Yosemite (Gabrielle Demeestere)

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Tres episodios son los que componen Yosemite. Tres anécdotas si se quiere, tres actos vitales de aparente intrascendencia que, a través de la mirada de tres niños, Gabrielle Demeestere, directora de la película, muestra a modo de fábula sobre el crecimiento vital, casi como una suerte de Cuenta Conmigo (de hecho hay planos casi literalmente fusilados) de estética indie.

Pero como decíamos, hay más de lo que se muestra en la superficie. Yosemite en el fondo no versa tanto sobre la vida de estos chicos ni sus experiencias, no. Yosemite es una gran metáfora sobre un lugar, un tiempo y un edificio que sigue relumbrando en su exterior pero que se pudre a pasos agigantados en su interior. Un espacio idílico solo en su escaparate llamado América.

Hay un vínculo que une las tres historias, un puma que “amenaza” la existencia urbana y que tiene en alerta a la población. Un animal que en el fondo no es más que un tótem, el símbolo de ciertos valores que están procediendo a borrar todo un sistema de vida asentado. Sí, son los años 80 y el puma podría ser el neoliberalismo, podría ser Reagan.

El desfile de personajes reflejados en el film, sus actitudes, van dando muestras aquí y allá de como el sueño americano se va desintegrando en su concepción primigenia. La libertad, la honestidad, el esfuerzo individual se transforman en egoísmo, en un sálvese quien pueda donde la solidaridad da paso a la burla, al deseo de hacer daño y donde las armas se convierten en juguetes dañinos.

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En este sentido no deja de ser evidente el uso de otro animal, curiosamente emparentado con el puma. Un gato doméstico (felino por tanto) dulce y cariñoso que acaba siendo devorado por su pariente lejano. La metáfora no puede ser más clara, como lo es así mismo el plano final de la película, el rezo por el gato muerto ante una tumba simbólica ya que no hay cadáver. Sí, no se trata tanto de el despertar del sueño americano, se trata precisamente de hundirse más en él, sin darse cuenta que el sueño se transforma en una pesadilla cada vez más oscura y profunda.

Y aunque el esfuerzo en plasmar todo ello resulta convincente en cuanto a mimo en la imagen, en la sensibilidad del detalle, por momentos Yosemite peca de extremismo: o bien es demasiado críptica en su mensaje o bien se va a su opuesto, resultando de una obviedad tan evidente que parece más querer subrayar lo anteriormente visto por si se perdía el concepto global del producto.

En definitiva Yosemite es una obra apreciable, morosa por momentos (lo que no deja de ser problemático ante lo exiguo de su metraje) y con tendencia a confundir la poética con la languidez. Sin embargo siempre es de agradecer la existencia de proyectos como este, de marcado carácter político, que consigan huir de la dedocracia imperante en el mundo del cine social. Sobre todo por tratar de inducir a la reflexión, al pensamiento crítico. Una pena pues que sus resultados sean tan desiguales.

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Un comentario en «Yosemite (Gabrielle Demeestere)»

  1. Por q pensé o me dio a entender q era quizás un asesino en serie y q metían al león de montaña sus matices son raros por q el niño ve un cuerpo amarrado humano quemandoce y veo niños muy vulnerables solos q pueden ser presa fácil de un atacante

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