Robert Guédiguian… a examen

Noche tras noche, Michèle trabaja en la lonja descargando pescado. Un empleo duro para una fatigada vida que continúa en el hogar, donde le espera un marido hastiado tras llevar tres años en paro, una hija que se prostituye en su propia casa para costearse la droga y una nieta de la que se desconoce padre. Por otra parte, Paul, tras abandonar a sus compañeros de la estiba, ha optado por convertirse a taxista mientras intenta conciliar un espíritu bondadoso con una inestable vida personal y un todavía más incierto futuro. Algo así también se podría decir de Viviane, una profesora que está harta de las ideas políticas de su marido y los flirteos que este mantiene con otras mujeres. Estas son tres historias cualquiera de entre las muchas que encierran las tierras marsellesas, un lugar donde lo social cobra un significado muy especial.

La ciudad está tranquila tiene como verdadero protagonista a, efectivamente, la propia localidad de Marsella. Allí nació Robert Guédiguian, director de este film en el que reúne varios de sus temas más habituales. Fundamentalmente, la lucha interior del ser humano con su propia personalidad y forma de afrontar los problemas (cómo, quién soy y de qué manera actúo), las diferentes preocupaciones que estriban entre el modo de vida burgués y el de los trabajadores y, por extensión, la forma en que todo esto se entremezcla en un mismo rincón de Francia. Pese a tratarse de una cinta estrenada en el año 2000, la aplicación práctica de muchas de las cosas comentadas con anterioridad prevalece hoy en día; véase el continuo debate político, especialmente el establecido en torno la inmigración, al que imágenes y diálogos de la obra nos invitan a asistir.

Puede existir la impresión de que, en su nuevo film titulado Una historia de locos, Guédiguian parta de un asunto a priori tan diferente como la lucha del pueblo armenio por el reconocimiento del genocidio llevado a cabo por los turcos hace ya un centenar de años. Pero, en el fondo, estamos hablando de una línea temática no demasiado alejada. La ciudad está tranquila nos ofrece diferentes relatos individuales, siendo los de Michèle y Paul los que mayor protagonismo poseen pero ni mucho menos son los únicos de la cinta. Hemos comentado el de Viviane, cuyos estándares sociales se mueven bastante por encima de los de Michèle (no en vano, su marido parece el típico burgués de figura acicalada y cerebro de feria), pero también podemos citar otros más, como Gérard o Abderramane. Lo importante de esto y lo que supone un apreciable paralelismo entre estas dos películas de Guédiguian es la idea colectiva que subyace tanto en ciertos comportamientos particulares como en movimientos conscientes. De esto último, podemos volver a mencionar la campaña contra la inmigración o la traición de Paul en la huelga de estibadores, una cuestión que, por cierto, se trata subrepticiamente en Una historia de locos cuando Aram tiene que decidir si seguir o no por la vía de la lucha armada.

El cineasta francés renuncia a presentarnos una película aseada desde el punto de vista formal porque en la vida de los trabajadores de Marsella tampoco hay excesiva belleza. Esto no impide, desde luego, que la línea estilística de La ciudad está tranquila carezca de méritos. Pero es en el desarrollo de las diferentes tramas y de su apariencia global donde la obra alcanza su punto de relevancia cinematográfica. Habituado a manejar historias cruzadas de varios personajes, Guédiguian se muestra firme en la representación de cada una de sus personalidades, dotándolas de la necesaria evolución que deben experimentar ante ciertos hechos (como el encuentro entre Michèle y Paul) pero manteniendo esa idea general de que el entorno es decisivo para definir quién es y cómo se comporta una persona. En este caso, Marsella es una ciudad con una mística tan fuerte que es imposible quedar despegado de su ambiente. El rumbo del propio Guédiguian, que se dirige una y otra vez a su localidad natal para plasmar un cine asociado irremediablemente a ella (y cuando no lo hace, como en Una historia de locos, mantiene idéntica postura), ya da buena cuenta de ello.

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