Sesión doble: Tetoviranje (1991) / Ghosts… of the Civil Dead (1988)

Entre rejas se encuentran los protagonistas de nuestra sesión doble de hoy, en la que analizamos una de las películas más premiadas en la historia de Yugoslavia, el drama carcelario Tetoviranje de Stole Popov por un lado, y realizamos una pequeña incursión en el cine australiano de género para hablaros sobre una de sus gemas ocultas, el debut del cineasta John Hillcoat en Ghosts… of the Civil Dead, una demoledora obra que no deja indiferente.

 

Tetoviranje (Stole Popov)

Tatoo

El cine carcelario ha servido a los cineastas más beligerantes como medio para lanzar  incisivas críticas en contra de las imperfecciones presentes en los cimientos de la sociedad contemporánea a la época de producción del mismo. Este es el caso del macedonio Stole Popov, que en 1991 erigió un monumento del drama carcelario que llevaba por título Tetoviranje (Tatuaje en su traducción al español), cinta muy desconocida que merece una clara reivindicación ya que es sin duda uno de los más magistrales poemas del cine de los noventa.

Tetoviranje es una rareza fílmica de hipnótica factura que ciertamente resultará impactante para aquellos espectadores menos familiarizados con el cine originario de los Balcanes. A esto se añade el atractivo que supone el contexto histórico en el cual se esculpió el film, puesto que la película se llevó a cabo en el instante previo al estallido de la Guerra de Yugoslavia, lo cual convierte a esta obra en un fiel testigo de la depravación y corrupción existente en la Yugoslavia de finales de siglo, mecha que encendió la bomba que estalló en aquella región europea.

La estructura argumental de la cinta, ambientada en la Macedonia socialista integrada en Yugoslavia, se divide en dos partes diferenciadas. La primera, de estilo más melodramático, describirá la vida del borrachín y vago personaje (de nombre Ilko) que sustenta la sinopsis de la trama así como sus problemas conyugales e ideología política. Este vector más convencional dará paso al segundo, puramente carcelario, cuando por un designio del destino Ilko será encarcelado por el simple hecho de levantar las sospechas de una pareja de policías que encuentran al susodicho personaje tumbado en el banco de una estación de tren con la única compañía de una maleta vacía.

A partir de este punto de inflexión, la cinta se transformará en una turbadora pesadilla de paisajes sucios y dantescos y una atmósfera inquietantemente malsana. A pesar de su demostrada inocencia, Ilko se verá obligado a convivir con una galería de inquietantes compañeros de celda: desde un iluminado que se cree la reencarnación de Jesucristo, pasando por asesinos, enajenados, violadores, homosexuales presos de sus apetencias más primitivas, prisioneros políticos, viejos ladrones leídos en filosofía y corruptos funcionarios de prisiones que ejercerán sádicos procedimientos para mantener el orden en las putrefactas celdas que habitan los reos, es decir un fidedigno hábitat que dibuja el perfil  de la sociedad yugoslava de la época.

La cinta se diferencia de otras muestras de cine carcelario en su forma de retratar la violencia y perversiones presentes en prisión. Y es que éstas no son reflejadas desde una óptica puramente realista, sino que Popov se apoyó en un realismo emanado desde el absurdo más surrealista para incomodar al espectador. La nerviosa cámara del autor macedonio recorre con maestría los reducidos espacios que habitan los internos esbozando a la perfección la esquizofrenia latente en los presos así como el viaje hacia la locura experimentado por Ilko.

Igualmente el film es fundamentalmente una hábil metáfora que lanza una ácida denuncia contra el decadente régimen comunista yugoslavo, sistema capaz de devorar el alma de todo aquel que se atreviera a cuestionar su existencia con procedimientos espurios y deshonestos. Régimen que concluiría demolido unos meses después de la filmación de Tetoviranje por los sucesivos levantamientos independentistas de las diversas regiones que lo conformaban. Sin duda, una obra devastadora y demoledora de obligado visionado.

Escrito por Ruben Redondo

 

Ghosts… of the Civil Dead (John Hillcoat)

Ghosts... of the Civil Dead

Es un tanto difícil enmarcar Ghosts… of the Civil Dead en un contexto o momento concreto del cine australiano: realizada por John Hillcoat (que tras La propuesta diera el salto a Hollywood con La carreteraThe Road—), el debut del cineasta aussie llegaba justo cuando la llamada «Ozploitation» daba sus últimos coletazos hasta su resurgimiento a principios del siglo en que nos encontramos. No obstante, emparentarla con el movimiento que tuvo cabida en Australia de inicios de los 70 a casi finales de los 80 se antoja un tanto complicado por la carencia de rasgos significativos compartidos con ese periplo en particular, y es que aunque se podría considerar una pieza de género, su tono ciertamente más oscuro que el de los trabajos que poblaban el panorama y su vocación marcadamente autoral la alejan de lo que por aquel entonces se cocía en el país oceánico.

Ambientada en una prisión de máxima seguridad bajo tierra, Ghosts… of the Civil Dead narra los hechos acontecidos en la Central Industrial Prision durante varios meses hasta el estallido de violencia final acerca de cuya confrontación de testimonios provocará una investigación en el presidio.

Dividida en distintos episodios que relatan de un modo un tanto particular ese «crescendo» de violencia suscitado por la autoridad, Hillcoat se acoge a un tratamiento incluso aséptico por momentos, que queda reforzado especialmente en la construcción de las escenas, donde plano, escenarios e incluso interpretaciones —esa narrativa sosegada, las conversaciones tan lejanas a ciertos momentos de dureza— dotan del cauce adecuado a la idea central del film, en el cual la aparente quietud no esconde más que una violencia soterrada que se intuye más por los fríos comportamientos y los intertítulos al inicio de cada capítulo que por lo que vemos en pantalla, aunque termine surgiendo a borbotones.

De hecho, una cita del dramaturgo Nathanael West introducida por uno de los personajes es quizá la que mejor describe lo vivido en esa prisión: cómo incorporando elementos a un ambiente ya de por sí hostil se logra un desequilibrio en el cual lo físico y cambiante lleva a una especie de corrupción del orden natural, que es precisamente lo que incentivan los altos cargos tras los muros de esa prisión.

No obstante, Ghosts… of the Civil Dead no se conforma con las capas de lectura más superficiales que atañen al sistema, y la parábola trazada por Hillcoat llega tanto o más lejos como el film lo permite, recogiendo un contundente mensaje sobre como ese tipo de sistemas están ideados para ser retroalimentados por el individuo, y a su misma vez coartan y capturan su libertad individual desde el momento en que existen, aunque éste no se preste a ello.

Quizá su fórmula narrativa y esa intencionada anarquía —puede que contagiada por la presencia de Nick Cave, firmante también del guión— que se apodera del conjunto espanten a más de uno, pero el pulso de Hillcoat y su buena mano haciendo gravitar secuencias que, fuera del conjunto, lo definen, logran hacer de Ghosts… of the Civil Dead una turbadora e inquietante experiencia que se ve rubricada con una de esas conclusiones demoledoras ante las que, por mucho que se intente describir (como servidor ha hecho o intentado), no hay palabras.

 Escrito por Rubén Collazos

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