The Selfish Giant (Clio Barnard)

Basada en un relato de Oscar Wilde, The Selfish Giant es, en cierto modo, una fábula moral que toca muchos temas: la aceptación de la familia, la precariedad, la amistad, el respeto a los que nos rodean y, por encima de ellos, el dilema del robo. ¿Es robar un pecado? La práctica totalidad respondería que sí. En cambio, si alargamos la pregunta a: ¿Es robar un pecado cuando nuestra familia no tiene dinero ni para pagar la luz y el agua? Las respuestas seguramente cambiarán, y aunque sigamos condenando el arrebatar a una persona algo que es de su propiedad, la situación extrema en la que se encuentra el ladrón podría eximirle del pecado moral, aunque no del legal.

En concreto, The Selfish Giant, dirigida y adaptada por la británica Clio Barnard, se sitúa en un barrio inglés donde habitan ciudadanos de nivel adquisitivo bajo. Allí, uno de los oficios principales es el de chatarrero, una profesión difícil y no demasiado bien remunerada, al menos para los que no son el jefe. Aquí se plantea la trama de la película: los jefes chatarreros, con el objetivo de aumentar sus ganancias sin verse inmiscuidos en problemas legales, pagan a menores de edad para que roben cobre y otros materiales a terceras personas. Unos menores que, sobra decirlo, están necesitados de dinero que llevar a sus hogares, por lo que acuden a clase muy espontáneamente y centran sus actividades mañaneras en la búsqueda y saqueo de chatarra que vender.

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En general, se puede decir que el trabajo de todos los actores de la cinta es impecable. Mención especial sobre el resto para el protagonista Arbor, encarnado por un Conner Chapman que realiza una gran composición de su personaje: un niño rebelde, con principios violentos y muchas veces irritante, unos defectos que sin embargo podemos comprender sin demasiado esfuerzo, dada la pésima educación que ha recibido de su familia. Buen papel también de Shaun Thomas como Swifty, inseparable compañero de Arbon, con un carácter menos fuerte pero con unos problemas familiares incluso mayores. Ambos se verán con Kitten (Sean Gilder) un jefe chatarrero enérgico e hipócrita.

El ambiente de los bajos suburbios se respira en todo momento. Tacos, violencia, marginación, apuestas ilegales, escasez de elementos de primera y segunda necesidad… Gracias a ello, la inmersión en la película se consigue muy fácilmente, sin darnos cuenta ya estamos metidos en la trama. Buen trabajo de dirección también para recrear algunas escenas bastante complicadas de llevar a cabo, y en las que muchas veces se tiene a mover la cámara de manera exagerada (“efecto parkinson” le llaman algunos) para así disimular buena parte de lo que está pasando, cosa que por fortuna no sucede en la obra de Clio Barnard.

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La carga dramática, finalmente, se acaba sobreponiendo a la crítica social de la obra. Lo que en principio iba bastante bien encaminado como un reflejo de la sociedad, es absorbido por el propio carácter cinematográfico de The Selfish Giant. En pocas palabras, al llegar la bifurcación entre el cine social y el drama puro, Barnard se decanta por la espectacularidad de la segunda y nos ofrece un buen tercio final de película, con un desenlace bastante correcto pero algo exagerado y sin seguir profundizando en el desarrollo de los personajes, lo que deja en el ser consciente un sabor amargo, la sensación de que la película no ha sido fiel a sí misma hasta el final. A pesar de ello, estamos ante una recomendable película, un poco en la línea del cine británico de los últimos años de ofrecer la cara menos amable de la convivencia entre ciudadanos (sin llegar a las cotas de, por ejemplo, Tyrannosaur) y cuyo interés por conocer cómo termina no decae en ningún momento.

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