Ta’ang (Wang Bing)

Es altamente recomendable alguna vez en la vida enfrentarse a un film de Wang Bing en pantalla grande. El gigante del documental chino (galardonado en la pasada edición del Festival de Locarno, por su último film: Mrs. Fang), nos regala una especie de bitácora de viaje que a duras penas distingue espacios, tiempos o argumentos narrativos. Ubicando en el mapa un problema grave migratorio asiático, Wang Bing viaja junto a un grupo de refugiados para
traernos un film libre y real: Ta’Ang.

El pueblo Ta’ang (nombre con el que se llama a los pobladores de la zona del conflicto) huye de la guerra en la región norte de Myanmar, Kokang. Los refugiados/migrantes buscan cobijarse en cualquier valle, junto a un árbol o en algún descampado. Viajes clandestinos un tanto vertiginosos, entre montañas desoladas y noches junto a la hoguera. Recibimos cierta información de contexto. Quizá menos de la esperada, pero información a fin de cuentas. Aunque lo que importa es otra cosa: el tiempo. Como en los demás films de Bing, la experiencia de asistir al recorrido en el tiempo de unos personajes nos modifica como espectadores. Nos convertimos en un espectador participativo, atento al mínimo detalle. Nos sentimos casi realizadores. Wang Bing nos propone una paleta de detalles, nosotros afinamos los sentidos.

Cabe recalcar que los momentos más bellos del film son, a su vez, los más primitivos. Bing nos muestra la imagen clásica de «la reunión en la hoguera». El ser humano desde los inicios de los tiempos se reúne a contar historias alrededor del fuego, y este film no es excepción. Niños y mujeres rodean la hoguera y cuentan su viaje. Recuerdan e imaginan, el peso de la palabra se disuelve y nos olvidamos que no comprendemos el idioma. La palabra es sonido, es ambiente. Nos sumergimos en esta noche frente a la hoguera y participamos de este acontecimiento milenario. El fuego reúne a todos en un momento de aceptación personal de la propia historia. Como es de esperar, los mayores toman la palabra y recuerdan anécdotas. Repito, lo que importa no es la información, es el tiempo. La intimidad florece y Bing es aceptado para registrar esos momentos llenos de sinceridad. El realizador se hace presente como fantasma invisible. Quiero creer que, efectivamente, se vuelve invisible entre los refugiados y así logra filmar la intimidad. Invisible pero presente. De vez en cuando lo oímos respirar. Bing nos dice «Aquí estoy». No es para menos, rodar en tiempos de guerra no lo hace cualquiera. En varias ocasiones Bing ha explicado que él «lo hace todo». Él es cámara, sonido, realizador, productor, etc. Se vale de su cuerpo y de su estado anímico. Una especie de Jean Rouch chino.

Por otra parte, cuando se habla del cine de Wang Bing no se puede olvidar la percepción del tiempo. Ta’ang se extiende 2 horas y media. La percepción de tiempo real nace de los planos largos y la tensión que se genera en ellos. Una tensión real. Además, las bombas no están lejos. La apasionante distancia entre el realizador y los personajes sorprende inmediatamente. Rompe con la imagen que vemos en los medios sobre refugiados y migrantes destrozados, sin pudor. Bing es consciente de esto. La propuesta formal se desenvuelve utilizando las sombras, los cuerpos, las profundidades para establecer una distancia radical. El dolor constante de los refugiados es evidente, Bing toma distancia. Pienso en Pavel i Lyalya de Kossakovsky, y la manera en la que protege el llanto desesperado por la muerte de un ser querido. El realizador chino, a su manera, hace lo mismo.

El cine de Bing no necesita de apuestas, tiene fe por lo invisible, el sufrimiento de lo humano está siempre allí. Es real, es palpable. Como espectadores, no podemos escapar de ello. Viajamos con los personajes deseando que llegue el final y que encuentren un techo, de verdad.

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