Se nos fue de las manos (Philippe Lacheau, Nicolas Benamou)

Ha llegado el gran día: tu 30 aniversario y la idea de tus colegas de montar una fiesta donde el tamaño sí importa, se cruza con la intención de tu jefe, que te promete a tí, triste recepcionista, echar un vistazo a tu obra si cumples, de que ejerzas como niñera de su hijo (cabroncete) debido a que la habitual ha sufrido un percance. ¿El desenlace más lógico? Que todo termine con una macrofiesta en casa de tu jefe y en una desventura en la que ocuparte del susodicho crío será probablemente el menor de tus problemas (o no).

Se nos fue de las manos

Si lo que han leído les suena a déjà vu —en especial cuando el film se arranca con la misma premisa que Resacón en las Vegas, es decir, el espectador va descubriendo (en este caso, a través del «found footage», como en aquella Project X) una noche que ya ha dado todo lo que podía dar de sí… o incluso más—, borren cualquier preconcepción habida y por haber de su cabeza porque lo que ofrece Se nos fue de las manos (gran traducción del original, no demasiado inspirado tampoco, Babysitting) es uno de esos «tour de force» capaz de aprovechar las virtudes del formato hasta las últimas consecuencias y de trenzar tanto instantes como imágenes sencillamente impagables, que escarban en la faceta más «freak» de uno mismo y cuya ordenanza es clara: aquí lo que importa no es el qué (ya nos lo sabemos: alguna moraleja inane, una comedia que mezcla su lado más gamberro con un romance nada mal traído y hasta un peculiar lienzo familiar), sino el cómo.

Puestas las cartas sobre la mesa, lo poco que cabría reprocharle a Se nos fue de las manos son meros deslices —quizá ese interludio mal administrado, aunque no esté de más para dar un poco de reposo al film, esos ramalazos más ñoños infante mediante, que se agradece no se trasladen a la conclusión, o incluso la tibieza de su final, que quizá reclamaba algo más excesivo y acorde con el desarrollo— que no desvían ni la intención ni el objetivo: pasar un rato a lo grande, como si Sam y Alex, esos dos crápulas con ganas de llegar al cenit de las macrofiestas, te empujaran a ti del mismo modo que hacen con Franck dentro de un film que, siempre que conserva sus hechuras de «found footage», funciona a las mil maravillas. Y cuando no, sabe administrar sus golpes (ese poli putero y sus comentarios, las distintas sorpresas que van preparando Lacheau y Benamou…) para que el excelente soporte que supone ese metraje encontrado —por una vez, lo es de verdad— no experimente grandes altibajos cuando se nos devuelve al plano presente.

Se nos fue de las manos

Más allá de esos golpes que sus cineastas saben preparar, trenzar y compactar tan bien a través de las formas elegidas —y de los que es mejor no dar ni una seña por aquello de ir encontrándoselos—, nos topamos además una propuesta que sabe reformularse en todo momento, e ir haciendo del disparate y delirio con que se concibe desde un buen principio su mejor y más efectiva arma. El acierto se traslada a un elenco en el que destacan personajes como los interpretados por Tarek Boudali (que, sencillamente, lo borda) o Vincent Desagnat (esas cotas de enajenación alcanzadas lo llevan a un plano inesperado y brutal), redondeando así una comedia que consigue su propósito central: desbordar en más de una ocasión al espectador y alcanzar un nivel humorístico que jamás traiciona la propuesta y se muestra implacables con su propia idiosincrasia. Se nos fue de las manos logra ser tan intensa como adictiva y disparatada en un marco que aprovecha al máximo, donde aludir a ecos de la comedia pasada y presente jamás fue tan estimulante en uno de esos «found footage» de los que más de uno podría tomar nota.

Se nos fue de las manos

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