Tres anuncios en las afueras (Martin McDonagh)

A estas alturas podría parecer hasta un cliché la sistemática idealización —superficial— de las comunidades rurales de Estados Unidos en su cinematografía. Esa amable percepción ya asumida del sencillo ciudadano americano medio viviendo en pueblecitos y suburbios perdidos en la diversa geografía del país ha sido retratada, perpetuada y cuestionada en el imaginario colectivo recurrentemente. Como ejemplo paradigmático más reciente, en la filmografía de David Lynch. Comunidades en cuyo seno descubrimos que se ocultan terribles secretos, horribles crímenes, distintas formas de violencia, machismo, tensión racial, conflictos económicos y las viles consecuencias de todo tipo de opresiones escondidas tras las sonrisas que se dedican los vecinos al saludarse efusivamente de camino a la iglesia. Pero es Fargo (Joel & Ethan Coen, 1996) la que probablemente mejor pone en foco esa dualidad de un orden social forzado por las buenas costumbres y las tradiciones, que niega a priori una dimensión oculta y sombría presente tras las cortinas de color pastel, las tartas en las repisas y las obras de teatro del colegio del condado. ¿Es realista asumir como posible el mantenimiento de las normas de etiqueta anacrónicas dignas de anuncios de los años cincuenta en una sociedad dividida por el odio, los prejuicios, la pobreza, la marginación y, en definitiva, por la violencia? Martin McDonagh en Tres anuncios en las afueras de principio niega esa oportunidad. «Rape while dying.»

Una mujer divorciada residente en el pueblo que da título al ‹film› ha perdido a su hija, víctima de una violación y asesinato cuyo responsable sigue sin ser identificado. Su frustración tras meses sin respuesta se dirigirá a las autoridades a través de un gesto en apariencia inofensivo que sirva para reavivar el interés de la opinión pública: unos carteles publicitarios situados en una desierta carretera denunciando la pasividad de las autoridades locales en la investigación. La respuesta —lejos de una reacción de empatía y solidaridad de los residentes y los miembros de la oficina del ‹sheriff› será de indiferencia a su dolor y resentimiento. La violencia en cualquiera de sus formas se apropia de las interacciones y dinámicas entre todos los personajes que aparecen en pantalla en casi todo momento. Desde su expresión psicológica a la física y la dialéctica a través de unos diálogos cortantes de refinadas y ofensivas réplicas, con el sarcasmo y el humor negro como arma arrojadiza permanente entre todos ellos. El racismo, la homofobia, la misoginia y el abuso de poder de las fuerzas del orden se reconoce directamente por sus propios integrantes en una representación que conecta con hechos de reciente actualidad en los titulares de los medios estadounidenses. «And still no arrests?»

Inquieta, avergüenza y hasta duele reírse con la capacidad de su director y guionista para introducir crudos elementos de una brillante sátira social con un trasfondo trágico y atroz que captura con precisión la violencia estructural que se contagia a nuestras relaciones individuales en lo cotidiano. Rodado como si de un ‹western› moral se tratase —contraponiendo el individuo al orden y la búsqueda de la justicia en un entorno hostil fronterizo entre la cívico y lo salvaje que reside en cada uno de nosotros— con el desarrollo del drama de la mujer protagonista de centro del relato, nos encontramos al final en la inesperada búsqueda constante de la superación del abismo que separa a sus personajes a pesar de las preconcepciones y los rencores. En el descubrimiento de los lugares de encuentro que emergen del reconocimiento recíproco de valores esenciales del ser humano en el otro. Es ahí donde Tres anuncios en las afueras se configura como un anti-Fargo, reconociendo nuestros aspectos miserables, desechables y patéticos para luego matizar: no estamos perdidos del todo, puede haber redención y justicia a través del entendimiento mutuo y la colaboración al margen de la corrupta civilización a la que pertenecemos y nos mediatiza. A pesar de todo. «How come, Chief Willoughby?»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *