Severina (Felipe Hirsch)

Resulta todo un gusto encontrarse con una propuesta tan madura y bonita como esta magnífica película latinoamericana que es Severina, dirigida por el escenógrafo y director de teatro brasileño Felipe Hirsch. Ante todo nos encontramos con un proyecto multinacional que reivindica el arte iberoamericano. Realizada por un brasileño. Ambientada en Montevideo. Interpretada por actores argentinos, chilenos, peruanos y uruguayos. Toda una declaración de intenciones enriquecida por un elenco diverso que da lo mejor de sí mismo para deleite de esos espectadores que amamos el arte latinoamericano. Y todo ello regado con un relato que desprende un aroma literario ciertamente engatusador. No solo por ser una adaptación de una novela de título homónimo escrita por el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa. Sino por elevarse como una trama que bebe directamente de la inspiración de los cuentos de Mario Benedetti. Terriblemente romántica. Una especie de adaptación de El Zahir de Jorge Luis Borges en medio de Las mil y una noches y con ciertos brotes de Ulrica. Ambos, autor argentino y libro de cajas chinas, mencionados en varios pasajes del film con premeditación y alevosía. Pues más que ante una película nos encontramos con un laberinto poético y enigmático. Que se beneficia de la atmósfera gótica y tenebrosa que propicia su ubicación en el viejo Montevideo. Un lugar que se presta para la fantasía onírica. Para el amor obsesivo. Para perderse en varios trucos de magia que resultan cercanos y verosímiles partiendo del hecho de lo inverosímil de la recreación representada.

La película se estructura en una especie de narración en forma de novela. Con un prólogo, varios capítulos y su correspondiente epílogo. Arrancando con la narración omnisciente cantada por el protagonista del film. Un joven dueño de una librería ubicada en el barrio viejo de la capital Uruguaya interpretado por Javier Drolas. Un establecimiento al que acuden una tarde por semana una serie de amantes de la lectura con el propósito de leer en buena compañía los pasajes de sus libros favoritos. Pero también un negocio vetusto y arcaico con olor a viejos tiempos. Donde aún se respira esa esencia de hojas amarillentas afectadas por el paso de los años y el sudor de las manos a su contacto. Un paradero sensual, donde los sentidos mandan frente a la tecnología.

Un lugar donde nunca pasa nada. Quizás demasiado monótono y previsible. Algo que no ayuda a las pretensiones de su dueño cuyo sueño no es otro que el de convertirse en un reputado escritor. Sin embargo el tedio será demolido repentinamente cuando una tarde arribará a la librería una joven con cara de adolescente. Linda e imprevisible. Sin mediar palabra, solo un par de miradas ardientes en deseo entre propietario y visitante, la recién llegada hará acto de presencia usurpando un par de libros de la estantería dedicada a la literatura japonesa. Y aunque el dueño ha sido consciente de ello no hizo nada para impedir el hurto. Mostrándose cautivado por el aura que rodeaba el cuerpo de su nueva obsesión. Y la muchacha retornará al lugar del crimen para volver a robar. Y pecará de nuevo. Se trata de una ladrona de libros. Una profesión que no está de moda. Rara y extravagante. Se mostrará como una mujer solitaria afectada por alguna herida emocional. No conoceremos su pasado. Intuiremos que su futuro no es nada esperanzador. Nos centraremos en su presente. En el nacimiento de una obsesión. La del librero solitario y ajeno al amor que parece haberse topado con su media naranja. Con una desconocida amante de sus aficiones que detenta sus mismas pasiones. La lectura y la literatura. La ratera se hace llamar Ana (virginal y bellísima Carla Quevedo, una amapola de origen argentino que volvería loco a cualquiera). En principio indica que vive con su novio en un hostal cercano. Luego volteará su versión confirmando que con quien realmente vive en con su padre. Parece que la mentira es con quien realmente vive. Sus palabras parecen lanzar embustes en lugar de realidades. Pues Ana mora en un paraje donde la fantasía literaria es su principal referente. La realidad convertida en una ficción imperecedera trazada por la prosa de Borges y los grandes clásicos de la literatura latina.

Nuestro narrador descubrirá que Ana no solo ha usurpado su tienda. También la de otros libreros, como la de un viejo amigo converso al Islam. Y el hechizo se hará carne y pasión. Librero y ladrona harán el amor sin ataduras ni prejuicios en la librería. Aunque este ritual parece acompañar a Ana en sus pesquisas por la ciudad. Nuestro héroe no ha sido el único en disfrutar las mieles del sexo de Ana. Pues un hombre maduro y avejentado por las circunstancias (interpretado por el gran Alfredo Castro) aparecerá para mayor intriga, presentándose a veces como el padre a veces como el amante de nuestro fruto de anhelo. Ello conducirá al protagonista a una tenebrosa epopeya en la que tratará de descubrir la verdad que se esconde tras el rostro de ese ángel que ha vuelto a despertar su interés por la vida. ¿Quién es realmente ese hombre que la acompaña? ¿Cuál es el motivo de esa enfermiza cleptomanía que empapa el alma de Ana? ¿Qué tormento aprisiona a esa niña con pensamiento de veterana? ¿Estamos contemplando una historia desenvuelta en el universo real o las imágenes y las letras nos han atraído hacia una atmósfera imaginaria más propia de los sueños?

Todas estas preguntas hallarán (o no) respuesta al final de la película. Una obra hermosa. Que respira ese sabor a cine antiguo. Un cine muy inteligente que establece una enrevesada partida de ajedrez con el espectador sin artificios ni engaños. En muchos segmentos del film podemos tener la sensación de estar leyendo un libro de tintes góticos perteneciente al romanticismo europeo del siglo XIX. La concepción formal del film ayuda a ello. Forjado a través de planos silenciosos y sosegados. En los que la cámara se mueve muy levemente. Captando la grandiosidad penetrante de las calles, casi siempre vacías de gentío, de Montevideo. Una ciudad recóndita y tenebrosa. También hipnótica. Apoyándose en unas interpretaciones excepcionales de todo el elenco. Destacando la química que desprenden Drolas y Quevedo y asimismo el saber hacer de dos grandes como Castro y Alejandro Awada. Sin duda uno de los puntos fuertes que explota el film será la mirada seductora y atractiva de Carla Quevedo. Una actriz que sabe envolver con su empaque la intimidad poética que requiere una propuesta como esta. Una mujer fatal víctima de su amor al arte. Perjudicada por no saber distinguir entre verdad e irrealidad. Una fragancia que, como el arte, emerge como efímera y fugaz. Difícil de conquistar y domar. Libre como las letras que escapan de la censura. Apasionada como una novela que trata de trascender a su época. Nostálgica como los recuerdos de nuestra infancia. Porque Ana (o Severina, o Sherezade, o como queramos llamarla) brotará como ese fantasma que aparece en nuestras fantasías inalcanzables, solo realizables en nuestra ilusión poeta. 

Severina aspira esos trazos de gran cine. De cine convertido en literatura. Un ingenio creado por el gran Felipe Hirsch con mucha mesura y delicadeza. Una obra emocionante que alberga infinidad de sentimientos e impresiones. Combinando tragedia con romanticismo. Un cuento dibujado en estampas de carne y hueso, derivando su perfume hacia las brumas e inquietudes de una pomposa pesadilla. Pues esta es la historia de una obsesión. De un amor obsesivo. Del amor por una mujer desconocida. Del amor por el arte sobre todas las demás cosas.

Podemos detectar, desde una perspectiva estrictamente cinéfila, muchas influencias en la obra. Por un lado a Rohmer y sus cuentos morales como claro ejemplo de apuesta narrativa y filosofal. Compartiendo con el maestro de la Nouvelle Vague ese círculo que rodea a un hombre solitario que caerá perdidamente hechizado por las piernas y la mente de una mujer espontánea, joven y culta que hará aflorar sus instintos más apasionados. Pero también hallo ciertas conexiones con la gran película de Hugo del Carril Más allá del olvido, sobre todo en ese tormento que experimenta el protagonista por una mujer que compete a un delirio fantasioso. Del mismo modo podemos recordar a ese Luchino Visconti envenenado por el arte de Dostoievski en su adaptación de Noches blancas protagonizada por el maestro Mastroianni. Y finalmente me quedo con Marcello y Romy en otra obra cinematográfica que partía de los textos literarios como es Fantasma de amor de Dino Risi. Películas con color novelesco. Versadas sobre las obsesiones que castigan al ser humano. Protagonizadas por una mujer que desata la pasión de un aspirante a artista sumido en el tedio. Todo ello bautiza a Severina como una de las grandes sorpresas del cine latinoamericano de los últimos años.

11 comentarios en «Severina (Felipe Hirsch)»

    1. Se mencionan entre otros Romance de Genji de Murasaki Shikibu, Las mil y una noches (traducción de Galland), Espérame en Siberia, vida mía de Jardiel Poncela, La alquimia y su libro mudo (Mutus Liber) o El Zahir de Borges. Los aforismos son de Yoshida Kenkō

  1. Hola, me gusto mucho la película y su texto. ¿puede ayudarme a recordar cuál es el libro de la última lectura en la librería, qué ella deja abierta cuando parte?

    1. Buenas tardes Nina. No lo recuerdo ya. Efectivamente es una gran película. Espero algún espectador que la haya visto recientemente pueda contestarte. Un saludo.

  2. La verdad es que no me ha gustado la adaptación a la novela de Rey Rosa, principalmente el «padre» de Severina interpretado por Castro que como todo actor chileno que filma para el extranjero utiliza una dicción forzada y que resulta poco creíble. El papel de Severina tampoco está logrado, en la novela se trata de una mujer atractiva, sensual y segura, no una joven tímida y en general poco atractiva. Quizás lo mejor es que sí se adapta a la narrativa de Rey Rosa que se caracteriza por ser muy simple pero impactante (tres novelas exóticas y quizás no tan buena en Los Sordos).

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