Reflexiones dispersas sobre el Festival de Cine Europeo de Sevilla 2018

Poco espacio para las grandes revelaciones tenía a priori la programación del 15º Festival de Cine Europeo de Sevilla. Sin embargo, dentro de su Sección Oficial plagada de nombres muy reconocibles y autores consagrados, dos largometrajes han supuesto auténticos descubrimientos. La cápsula del tiempo que supone la mirada de Richard Billingham en Ray & Liz [trailer] y todo un salto de estilo y tratamiento de la imagen y el sonido de Víctor Moreno en La ciudad oculta [trailer]. De una forma u otra, ambas sirven para descubrir realidades invisibles. Desde los toques de drama social británico ambientado en los ochenta hasta el delirio estético de texturas, formas y espacios en nuestro subsuelo. Las dos muestran los cimientos sobre los que funciona nuestra sociedad capitalista de una forma tanto metafórica como literal aun tratándose de épocas y lugares muy distantes entre sí. Un análisis que pasa también a la crítica directa en títulos como Euforia (Valeria Golino, trailer), La casa de verano (Valeria Bruni Tedeschi, trailer) y Something is Happening (Anne Alix), films que bajo una capa de ligereza y elementos típicos del drama familiar o costumbrista, incorporan sus relatos a un momento actual con miradas incisivas y abiertamente conscientes de todas las contradicciones de contar historias de este tipo con los personajes que las protagonizan.

Las tres retrospectivas incluidas en la programación del SEFF atendiendo a la carrera de Ildikó Enyedi, Ula Stöckl y Roy Andersson se han confirmado como lo más relevante del festival con títulos como Mole (1987, Enyedi) y su experimentación con la fragmentación de la identidad y el punto de vista, La comedia de la vida (2007, Andersson) y la mirada irónica y mordaz a la esencia humana de su director con la creación de espacios únicos y el manejo del ritmo interno y la profundidad de campo y The Golden Thing (1971, Stöckl & Edgar Reitz) o la reformulación subversiva del mito de Jason y el vellocino de oro atendiendo a los revolucionarios cambios sociales del momento y el compromiso político de sus creadores.

Dos piezas enmarcadas en el metaformato documental son la cara y la cruz de lo visto en Sevilla. The Trial (Sergei Loznitsa, trailer) se crea a partir de metraje nunca antes hecho público sobre los juicios escenificados en 1930 durante el mandato de Stalin en la Unión Soviética. Lo que en su momento fue creado como la base de una película de 40 minutos ahora se expande a dos horas, configurando un artefacto narrativo en el que se ven todos los mecanismos de la propaganda. La composición visual de la sala del tribunal, el público y los acusados, el lenguaje utilizado y lo paradójico de un proceso diseñado para crear miedo en la población de las amenazas externas y ataques internos a los que la URSS tenía que hacer frente, pero sin dejar de reafirmar el poder de organización de sus estructuras políticas y la solvencia ideológica de sus líderes y su modelo de sociedad. Un concepto bien planteado y que formalmente se atiene a la de idea de su director, que sin embargo no deja espacio a contextualizar históricamente los hechos allí ocurridos. Y luego está Chaos (Sara Fattahi), cuyo concepto previo de su directora parece lastrar el material rodado para su montaje a partir de entrevistas a varias mujeres sirias en distintos lugares del mundo, describiendo las consecuencias y el trauma del conflicto de su país a través de la observación y sus testimonios. Su problema es el forzado simbolismo con el que Fattahi quiere impregnar su película y con el que acaba por asfixiar lo más valioso que logra capturar en ella: la verdad.

Por último y dejando claro que es muy admirable e inspiradora una iniciativa educativa como la de los jóvenes programadores del festival en el que integran estudiantes de 14 a 19 años de diversos centros escolares para participar en el visionado, discusión y selección de ciertos títulos dentro de las proyecciones del SEFF. Lamentablemente, algo debió ocurrir por el camino para que las dos elegidas fueran A Violent Desire for Joy (Clément Schneider) y Endless Tail (Željka Suková). La primera —que sigue una corriente de cine moderno francés bastante reconocible— oculta bajo sus supuestas formas transgresoras una simple reelaboración de discursos reaccionarios y anacrónicos. Pero desde luego no llega a ser tan desquiciante como la segunda, que viene a ser un ejercicio experimental con un puñado de ideas llamativas y estimulantes a nivel visual y sonoro cuya complicidad con el espectador se puede agotar fácilmente por puro abuso de la reiteración.

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