Sutak, nómadas del viento (Mirlan Abdykalykov)

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Sutak nos sitúa en Kirguistán, en un majestuoso valle en el que una familia nómada, formada por dos ancianos, su nuera y su hija viven de la cría de caballos, prácticamente solos, excepto por Ermek, que se ha trasladado desde la ciudad para cuidar de la estación meteorológica más cercana. Este escenario, de gran belleza por sí solo, nos cautiva desde el primer momento mediante la cámara, que respira con lentitud, acompañando a los personajes en sus acciones cotidianas.

Umsunai, la pequeña de 7 años, queda cautivada desde el primer momento —y así también nosotros, con ella— gracias a una leyenda que le cuenta su abuelo sobre Sutak, un hombre convertido en pájaro. A partir de aquí, se abre una ventana a las leyendas y cuentos populares que el anciano le va contando a su nieta, y en los cuales los protagonistas siempre son hombres convertidos en animales. La fauna, por tanto, adquiere una importancia vital alrededor de la película, donde, además del continuo discurrir de los caballos con los que convive la familia, se hacen referencias una y otra vez, ya sea mediante conversaciones o mediante imágenes, a distintos animales, dotándolos de una gran trascendencia y misticismo. Los hombres, así, solo son una especie más del entorno, que convive en armonía con el resto de habitantes del valle.

Esta relación llega a ser incluso de corte personal para los personajes, en especial la pequeña Umsunai que, por cierto, es uno de los sustentos del metraje a todos los niveles: la naturalidad de su actuación, de sus gestos, la inocencia que transmite e incluso la madurez en ciertos momentos, hacen que sea, junto con su abuelo, el personaje más acertado. Los personajes más secundarios (porque al final, estos últimos, aunque sea una obra coral, son casi los que más peso tienen, o al menos los que más relucen) están menos perfilados, sus decisiones se nos hacen más predecibles y sus personalidades no distan mucho de los viejos estereotipos rurales a los que estamos acostumbrados.

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Junto a las leyendas que acompañan el conjunto, la película incide en el contraste entre la vida rural y los cambios respecto a la ciudad, que se nos presentan sobre todo mediante el meteorólogo de la ciudad, que vive por ahora cerca de la familia, y las palabras del hermano que viene de visita, y sus decisiones: quedarse en el valle o, tras terminar los estudios en la ciudad, hacer vida ahí. Todo lo que conocemos de fuera, como los personajes, es porque nos ha llegado mediante la palabra; en ningún momento vemos imágenes o recuerdos de ese «mundo exterior» que es la ciudad, incluso la lejanía de su propio valle. Esta dicotomía, aun así, no es algo precisamente novedoso, incluso tampoco en su tratamiento: lo nuevo frente a lo viejo; tradición frente a innovación. Aun así, está tratado de manera sincera y sin demasiadas pretensiones, lo que hace el resultado creíble.

En el caso amoroso tampoco se plantean demasiados avances ni complicaciones: la historia que desde el primer momento podemos entrever, se caracteriza por la paciencia característica del conjunto, y por una imposibilidad romántica de adaptarse a lo nuevo, a lo extranjero, para quienes han vivido ya en el pasado. Hay una voluntad de aceptación de que todo lo que vemos tiene que ser así y no de otra manera, y que todas las decisiones, tanto en este ámbito como en todos los otros, solo pueden terminar de una misma manera. Solo las nuevas generaciones, por lo que parece, son capaces de lidiar con lo nuevo, y por lo tanto tienen que renunciar al pasado para poder seguir adelante.

Sutak resulta, además de una incursión en el cine de Kirguistán, una fábula naturalista, llena de leyendas y tradición, un debut interesante, que nos habla de un país poco frecuentado por el cine y repleto de escenarios sin desperdicio alguno, pero donde muchas veces el peso del pasado rural no basta para que el relato sea tan potente y magnético como se hubiera pretendido.

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