Sexo fácil, películas tristes (Alejo Flah)

Las comedias románticas últimamente se ríen de las comedias románticas. Eso es así. Tienen todas un esquema tan similar, unos elementos tan conocidos por todos, que ya es lo que les queda: hacer lo de siempre pero con toques de humor por estar repitiéndose. Como ese monologuista de pajarita gastada al que le siguen pidiendo el mismo chiste de hace sesenta años.

En Sexo fácil, películas tristes, pese a su prometedor título, tenemos una colección de tópicos manidos. Mucho. Hasta la naúsea. Ni siquiera la inclusión del doble juego del escritor que debe solucionar los problemas de su vida personal antes de poder lanzarse a la creación de una nueva obra. El clásico miedo a la hoja en blanco lastrado por problemas personales. El cine argentino recurre mucho a esta figura en sus comedias románticas últimamente, como en Juntos para siempre o en Días de Vinilo.

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Ni siquiera las tablas de un Ernesto Alterio que en plena madurez vital y profesional, como muestran sus prematuras canas, demuestra, suma y sigue, lo gran actor que es, en la parte ‘real’ de la historia consiguen dar a la obra ese punto especial. La historia que tiene en su cabeza, y que irá escribiendo mientras pasan los minutos, protagonizada por Quim Gutiérrez, siempre cumplidor, y Marta Etura, es predecible y manida hasta la nausea. No solo por el guión, del que se ríe la propia película, sino también por los actores e incluso por las propias localizaciones (por favor, por favor, por favor, señores productores de películas aquí en la capital del siglo XXI: Madrid es más que Sol, Malasaña y el parque del Retiro. ¿Para cuándo unas localizaciones en Carabanchel? Y más con mi paisano Carlos Areces. Tenemos un barrio muy bonito)

Sexo fácil, películas tristes no innova, ni es esa película que marcará un antes y un después en tu vida, ni intenta serlo. Se limita a ser entretenida, y lo consigue. La adoptaremos con curiosidad, y hora y media después, la olvidaremos con una alta dosis de sangre fría. Ni siquiera al salir de la sala estará yéndose de nuestra cabeza según nos levantemos.

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Pero esa hora y media es como un suave paseo que nos lleva de la mano por lugares comunes y un mundo que conocemos. Como ir de visita a casa de la abuela y que nos dé leche con galletas para merendar. La rutina no siempre es monotonía, y está bien que, de vez en cuando, podamos disfrutar de algo sin sorpresas ni giros extraños: son los encantos de la tradición, el saber lo que va a pasar, la introducción, nudo y desenlace que esperamos y cuyo fondo nunca cambia porque es lo que siempre ha funcionado.

Por otro lado, hay que decir también que son curiosos los momentos en los que coinciden en pantalla Alterio con sus dos protagonistas. Son apenas un par de pinceladas, pero sirve para metaforizar muy bien las dudas y cambios que sufre el proceso creativo, unas escenas que recuerdan de algún modo a las entradas de Germain en la fantasía de su alumno en En la casa.

En cualquier caso, más allá de su previsibilidad, la cinta no tiene ningún tipo de pretensión. Quizá el final sea algo abrupto y rompa un poco con el desenfado presente en el resto de la misma, pero por otro lado eso estimula la imaginación de cada uno. Al final, cada uno se queda con lo que quiere, llueve a gusto de todos. Y eso también tiene su encanto.

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