Sesión doble: Había un padre (1942) / Hombres frente a frente (1986)

A principios de semana muchos padres se sentían homenajeados en ese día que las grandes superficies han marcado como festivo (otros quemaban maderas para recibir la primavera), así que no quisimos perder la ocasión para hablar de las relaciones paterno-filiales. Padres e hijos se reúnen en la sesión doble con el clásico Había un padre de Yasujiro Ozu (1942) y Hombres frente a frente de James Foley (1986).

 

Había un padre (Yasujiro Ozu)

Un profesor de escuela viudo parte de excursión a Tokyo con sus alumnos. Mientras el grupo descansa al borde de un lago, varios estudiantes cogen un bote y se adentran en el agua, resultando en el ahogamiento de uno de ellos. Responsabilizándose del accidente, el profesor dimite y abandona la ciudad con su único hijo, trasladándose al campo. La relación entre ambos no es todo lo cercana que al chico le gustaría, pero este profesa una admiración total por su progenitor. Pasa el tiempo y el padre, preocupado por la escasez de trabajo en el campo, decide regresar a Tokyo y mandar a su hijo a un internado, para así poder pagar sus estudios a distancia.

La figura paterna en el cine de Ozu es la imagen del sacrificio por el bien de la tradición y el deber con los valores japoneses de esfuerzo y perseverancia, que son en esencia los pilares en los que se sustenta la supervivencia de la sociedad nipona a principios del siglo XX. Es también la imagen del hombre que dedica su vida a la pervivencia de la dignidad generacional, a intentar que la semilla que planta en vida perdure en la historia de aquellos que le suceden. Es el padre que, ante la soltería de su hija, dedica casarla para asegurar su descendencia pese a que ello implique quedarse solo en Primavera tardía. Es el padre que, pese a estar en paro, se esfuerza en encontrar una figura materna para sus dos hijos desolados en Un albergue en Tokyo.

No obstante, esta figura es también la de un hombre destrozado, pobre en muchas ocasiones, solitario, humillado por un sistema que aplasta ese honor inmaculado del código feudal japonés, pero que se mantiene firme frente las adversidades. Este es el padre denostado por sus superiores, ante quienes tiene que hacer las veces de bufón para ganarse el sueldo aún sabiendo que al hacerlo no hace más que ridiculizar su nombre y el de su familia, en He nacido pero… y es también el protagonista de Había un padre. Ozu coloca a este hombre maltratado por su suerte, viudo, que arrastra una culpa que sabe a muerte, en el centro de un relato de resistencia. La película, estrenada un año después de la entrada de Japón en la Segunda Guerra Mundial, es la historia de un país que no se da por vencido y es capaz de sacrificar aquello que más ama por los más altos compromisos con y para la sociedad (la correcta educación, la profesionalidad laboral, la perdurabilidad de la especie). No obstante, y aquí entra en juego la mirada profundamente humana del cineasta, Ozu utiliza al hijo como resquicio de luz en la lúgubre vida del adulto. El cineasta empatiza con la mirada del chico pero no critica la del padre. No hay juicios en el cine de Ozu, sólo hechos que ocurren frente a esa cámara tan característica de su cine, que funciona como puente entre generaciones y establece continuamente un diálogo entre lo moderno (el hijo) y lo tradicional (el padre).

Escrito por Juan Prieto

 

Hombres frente a frente (James Foley)

Sean Penn y Madonna eran la pareja de moda a mediados de los ochenta. Penn era el chico malo opuesto a su colega de generación Tom Cruise. Alguien que parecía revolverse en contra del sistema, es decir, la imagen de ese rebelde con causa que tanto gusta al público americano. Tanto es así que en 1986 apareció en las carteleras americanas Hombres frente a frente (At Close Range), cinta hecha a la medida para el lucimiento de una nueva estrella en ciernes. Tan a la medida que la banda sonora fue adornada con el Live to Tell de su esposa Madonna cuya sintonía aparecerá en las escenas más trascendentes y bellas del film. Y en la dirección se situaba un hombre de la confianza de la diva del pop, James Foley, ideólogo de sus más recordados videoclips. Todo esto parecería presuponer que el resultado final de la cinta acabó siendo más que defectuoso y olvidable. Pero no.

Pues Hombres frente a frente se eleva como una propuesta más que digna e interesante fundamentalmente como una pieza que denota ese estilo de hacer cine que nació en los años ochenta en paralelo con la explotación del videoclip made in MTV. Partiendo de un hecho real que sucedió en los setenta, Foley tomó las riendas del proyecto derritiendo en cada imagen de la película su visión videoclipera de hacer cine explotando la belleza de los paisajes naturales donde tiene lugar la acción y apoyándose en una fotografía recargada pero a la vez pulcra y elegante, mezclando sin problemas secuencias ralentizadas con zooms muy académicos.

La película arranca mostrando las andanzas de Brad Whitewood Jr. (Sean Penn) una especie de delincuente juvenil que trapichea con asuntos de poca monta en un decrépito pueblo situado en esa América blanca y profunda. Con la ayuda de su hermano (interpretado a su vez por el añorado Chris Penn), Brad decidirá acudir a su padre (magnífico e intrigante como siempre Christopher Walken) como vía de escape a su tediosa y deprimente vida familiar y pueblerina. Pues su padre (quien abandonó el hogar cuando Brad era solo un niño) forma parte de una peligrosa banda de delincuentes que se dedica al robo y comercio de tractores. La inicial relación de confianza y compañerismo que surgirá entre padre e hijo se verá truncada en el momento en el que Brad descubra que tras el rostro cool y fascinante que encierra su progenitor se encierra un psicópata al que la vida humana le importa menos que una colilla usada, hecho que provocará el choque entre ambos que desembocará en un fatal desenlace.

Hombres frente a frente es una película que merece un rescate inmediato. No solo por el placer de poder contemplar un duelo interpretativo de proporciones cósmicas como el suscitado por dos gigantes: un joven Sean Penn que supo mantener el tipo ante un desatado Walken, sino igualmente por el encanto que supone la aparición de actores noveles que posteriormente desarrollarían una fructífera carrera como Mary Stuart Masterson, David Strathairn o Kiefer Sutherland.

Asimismo por esa forma de hacer cine palomitero partiendo de una trama truculenta que evita en todo momento caer en el tremendismo y el desgarro que hubiera sido cultivado sin duda de haber sido realizada la película en la década anterior. Pues podemos afirmar que este es un videoclip exquisito agraciado por la imagen narcótica de un James Foley al que le interesa más reforzar los timbres de acción y entretenimiento en detrimento del análisis social e interior de la psicología de los oscuros personajes que vertebran el relato. No obstante el film conserva una aura mágica plena de melancolía gracias a ese deslumbrante sentido alucinógeno que ostentaba el cine del James Foley de los ochenta, siendo rematado con una secuencia de cierre soberbia e inolvidable para el gozo y disfrute de los fans de Penn y Walken.

Escrito por Rubén Redondo

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