Sin tregua (David Ayer)

«Soy la policía, y estoy aquí para arrestarte»

Con esta lapidaria frase se da el pistoletazo de salida al monólogo con el que arranca Sin tregua (End of Watch), un soliloquio que describe con solemnidad y grandilocuencia lo que significa ser miembro del cuerpo de policía de Los Ángeles, y que acompaña a una persecución captada únicamente desde la cámara frontal de un coche patrulla. De este modo, y en tan sólo dos minutos, se plantan sobre la mesa las cartas con las que la nueva película de David Ayer va a jugar: una historia en la que el ensalzamiento de la heroicidad de los cuerpos de seguridad estará a la orden del día y una atmósfera de corte realista que será, sin duda, la mayor baza del largometraje.

Con Sin Tregua, Ayer nos brinda una ‹buddy-cop movie› con tintes de thriller cuyo objetivo es meternos en la piel de una pareja de policías de Los Ángeles de la manera más orgánica posible; y esto lo consigue con creces gracias a una realización brillante y a un uso muy inteligente —aunque patosamente justificado— del lenguaje ‹found footage›.

La mezcla de una planificación “tradicional” con el empleo de cámaras de vídeo caseras hace de Sin Tregua una experiencia vibrante y visceral como pocas se han visto en el género últimamente. Aquí todo parece real: los golpes duelen, las balas matan, y la tranquila patrulla con tu compañero puede convertirse en una situación de peligro al girar la próxima esquina. En Sin Tregua no “vemos” a una pareja de policías, sino que “estamos” con ellos mientras los acontecimientos de un acertadamente imprevisible guión se van sucediendo y nos van atrapando inconscientemente, a la par que padecemos una tensión contenida a cada segundo de ronda por los barrios más conflictivos.

Este padecer es fruto del especial mimo con el que Ayer trata a los personajes, centrando la historia en la relación de amistad entre la pareja protagonista y retratando sus vidas, haciendo trascender al personaje y convirtiéndole en una persona tangible por la que podríamos sufrir —y sufriremos—. Así pues, toda la trama de investigación que podríamos exigir a un thriller policíaco tradicional, queda relegada a un segundo plano, actuando la focalización sobre los personajes y sus emociones como un arma de doble filo para el conjunto del filme.

Por un lado, la clara dirección de la película hacia la creación de un vínculo sólido entre protagonistas y espectador favorece enormemente a las secuencias de acción, incrementando las sensaciones de angustia y tensión. Por otro, genera unas importantes lacras en el ritmo de la narración, resultando especialmente dispersa e inconexa cuando trata de centrarse en la trama policíaca, evidenciando la naturaleza de ‹MacGuffin› de esta y tratándola con desgana y, en ocasiones, torpeza.

Problemas de ritmo aparte, Sin Tregua es uno de los mayores soplos de aire fresco que ha dado el cine policíaco en los últimos años. Una película en la que la emotividad no está reñida con una violencia que se puede palpar. Un producto en el que el entretenimiento más directo no tiene por qué ser antónimo de un filme inteligente. Una suerte de versión ultra-vitaminada de la serie Cops que, en el caso de que sepamos perdonar sus carencias y sus excentricidades —que en ocasiones derivan en la sensación de estar ante un panfleto de reclutamiento—, nos hará disfrutar considerablemente hasta que las luces de la sala se enciendan y nos saquen de las peligrosas calles de Los Ángeles.

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