Sesión doble: Aelita (1924) / Yo maté a Einstein, caballeros (1970)

Aventuras espaciales, viajes en el tiempo… la imaginería científica de ayer hoy y siempre nos ha regalado grandes momentos cinematográficos. En esta ocasión nos centramos en la antigua URSS con la joya del cine mudo Aelita, dirigida por Yakov Protazanov en 1924 y la checa Yo maté a Einstein, caballeros, una obra de los 70 que compartió con el mundo Oldrich Lipský. Nos permitimos soñar con estos inusuales viajes en nuestra sesión doble.

 

Aelita (Yakov Protazanov)

Yakov Protazanov, cineasta moscovita conocido entre los círculos más cinéfilos por su productividad como director (rodó decenas de películas en un corto espacio de tiempo, antes de estallar la Revolución), tiene en Aelita su obra más “popular” hoy en día, si es que tal adjetivo puede encajar con una figura como la suya. En este film, observamos cómo un centro radiofónico ruso, en el que se encuentra el soñador científico Los, capta un desconocido mensaje que parece provenir del espacio exterior. En concreto, los espectadores tenemos la ocasión de comprobar que se trata de una zona marciana en la que sus habitantes asisten perplejos a la forma de vida de La Tierra, especialmente por el acto romántico que une los labios de dos personas y que deja cautivada a la reina Aelita. La curiosidad de unos y la fascinación de otros es tal que ambas partes pretenden explorar el planeta vecino, pese a la oposición que varias de las personas de su entorno manifiestan de manera continua.

Semejante argumento, sin embargo, está lejos de plasmarse en la pantalla como una vulgar ida de pinza. Protazanov convierte a Aelita en una curiosa e incluso entrañable historia sobre la lejana fascinación de dos personas separadas por la vasta extensión de sistema solar que existe entre La Tierra y Marte. Los celos, la fuerza de la atracción y el deseo de sobreponerse a la represión de los que se encuentran por encima nutren un guión (que, por cierto, parte de la novela homónima de Alexei Tolstoi, lejano pariente del gran Leon) al que se le puede sacar mucho jugo si se interpreta correctamente el contexto post-revolucionario de la época. La combinación de elementos románticos, de humor y trágicos con aspectos que remiten a la situación del momento, cosa que se transmite esencialmente a comienzos de la cinta a través de la breve presentación de ciudadanos soviéticos con diferentes oficios y personalidad, hace que Aelita no sea una simple traslación a la pantalla de las fantasías espaciales de su cineasta. Más allá de esta sensación, Protazanov hace todo lo posible por convertir al relato en un coherente y casi distópico viaje a rincones inexplorados, pese a la inexcusable dificultad de ser uno de los pioneros de la sci-fi soviética.

Actualmente, Aelita puede parecer una cinta de factura apegada a lo tradicional (aspecto que, de hecho, fue criticado en su momento), pero ciertos detalles contribuyen a interpretar la línea estilística de diferente manera. Por ejemplo, con el extravagante vestuario, que algunos señalan como antecedente a la portentosa Metrópolis, de Fritz Lang. Los primeros planos nos transmiten con viveza los sentimientos de los personajes pero, asumiendo las sobreactuaciones de la época, resulta más interesante contemplar la cierta singularidad con la que Protazanov encuadra algunas escenas que, bajo una óptica de mayor efectividad visual, podrían quizá haber sido enfocadas de otra manera. En cualquier caso, esta curiosa pero académica puesta en escena, unida a la misma rareza que se desprende de su llamativo argumento, convierten a Aelita en una pieza cinematográfica con un valor quizá bastante más elevado del que tengamos la sensación de otorgarle hoy en día.

Escrito por Álvaro Casanova

 

Yo maté a Einstein, caballeros (Oldrich Lipský)

Lo lindo del cine es que sobrevive a lo real. Yo maté a Einstein, caballeros es una película salida de un país que ya no existe. La antigua Checoslovaquia sufrió en el siglo pasado tantas transformaciones que hoy ni ocupa un lugar en el mapa. En todo caso, es curioso porque el film de Oldrich Lipský por un lado seguro le debe a la vertiginosa historia de su país alguna inspiración, ya que tematiza en su argumento una sucesión de alteraciones del orden que a cada cambio modifican el mundo por completo; y por otro lado, ya en 1970, entregando su propia visión de cómo se mueven los hilos, predice el futuro.

En un mundo donde tras la experimentación nuclear las mujeres adquirieron barba, una misión que reúne en principio a dos físicos y una historiadora es enviada al pasado para terminar con la vida de Albert Einstein, culpable indirecto del desastre debido a sus teorías científicas. Nada, desde luego, sale tal como lo planearon, y cada detalle que en su viaje alteran, altera también el futuro, por lo que cada vez que el líder de la misión, el profesor Moore, regresa con su nave, encuentra un orden nuevo, según él, no satisfactorio. A esto se suma que —bien acorde a las modas de la Guerra Fría— cada uno es espiado por otro y al final hay tantos complotadores que uno puede dudar de quién en verdad lleva las riendas.

El deseo de volver atrás el tiempo esconde más que una añoranza la evidencia de una imposibilidad: mutar, cambiar, fluir. Y cuando en las películas la empresa de viajar al pasado para modificar las condiciones del presente se lleva a cabo con éxito, por lo general los protagonistas igual tienen de qué quejarse, porque ningún orden en verdad puede satisfacerlos. No es que las consecuencias sean desastrosas —tal como lo perciben—, sino que no cumplen con las expectativas. El problema es que el deseo siempre se mueve en el terreno de lo imaginario y la concepción de lo natural es tan coyuntural como impuesta aunque no lo quieran ver.

Oldrich Lipský firma esta obra con un pulso envidiable. El guión acumula dobles y variaciones de las mismas figuras, lo que exige del espectador una mirada activa —sin resignar, por eso, una mínima de placer—. Deben destacarse, también, varias lecciones aprendidas, como el manejo de la intriga que, al igual que en Hitchcock, hace de un insignificante elemento el motivo por el cual el espectador llegue a desvivirse; y un elenco que si lleva el ritmo del film, lo mismo la naturalidad con que introducen su lógica. Aquel que no esté familiarizado con este cine puede que se lleve una sorpresa y extrañe tanto su picardía como su sutil irreverencia en las producciones de estos tiempos. Yo maté a Einstein, caballeros da en la clave cuando sugiere que la Historia la conduce la estupidez al volante con el absurdo en el pie del acelerador. Dependiendo de a quién le toque mandar bien puede que las mujeres deban afeitarse el rostro, los hombres llevar sostén o un país entero desaparecer de la faz de la Tierra.

Escrito por Juan Cruz Bergondi

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