Sesión doble: Bedlam (1946) / La novena configuración (1980)

Los manicomios llegan a la sesión doble con dos títulos imprescindibles de una temática que ha dado juego en no pocas ocasiones al cine de género. El autor del primero de ellos es William Peter Blatty (que más adelante se haría cargo de dirigir El exorcista III) con debut con La novena configuración, mientras el segundo nos pone tras la pista del cineasta Mark Robson, que dejaba en los 40 una de sus perlas con Bedlam.
 

La novena configuración (William Peter Blatty)

La novena configuración

La cinta que nos ocupa supuso el debut como director de William Peter Blatty (el autor de la novela y el guión de El exorcista) en el año 1980. Una propuesta que sorprende por hallarse tan escondida para la cinefilia (en España no se llegó a estrenar, e incluso en su país pasó bastante desapercibida con un estrepitoso fracaso comercial). Al parecer, el escritor y aquí neófito director norteamericano (posteriormente dirigiría El exorcista III) no acabó muy contento con la segunda parte de El exorcista y realizó esta obra como respuesta; llegando a declarar que era una continuación de la película de William Friedkin. Sin embargo, poco (por no decir nada) tienen que ver más allá del mensaje espiritual de ambas.

La premisa del filme es muy sencilla: en la década de los 70, cerca del final de la guerra de Vietnam, un nuevo militar llega para hacerse cargo de un hospital psiquiátrico situado en un castillo apartado de la civilización. En la institución mental se encuentran internos, exclusivamente, un grupo de oficiales militares que han enloquecido durante el desarrollo de su actividad. El nuevo mandatario, además de militar, es psiquiatra. El personaje interpretado por Stacy Keach es un tipo inquietante que les permitirá vivir a los perturbados sus fantasías más disparatadas con el afán de curarlos, mientras lucha contra sus propios demonios personales.

La cinta oscila entre la comedia, el drama, el thriller, la intriga, y el cine con preocupaciones metafísicas. La primera mitad se centra más en su vertiente cómica por la particularidad de los individuos que pueblan esa peculiar institución mental y sus divertidas paranoias, entre quienes destaca un tipo que ensaya obras de Shakespeare con perros, y un astronauta que se acobardó el día de su puesta de largo en el espacio. Su segundo segmento explora temas tan trascendentes como el sufrimiento humano, el trauma, la culpa, la fe y el sacrificio. Uno de sus puntos fuertes se encuentra en el oscuro e irreverente guión (inspirado en la propia novela del director) con destellos de complejidad filosófica, que se atreve con un tema tan delicado como el de la locura, sin olvidarse de la esencia del mal y, finalmente, como no podía ser de otro modo, de la redención.

La novena configuración es una experiencia introspectiva, bastante anárquica y ambigua (su discurso puede tener varias lecturas), sin grandes medios ni alardes técnicos, atorada de diálogos desconcertantes y algún momento alucinado que seduciría al mismísimo Alejandro Jodorowsky, como la secuencia onírica que mezcla a un astronauta colocando la bandera norteamericana en la Luna al lado de la imagen de Cristo en la cruz. Destaca una nutrida galería del gran elenco de secundarios que posee el cine estadounidense. Stacy Keach (el popular Mike Hammer televisivo, cuyo papel más destacado en el cine vino de la mano de la inmensa Fat City de John Huston) está convincente en el rol de un personaje que deja bien a las claras desde el principio que oculta un oscuro secreto. El nuevo mandatario va resultando más atractivo y enigmático conforme avanza la narración, hasta que se produce un inesperado giro argumental (del que habían aparecido un par de pistas con anterioridad) que reconfigura la narración.

Hay ciertos daños colaterales implícitos en la imaginería de los 80, una década dominada por las hombreras y los pelos a lo Lady Di, como un tema musical cantado, bastante rutinario, en la introducción mientras muestra la institución por dentro, y en los exteriores sobre una inmensa niebla; o la chirriante y desmesurada secuencia, cerca del final, con los moteros violentos en un bar. La película sale perdiendo en la inevitable comparación con Alguien voló sobre el nido del cuco de Milos Forman, pero supone una incursión excitante e imaginativa que merece un hueco en el cine que tiene a las instituciones psiquiátricas como escenario principal.

Escrito por Pep S. Ledoux

 

Bedlam (Mark Robson)

Bedlam

Bedlam: hospital psiquiátrico presenta un triple interés: por un lado, se trata de una producción de Val Lewton, responsable de una serie de films de suspense y terror que se han convertido en clásicos o films de culto cinéfilo (La mujer pantera, El hombre leopardo, Anduve con un zombie, La séptima víctima, El barco fantasma y El ladrón de cadáveres); por otro, el realizador Mark Robson, un especialista en serie B que realizó sus mejores películas precisamente en compañía de Lewton; por último, nos enfrentamos con un Boris Karloff en su época dorada, el cuál nos ofrece una de sus mejores y más potentes creaciones: la del director de un hospital psiquiatrico en el Londres del siglo XVIII, previo a la Revolución política, cultural y social que ya se anunciaba como inminente.

De la labor de Lewton se podría hablar largo y tendido, pero tres son los aspectos que me gustaría subrayar: en primer lugar, se trataba de un productor culto y con un profundo conocimiento literario, algo que está muy presente en todos sus films, que parecen inspirados libremente en lecturas previas.

En el caso de Bedlam, el film me evocó de inmediato varias obras maestras de la literatura: relatos de Poe como El barril de amontillado, El gato negro o El sistema del Dr. Tarr y el profesor Fether, y del Marques de Sade, La Persecución y asesinato de Jean-Paul Marat representada por el grupo teatral de la casa de salud mental de Charenton bajo la dirección del Marqués de Sade, acortada de modo casi invariable como Marat/Sade; todos están presentes, de alguna manera, en algún segmento del film.

En segundo lugar, algunas producciones de Lewton —incluido el film que nos ocupa— se centran en narrar la odisea de una chica joven enfrentada a un entorno misterioso y turbio que la sobrepasa (La mujer pantera, La séptima vícima, Anduve con un zombie). La heroína del film de Robson es internada en contra de su voluntad en el hospital psiquiátrico, escenario que es presentando como un sombrio y alucinado espacio, en el que se alternan locos enjaulados y personajes de conductas anómalas que, al principio, provoca en ella una profunda desazón.

Por último, las producciones de Lewton se caracterizan por el uso de la imaginación por encima de los efectos especiales y los maquillajes o disfraces; básicamente, se podría resumir como la eficacia del uso de la iluminación, basada en la inteligente combinación de luces y sombras. Por ejemplo, en Bedlam nunca vemos a los locos encerrados en sus jaulas, sino sus brazos a través de las rejas o escuchamos la letanía de gritos y susurros; se nos ofrece en secuencias enmarcadas en un largo corredor, oscuro y tenebroso.

De Mark Robson insistir en su labor —no lo suficientemente reconocida por especialistas que con frecuencia lo tachan de mediocre— eficaz como artesano de la serie B que abordó practicamente todos los géneros (drama, policiaco, terror, suspense…). Es un director que sabe contar sus historias pero sí es cierto que no posee una personalidad como autor.

La experiencia de Bedlam me ha parecido alucinante, un film perfectamente construido, muy sólido, repleto de secuencias memorables —que el corto espacio de la reseña me impide comentar— y con un Boris Karloff incosemurable. No se trata además sólo de un film de entretenimiento sino que ademas posee una cierta profundidad: los pacientes del hospital son internados en contra de su voluntad porque son diferentes o geniales (uno de ellos, ha inventado el cine de animación en pleno siglo XVIII), protagonizando escenas (la partida de cartas invisibles) que nos acercan también al mundo de Alicia y Lewis Carroll. Finalmente, la heroína —que representa las ideas ilustradas de Jean-Jacques Rousseau y que defiende un tratamiento más humano de los enfermos mentales— anima a los internos a la Revolución en contra de los crueles métodos del director, la cuál se salda con el triunfo final de los alienados.

Escrito por Joseph B. Macgregor

 

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