Una nueva amiga (François Ozon)

Pocas películas tienen la habilidad de enganchar desde la primera secuencia mediante el uso de elipsis, un recurso que es mucho más difícil de emplear de lo que a primera vista puede parecer. Una nueva amiga (Une nouvelle amie) pertenece a esta categoría, ya que en poco más de cinco minutos resume a la perfección el pasado de su protagonista Claire y las circunstancias que le han llevado a dónde en el momento narrativo actual: el funeral de Laura, la que era su mejor amiga desde la infancia. Ya la primera secuencia, en la que vemos mediante primerísimos primeros planos como alguien se viste y se maquilla hasta que descubrimos que ese “alguien” es la difunta, se deja entrever un doble sentido acerca de la transexualidad que acompañará al resto del filme.

Pero sería inútil seguir hablando de esta película sin mencionar a su creador. François Ozon es uno de los cineastas europeos que más admiración despierta en la actualidad, aquel del que muchos cinéfilos esperan con ansia ver su último trabajo, una circunstancia que no está al alcance de muchos realizadores. Desde que debutara en el largometraje allá por 1998 con Sitcom, Ozon ha cosechado opiniones de todo tipo. Hay quien le acusa de no mantener una línea autoral excesivamente definida, algo que a un servidor casi le parece más una virtud que un defecto. Hay que tener en cuenta que al ritmo de producción que lleva (casi a película por año) es más complicado localizar su madurez creativa, aunque se habla de En la casa (Dans la maison, 2012) como su obra más redonda, una ligera paradoja ya que los dos temas que más abundan en su filmografía como son el papel de la mujer y la sexualidad (y que han redundado en comparaciones con Almodóvar que nada gustan al francés), se abordan desde un punto de vista más secundario en ella.

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Con Una nueva amiga, Ozon realiza una apuesta arriesgada, mayor incluso que en sus catorce anteriores largometrajes. Partiendo de la escena mencionada anteriormente y que repasa la amistad de Claire y Laura, vemos cómo el viudo de ésta, David, ha optado por vestirse de mujer con el objeto de garantizar que su hija Lucie crezca con una presencia materna a su lado. Tal descubrimiento provoca un terremoto en Claire, ya que como bien nos muestra el director, la amistad entre ella y Laura había tenido ciertos principios de lesbianismo y, pese a su feliz noviazgo con el atractivo Gilles, no acaba de tener muy clara su sexualidad. Por lo tanto, Ozon utiliza el cambio de sexo de David, más adelante Virginia, casi como una excusa para contarnos lo que sucede en la mente de Claire, cómo ella afronta sus prejuicios, sus ideas sobre la vida y el pasado que no acaba de abandonar su mente, contemplando la gran mayoría de la película a través de sus ojos e introduciéndonos en alguno de los pasajes oníricos, casi pesadillescos, que sufre ocasionalmente.

La primera mitad de película funciona a la perfección, con una relación entre Claire y Virginia que se va haciendo cada vez más intensa. No sólo Ozon es el culpable de que el interés se mantenga en cotas muy altas gracias a su habilidad en lo que se refiere a narrar con tanta sencillez una historia que en otras manos habría sido absurda, para introducir comicidad cuando realmente la psique de los dos protagonistas está a un paso de colapsar e incluso al dejar miguitas de pan por el camino que cultiven un cierto aroma a suspense por la práctica imposibilidad de conocer cuál será su destino; no, al fondo de tales vigores en la realización se esconde un trabajo actoral en la línea de toda la filmografía del realizador francés. Con independencia del nivel de experiencia acumulado por sus actrices (tan pronto pone en pantalla a la mítica Catherine Deneuve como lanza a la esfera internacional a Marine Vacth o Ludivine Sagnier), Ozon siempre sabe sacar un buen rendimiento a todas ellas. Anaïs Demoustier está muy bien en Una nueva amiga, pero es el increíblemente feminizado Romain Duris quien asombra en un papel de transexual que siempre exige guardar un equilibrio para resultar creíble sin ser ridículo. Realmente magnífica su caracterización de Virginia, ya que logra mantener un buen nivel incluso cuando el guión va perdiendo progresiva fuerza al sobrepasar el ecuador de la cinta.

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Pese a no entrar en el repertorio de lo mejor de Ozon, es inevitable no valorar los aspectos positivos de Una nueva amiga por encima de un cierto poso a desencanto que culmina al llegar los créditos finales. Una vez más, el director consigue plasmar los temas recurrentes de su obra de una manera atractiva y sin que en ningún caso pueda sonar a deja vu. Construye una película que intenta dar ganas de vivir a todo el que la vea, que no sólo induce a respetar a los demás, sino que primordialmente proclama por respetarse a uno mismo y vivir mediante lo que uno es y no sobre el “¿qué dirán?” Y lo más importante: vuelve a construir personajes sólidos, creíbles, que al principio resultan algo chocantes pero que poco a poco el espectador consigue tomarles cariño, a través de una dirección de actores excelente, marca de la casa. Un ladrillo más para la mansión cinematográfica de Ozon, ladrillo que por sí solo no aguanta los cimientos del edificio ni lo hará tornarse en palacio, pero que continúa embelleciendo una fachada ya muy atractiva. Y, con sólo 47 años que tiene el cineasta, esta vivienda seguirá creciendo sin que por el momento haya peligro de derrumbarse.

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