Sesión doble: Invasores de Marte (1986) / Extraterrestrial (2014)

Estamos en pleno Sitges, y aunque este año es el thriller el que se homenajea, nosotros no perdemos la oportunidad de hacer una sesión doble de terror. Como si de un árbol se tratase, el género tiene muchas ramas, así que nos movemos por la no-humana gracias a los extraterrestres con Invasores de Marte, el remake de 1986 de Tobe Hooper y Extraterrestrial, que dirigió Colin Minihan en 2014. Vienen de ahí fuera…

 

Invasores de Marte (Tobe Hooper)

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Invasores de Marte es un film que conecta directamente con el poso con el que en la actualidad se hace mención a la figura de su director, Tobe Hooper: ambos son vistos y disfrutados hoy desde la nostalgia y la admiración, con ciertas ansias de una reivindicación que haga justicia los maltratos pasados de la crítica. Si el director tejano vive ahora un recuerdo infundado en la visión de una filmografía marcada a fuego por una perenne evocación de dos cintas clave, como son La Matanza de Texas y Poltergeist, la segunda película que el tejano haría para la incombustible Cannon acabaría masacrada analíticamente y hoy se ve como una evocación más que aceptable de la ciencia ficción clásica, herencia sincera y megalómana del film modelo homónimo dirigido en 1953 por William Cameron Menzies. Es casi elemental hacer mención a la situación de Hooper en aquel año 1986: vilipendiado por la industria a razón de su supuesta confrontación artística con Steven Spielberg en el rodaje de Poltergeist, Hooper se vio casi en la obligación de caer en los brazos de Menahem Golan y Yoram Globus, que bajo su productora de índole exploit se originaría una obligación contractual de tres películas que incluía en este film, paradójicamente, las intenciones de los cineastas israelíes por ofrecer, en gran medida, una ciencia ficción con ciertos paralelismos temáticos y el sentido del entretenimiento promovidos por Spielberg durante aquella adorada década de los 80.

Afortunadamente, Tobe Hooper demostró nuevamente estar a la altura del tiempo: si en la anterior década entró por la puerta grande en la dimensión de los maestros del terror con un necesario poso de horror realista, en estos característicos años 80 sabría sobrevivir como meticuloso pero apasionado mercenario. Años después de los últimos visos de característica autoría como los que se habían visto en la maravillosa La casa de los horrores, el director plantea una revisión del viejo clásico de los años 50 implantando el espíritu pulp intrínseco de su historia bajo una estética que, como buena explotación comercial, intenta evocar mucho más de lo aparente, pero que Hooper sabe limitar manteniendo un poso de Serie B marcado pero contenido, con la coherencia de conocer tanto el material de base como el contexto en el que ambas películas se realizan. Y es que, en efecto, la paranoia belicista y de rebelión social que de manera secundaria mostraba la película del 53 aquí es expuesta de manera desmesurada, pero al servicio de la disfrutable demencia sci-fi que se arropa en la estridencia y el homenaje; desde la desproporcionada narración de los tópicos de la ciencia ficción clásica, lo caricaturesco de su calado visual y hasta lo aparatoso de sus texturas, la película propone un sentido de la diversión disfrutable y de fácil consumo, componentes clave para ensamblar ese espíritu indispensable en el que Hooper reincide de nuevo (Lifeforce estaba tan reciente y Hooper tenía su poso tan presente aquí que hasta se permite mostrarla en una televisión), que ya hemos mencionado y se convierte en esencial para entender la película: el pulp. Invasores de Marte hereda de las claras proposiciones comerciales que los Golan Globus pretendían el manifiesto espíritu de ímpetu infantil ante el descubrimiento de lo desconocido, donde se cerrarán las conexiones con el mainstream “spielbergiano”. Tobe Hooper muestra a su infante protagonista acercarse a la niebla de la televisión que rápidamente nos hace recordar a Poltergeist, pero lo evita cambiando de canal: aparece Lifeforce en pantalla, que ya mostró en su día las maneras tan artesanales y tradicionales de concebir todo un género por parte del tejano. Ese sí es su rollo, y, como en la película de 1985 de vampiros espaciales, será la clave para comprender este clásico menospreciado.

Escrito por Dani Rodríguez

 

Extraterrestrial (Colin Minihan)

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The Vicious Brothers (nombre cool bajo el que se esconden los canadienses Colin Minihan y Stuart Ortiz) se dieron a conocer en 2011 con Encuentros paranormales, una de las más entonadas entradas dentro del horror vía found footage producidas en los últimos años. En esa cinta, angustiosa y rica en imágenes pavorosas, el tándem confirmó su habilidad no sólo para utilizar con talento unos determinados mecanismos inherentes al formato del metraje encontrado (y al cine de terror en general), sino su inteligencia para convertir su bagaje cinéfilo (donde se intuyen muchas horas de videoclub y mucha serie B metida entre pecho y espalda) en el motor creativo de un cine a la vez referencial y genuinamente fresco, en el que la cita y la réplica reforzaban el músculo de la narración, en lugar de anquilosarlo. Algo similar ocurre en Extraterrestrial, si bien el humor (muy presente a lo largo de todo el metraje en forma de coñas y guiños varios al género) ha desplazado considerablemente al terror del campo de juego.

Lúdico festín para fanáticos del horror que acecha allende el espacio, al tiempo que espectáculo de barraca de feria dentro de su desprejuiciada acumulación de sobresaltos, el filme parece concebido como un greatest hits del cine de invasiones extraterrestres (abducciones, luces cegadoras, sonidos estridentes, control mental, conspiraciones, ¡¡sondas anales!!…), ejecutado con la modestia y la ligereza necesarias como para que la sucesión de lugares comunes se entienda, más que como vulgar refrito, como una celebración del género, cuya iconografía y principales ítems temáticos sus autores explotan con la honestidad y la falta de rubor de quien busca más el goce cómplice del fan fatal del asunto espacial que el asombro de quien espere encontrar ideas nuevas y rompedoras. En este sentido, el filme funciona en su mayor parte como un reloj, trasladando la amenaza ufológica a uno de los espacios más emblemáticos del cine de terror teen (la cabaña en el bosque, como ya hiciera antes Alterado), y dejando que secundarios arquetípicos (el sheriff circunspecto y atormentado, el loco-lúcido que encarna un gran Michael Ironside) aporten su saber estar y roben la función con cada pequeña aparición.

Prescindir de una estructura narrativa tan exigente como la que supone el found footage ha servido, entre otras cosas, para ratificar el talento tras las cámaras de sus autores, cuya inventiva brilla en algunos hallazgos puntuales (la lluvia cayendo sólo en el cuadro izquierdo de la pantalla) y en una puesta en escena de gran robustez, en la que lo lúgubre (el episodio en la nave, que remite inevitablemente al de Fuego en el cielo, aún más pesadillesco si cabe), lo fascinante (las abducciones) y lo irónico (el brazo cercenado, la aparición final del “hombre que fuma”) se combina con sentido y perspicacia, sin provocar torpes rupturas de tono ni entorpecer el ritmo de la narración. Sólo flojea, por forzada, la trama romántica, si bien se encauza (con no poca mala baba) hacia un desenlace rotundo que hará dar palmas de entusiasmo a los conspiranoicos que pueblan el globo.

En definitiva, que, sin inventar la sopa de ajo, Extraterrestrial acaba constituyendo una pequeña, matona y grata incorporación al panteón del terror con alienígenas, compensando sus pequeños defectos (la escasa originalidad de todo lo que plantea, algo que afecto tanto al diseño de los extraterrestres como al discurrir de la narración) con su buena mano para articular un cine de terror efectivo, potente y entretenido, que bebe de clásicos menores (de la citada Fuego en el cielo a la semiolvidada Llegan sin avisar) pero logra finalmente alcanzar una cierta autonomía, como hiciera recientemente la reivindicable Dark skies.

Escrito por Nacho Villalba

 

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