Sesión doble: El autoestopista (1953) / Carretera asfaltada en dos direcciones (1971)

El deseo de buscar una libertad utópica y un paraíso dantesco convertido en pesadilla son los paisajes oníricos que describen a las dos road movies incluidas en esta sesión doble dedicada a uno de los grandes subgéneros de la historia del cine,  el de las odiseas por carretera. Una sesión doble para deleite de los amantes del cine más exquisito con dos clásicos básicos de la historia del cine: El autoestopista dirigida con mano maestra por la pionera Ida Lupino y Carretera asfaltada en dos direcciones la road movie nihilista por excelencia del séptimo arte, dirigida por el maldito Monte Hellman. Abróchense el cinturón y acompañadnos como pasajeros de excepción en estos dos fascinantes viajes.

 

El autoestopista (Ida Lupino)

El autoestopista

El autoestopista es una de esas joyas esculpidas en las más profundas trincheras de la serie B made in RKO. Se trata de un thriller ejemplar, seco, inquietante y vigoroso en el que la carestía de medios económicos queda enmascarada a la perfección gracias al talento de la legendaria Ida Lupino, que tras fraguar una inmaculada carrera como actriz se atrevió a dar el salto a la dirección con excelentes resultados. Ida rompió moldes y tabúes dirigiendo una película de marcado cosmos masculino, demostrando de esta forma que trazar historias perversas y turbadoras no dependía del sexo del autor (para más inri la Lupino se encargó de firmar el guión en colaboración con su marido, el guionista Collier Young).

A la Lupino le bastaron setenta minutos para dibujar un cuento de terror ataviado de una atmósfera opresiva y malsana, el cual nos relata la pesadilla en la que se sumergen dos hombres de clase media que deciden pasar un fin de semana de regocijo y desenfreno en México —es lo que se supone por el hecho de hacer creer a sus mujeres que han ido a pescar … peces—  en la que caen al cometer el error de recoger a un autoestopista que es en realidad un psicópata asesino que ha sembrado de cadáveres las polvorientas carreteras de la frontera que separa California del país azteca.

El maníaco utilizará a la pareja de americanos como peleles, los cuales no tendrán más valía que servir de medio de esparcimiento y diversión al sádico asesino en su desesperado viaje de huida con dirección a la costa mexicana. A lo largo de la travesía —magníficamente recreada con una fotografía que combina unos claustrofóbicos planos conjuntos de los tres pasajeros en el interior del vehículo en yuxtaposición con una asfixiante fotografía que recrea las polvorientas carreteras de la frontera—, se establecerá un sádico juego de dominación en el que el desalmado ejecutor dispone a su voluntad de las débiles almas de los dos pusilánimes que tiene por compañeros de viaje.

Magnífico es el retrato que la Lupino hace del psicópata, un peliagudo personaje fiel representación de la maldad humana al que confiere el imaginativo detalle de dormir con un ojo abierto cual cancerbero que vigila a sus presas. Igualmente Lupino retrata la floja personalidad de los dos urbanitas que son incapaces de hacer frente a su captor, actuando con una absoluta falta de gallardía, hecho éste del que podría desprenderse una sutil metáfora acerca de la tendencia homosexual que parece cohabitar en el temperamento del trío protagonista.

Lupino dota de oxígeno a la narración a través de la investigación policial que fluye en paralelo a la trama principal y gracias a  los encuentros que tienen lugar entre los protagonistas y los lugareños mexicanos en las tascas de carretera a las que arriban para proveerse de  los refrigerios precisos con los que continuar su demencial viaje,  escenas éstas a las que Lupino otorga un inusitado realismo al entremezclar con desparpajo el uso del inglés y el español. Como buena serie B la película fue filmada en los áridos escenarios naturales de la frontera mexicana, de modo que la carretera se transmuta en un personaje adicional señalado con un aura catatónica que logra incrementar el misterio que impregna el film.

Es un hecho demostrado que esta película de culto es una de las más homenajeadas del thriller americano. No sólo es clara su influencia en una película con tantos vasos comunicantes como Carretera al infierno, sino que su carácter germinal se deja sentir en cintas tan dispares como El diablo sobre ruedas, Breakdown, Mad Max o Maniac Cop. 

Bajo el revestimiento de una road movie, Lupino erigió un thriller de alta tensión, rodado sin apenas medios con el oficio de los grandes obteniendo un resultado tremendamente entretenido y una conseguida atmósfera de suspense que convierte a El autoestopista en un clásico básico de la gran serie B estadounidense.

Escrita por Rubén Redondo

 

Carretera asfaltada en dos direcciones (Monte Hellman)

carretera asfaltada en dos direcciones

¿Resulta excesivo decir que se trata de la mejor película de Monte Hellman? Para nada, lo es sin discusión. ¿Qué tal si manifestara fervientemente que es la mejor «road movie» jamás realizada? ¿Demasiado? No. Carretera asfaltada en dos direcciones es eso y mucho más.

Dos jóvenes, a quienes conocemos sólo como el Conductor y el Mecánico (interpretados por el cantante y compositor James Taylor y el batería de los Beach Boys Dennis Wilson) recorren las autopistas de EEUU participando en carreras de coches ilegales. El espectador no tiene ni tendrá más información sobre ellos, ninguna referencia a su pasado o algo que nos ilumine sobre su motivación presente. Se trata de individuos a los que no les sirve tener nombre, se convirtieron en una pieza más del vehículo, sin raíces más allá de su coche, embarcados en un recorrido hipnótico casi sin palabras.

Dos encuentros pasarán a cambiar las prioridades del dúo: el primero ocurre en una de sus paradas  donde recogen a una chica (Laurie Bird) y el segundo es con un conductor de un Pontiac GTO (el magnífico Warren Oates) con quien hacen una apuesta: una carrera de Nuevo México a Washington D.C. He aquí el esqueleto de la película, pero no significa nada, la verdadera historia se halla entrelineas.

Para los protagonistas, vivir y conducir es un todo indistinguible. Las carreteras son herederas de las grandes planicies del Oeste, el último territorio libre de los Estados Unidos. En este sentido veo el paralelo inevitable con la carrera del mismo director, Hellman, quien rueda para vivir y vive para rodar, existiendo a base de ser consecuente consigo mismo, la última gran libertad a la que se puede aspirar. La noción de velocidad, presente tanto en términos diegéticos como en la vida real (24 cuadros por segundo), coronado con un final tan perfecto como inesperado.

Hay que reconocerlo, para tratarse de una película que empieza y termina con carreras de coches es la antítesis de lo que se podría esperar, no hay grandes escenas de acción ni extendidas competencias con acrobáticas posiciones de cámara y montaje  vertiginoso. Se deja ver claramente la influencia del cine europeo en Hellman, ingredientes de la Nueva Ola francesa, la intertextualidad de Bergman (me viene a la mente Persona), una pizca de Antonioni  y su fascinación por el paisaje y, sobre todo, el ascetismo de Bresson (incluyendo su predilección por trabajar con no actores).

Una «road movie» existencial  nacida a la sombra del hito que fue Easy Rider pero que sin lugar a dudas ha sobrevivido intacta al paso del tiempo.  Un film inhóspito pero de una belleza intrínseca atrapante.  Al igual que los personajes, viajamos por una eterna carretera, sin principio ni fin, somos simples pasajeros por un momento breve pero inolvidable.

Escrita por Ana Ravera

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