testigos de las experiencias y vejaciones que sufren un grupo de niños que se encuentran prisioneros sujetos a una férrea disciplina que les impide actuar con la libertad e inocencia propias de su edad. Su principal diversión consiste en pelearse a puñetazos, y besar la fotografía de la actriz de moda, la “antonioniniana” Monica Vitti. Niños con cicatrices no solo físicas sino afectivas que son obligados a fregar los fantasmales y amplios pasillos del correccional y a practicar gimnasia con métodos más propios de un Régimen fascista que de un escuela infantil. Uno de los niños, llamado Polín, cansado de la humillación a la que es sometido públicamente se rebela contra su educador propinándole un puñetazo que provoca su traslado a una celda de castigo. Con la ayuda de un cinturón conseguirá abrir la puerta de su celda y huir hacia la libertad. Maravillosa escena la de la fuga, filmada con planos largos y pausados y con mínimos cortes, que nos explica lo difícil que es ganar la tan ansiada libertad.

La segunda parte comienza con Polín corriendo por las calles en plena libertad en una escena con montaje idéntico al usado por Truffaut en Los 400 golpes. Tras subir al autobús y robar una cartera Polín regresa al barrio donde habitaba, un arrabal deprimido con familias desestructuradas y extremadamente pobres que es el hogar de los perdedores. Prisionero de su soledad, Polín sólo encuentra compañía en un amigo de la infancia que le acompaña a bañarse en el río de los alrededores. Seremos testigos de la escena icónica de la película: la del baño. Con una clara influencia del realismo poético francés de cintas de Renoir como Una partida en el campoLos bajos fondos y con escenas nudistas de un naturalismo pocas veces visto en el cine, al estilo del Vigo de Cero en conducta. Nuevamente Favio utilizará la poesía para narrar la violación que sufre el amigo de Polín a manos de una jauría de niños desnudos que se encontraban nadando en el mismo río. Escena en la que los gritos de la presa cazada comparten plano con el maravilloso Anónimo Veneciano que acompaña a Polín mientras va al encuentro de su amigo ultrajado.

La cinta finaliza con la tercera parte en la que Polín retorna al barrio de chabolas para encontrarse con Fabián (interpretado por Favio), un conductor de carruaje solitario y triste como Polín. Tras seguirle los pasos por la noche, Polín descubre que los habitantes masculinos de la barriada hacen cola en una chabola donde habita una prostituta. Polín intrigado por el goce que escucha en el interior de la casa, busca dinero para perder su virginidad, pero el encuentro con el caballo de Fabián le hace retroceder a la infancia para elegir jugar con el caballo en lugar de con la meretriz. Maravillosa escena ésta, que recuerda a El limpiabotas, única secuencia de la película en la que los protagonistas infantiles se comportan como lo que son, niños, y en la que observamos la cara ilusionada de Polín al juguetear con el caballo. Por fin el niño no se encuentra solo en su inocencia, sino que la niñez acaba con la soledad que le ha acompañado y con la tristeza que supone ser tratado como un adulto. Sin embargo el Anónimo Veneciano volverá a sonar al final de la película para recordarnos que los momentos de felicidad e inocencia son cortos en la vida, y por tanto debemos disfrutar de ellos al máximo, pues estos instantes con el paso del tiempo nunca volverán.

Película demoledora, devastadora, bella, poética, única por sus imágenes subyugantes que quedan grabadas a fuego en los hilos cognitivos del espectador, Crónica de un niño solo no es únicamente quizás la mejor película de la historia del cine argentino, sino que es una experiencia vital de gran carga filosófica que nos recordará que la pérdida de la inocencia supone el desprendimiento de nuestras ensoñaciones para darnos de bruces con esa realidad que todo arrolla.

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