Tiger Girl (Jakob Lass)

La historia de dos, la concavidad de comportamiento, el cruce de comprensión, la injusticia interpretativa y las santas con botas de reglamento pateando culos ajenos.

Este es el encuentro casual de Tiger y Vanilla, dos mujeres que se complementan en el adoctrinamiento que vigila la levedad entre lo correcto y lo prohibido. La primera crea sus propias normas de convivencia. La segunda aprende la normativa vigente, ya no para ser policía, no le dejan, la escuela le permite ser una vigilante de seguridad con porra propia.

Lo que en principio promete un dúo de justicieras independientes esconde algo más sobre miga vital, violencia gratuita y crecimiento personal. Un poco de diversión malsana, a partir de la interpretación más conveniente de cómo actuar.

Tiger marca un ritmo, encuentra a un cachorro con el que compartir la carne, pone un poco de sazón sobre aquello que llama la atención y Vanilla, hambrienta, muerde. Primero titubea, luego no quiere parar.

Y que el ritmo no pare, no pare, no.

Jakob Lass se adhiere a la siempre imperativa visión de la metamorfosis y toma como punto de partida el discurso de «mujer, eres mujer y te trato como mujer abusando de tu condición de mujer». De ahí la excusa de darle a Ella Rumpf y Maria-Victoria Dragus un bate. Aunque pronto ponemos en cuarentena lo de mujer, el bate será el símbolo de esta metamorfosis, vigilando quién lo coge con firmeza en cada momento, y con qué motivación. Clave y bella es esa escena donde corre el preciado objeto de manos de una a las inocentes de la otra creando un círculo con la cámara, el cambio de tercio bruto.

Lass superpone capas, al unir la necesidad de una vestimenta concreta para invadir con autoridad y el aprovechamiento de la misma para trazar el camino opuesto: el vandalismo. Pero aquí ese sentimiento de sartén por el mango toma un camino no deseado al profundizar en la actitud de ambas. Los extremos o cómo tomar las reglas a conveniencia. Un poco lo que vemos estos días vergonzosamente en las calles, pero a un ritmo que eleva lo indómito a la categoría de arte, donde los conflictos se adornan con coreografías estilosas, la música aporta energía y ambas se mueven entre una sociedad rabiosa con sus propias normas.

Porque juntas llevan una dirección marcada por Tiger, pero es un personaje de calle, que conoce el diálogo interno de los transeúntes. Por el contrario Vanilla entiende a marchas forzadas el poder del bate sin posibilidad de consecuencias, y es su deformación la que gana protagonismo por momentos. Ya se sabe, cuando el aprendiz cree saber más que el maestro…

Volvemos a la mujer, porque utiliza sus formas con actitud tramposa y provechosa, para recordar de nuevo la inestabilidad del supuesto equilibrio. El equilibrio entre hombres y mujeres (y la relación dependiente o liberadora entre ambos), o el de los precursores de la ley como falsos profetas de la verdad. El hábito, en definitiva, que nunca hace al monje, todo falacias.

Pero son dos las que corren hacia la deriva, hay agilidad, divertimento, hay pasión y una gran metamorfosis, un cambio brutal a base de violencia, respaldada o gratuita, impositiva siempre, en un todo vale que se convertirá en delicia cuando se busca un drama gamberro y consecuente.

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