Sesión doble: A Bloody Aria (2006) / Bedevilled (2010)

Los thrillers coreanos son un género único que muchos aplauden por su formar de llevarte con calma a su terreno. Pero siempre se puede añadir un elemento más, como, por ejemplo, el terror. Así surge nuestra nueva sesión doble, que nos aproxima al mundo del thriller de terror de Corea del Sur con A Bloody Aria, dirigida por Won Shin-Yeon en 2006 y Bedevilled, que nos descubrió Jang Cheol-soo en 2010.

 

A Bloody Aria (Won Shin-Yeon)

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Una situación común, un escenario único y un puñado de personajes —a cada cual más extravagante— son los ejes que sostienen A Bloody Aria. Algo que podría parecer recurrente —ese hecho de reunir a varios individuos en un escenario como percutor de la acción—, se convierte en una nueva vuelta de tuerca al género, y es que el thriller como reducto de lo rural, de un choque de carácteres divergentes, es llevado de nuevo al ámbito donde atmósfera, escena, se transformaban en un ente con vida propia. Pero en A Bloody Aria ese thriller rural muta, arrastra sus constantes a un terreno desconocido y hace de las propiedades de esos personajes un todo, como bombeando a su estado una identidad distintiva y palpable. Pero lejos de contentarse con ello, y de abusar de la condición de esos carácteres, Won Shin-Yeon decide dar un plus a su trabajo: no sólo se trata de focalizar el rumbo y condicionarlo a través de lo grotesco de un grupo en su salsa, sino de convertir esa atípica reunión en un bucle que se retroalimenta, en una especie de «homo hominis lupus» donde la naturaleza ejerce como condicionante tanto de un aspecto interno como de un aspecto externo. Así, en A Bloody Aria lo sucedido no se sostiene tanto por las decisiones tomadas por sus personajes —que también—, sino por como sus decisiones pasadas les han convertido en lo que son.

De ese modo es como el cineasta coreano enarbola una montaña rusa que sube y baja, divierte y sorprende sin importarle que lo extravagante pueda dar al traste con las propiedades de lo narrado, pensando también en cual es el punto al que llegar. Porque sí, se podría pensar en A Bloody Aria como otro de esos ejercicios donde lo estrambótico e incluso gratuito del carácter que imprimen los coreanos a su cine en ocasiones puede dar de sí, pero entonces se estarían eludiendo unas cualidades que lo alejan del mero ejercicio de distracción, y que transforman todo lo descrito en un universo capaz de ser construido y derruido en apenas dos horas, capaz de ejercer esa retroalimentación ya citada como si fuese un imperante, una necesidad básica para comprender su esencia. A Bloody Aria surge entonces como un thriller distinto, radical, genuino, donde lo que menor interés posee es la lógica o incluso la indulgencia que se pueda poseer desde la propia perspectiva, pero que jamás subsiste —ni persiste— en la necesidad de transformar lo común en extraordinario, un mal quizá demasiado común en ese thriller de nueva hornada que nos ha regalado Corea durante los últimos años, y que gracias a las capacidades del cine de Shin-Yeon deriva en algo insólito, cuasi impracticable, que hay que vivir para poder percibir con un prisma mayor todavía las posibilidades de una cinematografía que no parece encontrar límites en un sustrato genérico donde otros hace tiempo se los autoimpusieron.

Escrito por Rubén Collazos

 

Bedevilled (Jang Cheol-soo)

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He visto Bedevilled acompañado y, al acabar, hemos estado debatiendo sobre la película en cuestión. Tras lo que ha durado la conversación me he dado cuenta de una cosa: la violencia no funciona de igual forma para todo el mundo. No todo el mundo consigue empatizar e ir más allá de lo que sólo vemos en pantalla, aunque su misión sea bien clara y visible para el espectador violentado por la sangre.

Esta violencia afecta aún más con los documentales o películas en las que matan animales de las formas más habituales (para que nos los comamos). No sólo porque en este caso la muerte sea real, sino porque quien lo ve se considera amante de los animales y no puede verlo. Sufre, se enfada y siente cosas que preferiría no sentir. Olvidan que lo que el documento pretende es mostrar explícitamente algo para, presumiblemente, conseguir que no se haga.

A veces la conciencia colectiva de la sociedad se aleja de los hechos porque estos no son vistos. Si no lo veo, no es real. De ahí la importancia de hacerlo visible. Por eso algunos harán de todo para que se vea, aunque sea una ficción. Cómo maltratan a una persona, cómo se la trata en general, también psicológicamente, las jerarquías que existen entre otras gentes, cómo se desarrollan las relaciones entre los vecinos, las vistas gordas que se hacen a diario y la importancia de los miedos o las cobardías de todos. ¿Es ético? ¿Somos todos, de una forma u otra, cómplices?

Bedevilled no es una cinta de terror al uso, porque, de entre todos los sentimientos que te pasan por el cuerpo y por la mente, el miedo no es uno de ellos. Pasamos por el desprecio, el odio, el asco, la rabia, la impotencia, la tristeza, la ira y el odio. Sin tener unas imágenes excesivamente explícitas, ni especialmente duras (se diría que hasta funciona a través del humor negro), toda la idiosincrasia de esa isla en la que veranea la protagonista, pequeño microcosmos, nos mueve y nos remueve.

A pesar de un inicio aparentemente carente de sentido hasta la mitad y que despista más que favorecer nuestra atención, la espera acaba por merecer la pena. Y más en estos momentos en que la evolución de la violencia no sólo no mejora, sino que hasta empeora. Además, Bedevilled nos habla de otra cosa, de la connivencia en muchos casos, del poder que tienen los grupos para con sus individuos, de la importancia que tienen los hombres por la consideración que reciben de otras mujeres y de que el ser humano es malo.

A mí me gustó más que a mi acompañante, que no disfrutó con la venganza. No está acostumbrado al cine coreano, mucho menos a su thriller. La venganza, en este caso, no da buenos, sólo malos, porque hasta los buenos acaban por abandonarse cuando pierden la esperanza. Pero, al contrario, puede que estemos ante un buen cuento moral sin moralina, extraño, seco y real en sus excesos. Doloroso, porque lo previsible de la cinta es, seguramente, lo menos predecible de la realidad.

Escrito por Alberto Mulas

 

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